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VISITA PASTORAL AL CENTRO PENITENCIARIO ROMANO DE REBIBBIA

RESPUESTAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LAS PREGUNTAS DE LOS RECLUSOS

Domingo 18 de diciembre de 2011

 

Me llamo Rocco. Ante todo quiero manifestarle nuestro agradecimiento, y el mío personal, por esta visita que nos resulta tan grata y que, en un momento tan dramático para las cárceles italianas, asume un gran contenido de solidaridad, humanidad y consuelo. Deseo preguntar a Su Santidad si este gesto suyo lo comprenderán en su sencillez también nuestros políticos y gobernantes para que se restituya a todos los últimos, entre los que estamos incluidos nosotros los detenidos, la dignidad y la esperanza que deben reconocerse a todo ser vivo. Esperanza y dignidad indispensables para reemprender el camino hacia una vida digna de vivirse.

Gracias por sus palabras. Siento su afecto por el Santo Padre, y me conmueve esta amistad, que siento en todos vosotros. Y quiero decir que pienso a menudo en vosotros y rezo siempre por vosotros, porque sé que es una condición muy difícil, que con frecuencia, en vez de ayudar a renovar la amistad con Dios y con la humanidad, empeora la situación, incluso la interior. Yo he venido sobre todo para mostraros esta cercanía mía, personal e íntima, en la comunión con Cristo que os ama, como he dicho. Pero ciertamente esta visita a vosotros, que quiere ser personal, es también un gesto público que recuerda a nuestros compatriotas, a nuestro Gobierno, el hecho de que hay grandes problemas y dificultades en las cárceles italianas. Desde luego, el sentido de estas cárceles es precisamente ayudar a la justicia, y la justicia implica como primer hecho la dignidad humana. Así pues, se deben construir de forma que crezca la dignidad, que se respete la dignidad, y que vosotros podáis renovar en vosotros mismos el sentido de la dignidad, para responder mejor a esta vocación íntima nuestra. Hemos escuchado a la ministra de Justicia; hemos escuchado cómo siente con vosotros, cómo siente toda vuestra realidad, y así podemos estar convencidos de que nuestro Gobierno y los responsables harán lo posible por mejorar esta situación, para ayudaros a encontrar realmente aquí una buena realización de una justicia que os ayude a volver a la sociedad con toda la convicción de vuestra vocación humana y con todo el respeto que exige vuestra condición humana. Por lo tanto, en la medida de mis posibilidades, quisiera dar siempre signos de la gran importancia de que estas cárceles respondan a su sentido de renovar la dignidad humana y no de menoscabar esta dignidad, y de mejorar la situación. Y esperamos que el Gobierno tenga la posibilidad y todas las posibilidades de responder a esta vocación. Gracias.

Me llamo Omar. Santo Padre, quisiera preguntarte un millón de cosas, que siempre he pensado preguntarte, pero hoy que puedo me resulta difícil hacerte una pregunta. Me siento emocionado por este acontecimiento; tu visita aquí a la cárcel es un hecho muy fuerte para nosotros los reclusos cristianos católicos y, por eso, más que una pregunta, prefiero pedirte que nos permitas unirnos contigo, en nuestro sufrimiento y el de nuestros familiares, como un cable de electricidad que comunique con nuestro Señor. Te quiero mucho.

También yo te quiero mucho, y te agradezco estas palabras, que me tocan el corazón. Creo que esta visita manifiesta que quisiera seguir las palabras del Señor que me conmueven siempre —las he leído en mi discurso—, donde en el último juicio dice: «Me habéis visitado cuando estuve en la cárcel, y yo he sido quien os esperaba». Esta identificación del Señor con los que están en la cárcel nos obliga profundamente, y yo mismo debo preguntarme: ¿He actuado según este mandato del Señor? ¿He tenido presente esta palabra del Señor? Este es uno de los motivos por los que he venido, porque sé que en vosotros el Señor me espera, que vosotros necesitáis este reconocimiento humano y necesitáis esta presencia del Señor, el cual, en el juicio último, nos preguntará precisamente sobre este punto y, por eso, espero que aquí se pueda realizar cada vez más la verdadera finalidad de estos centros penitenciarios: ayudar a reencontrarse a sí mismos, ayudar a seguir adelante consigo mismos, en la reconciliación consigo mismos, con los demás y con Dios, para reintegrarse en la sociedad y contribuir al progreso de la humanidad. El Señor os ayudará. En mis oraciones estoy siempre con vosotros. Sé que para mí es una obligación particular orar por vosotros, para «elevaros hacia el Señor», hacia lo alto, porque el Señor, a través de nuestra oración ayuda: la oración es una realidad. Yo invito también a todos los demás a rezar, de modo que, por decirlo así, haya un fuerte cable que os «eleva hacia el Señor» y nos comunica asimismo entre nosotros, para que yendo hacia el Señor también estemos unidos entre nosotros. Tened la seguridad de esta fuerza de mi oración e invito igualmente a los demás a unirse a vosotros en la oración, para formar de este modo casi una cordada que va hacia el Señor.

Me llamo Alberto. Santidad, ¿le parece justo que, después de haber perdido uno tras otro a todos los miembros de mi familia, ahora que soy un hombre nuevo, y desde hace dos meses papá de una espléndida niña, que lleva el nombre de Gaia, no me concedan la posibilidad de volver a casa, a pesar de que ya he pagado ampliamente mi deuda con la sociedad?

Ante todo, ¡felicidades! Me alegra que sea usted padre, que se considere un hombre nuevo y que tenga una espléndida hija: esto es un don de Dios. Yo, naturalmente, no conozco los detalles de su caso, pero espero con usted que cuanto antes pueda volver a su familia. Ya sabe usted que para la doctrina de la Iglesia la familia es fundamental, es importante que el padre pueda tener entre sus brazos a su hija. Y así, rezo y espero que cuanto antes usted pueda tener realmente entre sus brazos a su hija, estar con su esposa y con su hija para construir una hermosa familia y así contribuir también al futuro de Italia.

Santidad, soy Federico, hablo en nombre de las personas detenidas del G14, que es el sector de enfermería. ¿Qué pueden pedir al Papa unos reclusos enfermos y seropositivos? ¿A nuestro Papa, que ya carga con el peso de todos los sufrimientos del mundo, le piden que rece por ellos? ¿Que los perdone? ¿Que los tenga presentes en su gran corazón? Sí. Esto es lo que queremos pedirle, pero sobre todo que lleve nuestra voz a donde no se la escucha. Estamos ausentes de nuestras familias, pero no de la vida; hemos caído, y en nuestras caídas hemos hecho el mal a los demás, pero nos estamos levantando. Se habla demasiado poco de nosotros, y a menudo se hace de un modo muy feroz, como si quisieran eliminarnos de la sociedad. Esto nos hace sentir infrahumanos. Usted es el Papa de todos y nosotros le pedimos que evite que nos arrebaten la dignidad juntamente con la libertad. Para que no se dé por descontado que recluso significa excluido para siempre. ¡Su presencia es para nosotros un honor muy grande! ¡Nuestra más cordial felicitación por la Santa Navidad, a todos!

Sí, me has dirigido palabras realmente memorables: hemos caído, pero estamos aquí para levantarnos. Es importante esto, esta valentía para levantarse, para salir adelante con la ayuda del Señor y con la ayuda de todos los amigos. Usted ha dicho también que se habla de modo «feroz» de vosotros. Lamentablemente, es verdad, pero quisiera decir que no sólo está eso; hay otros que hablan bien de vosotros y piensan bien de vosotros. Yo pienso en mi pequeña familia papal; estoy rodeado de cuatro «hermanas laicas» y a menudo hablamos de este problema; ellas tienen amigos en varias cárceles; recibimos también regalos de ellos y por nuestra parte también hacemos regalos. Por lo tanto, esta realidad está presente de modo muy positivo en mi familia y creo que también lo está en muchas otras. Debemos soportar que algunos hablen de modo «feroz»; hablan de modo «feroz» incluso contra el Papa y, a pesar de ello, vamos adelante. Me parece importante animar a todos a que piensen bien, a que tengan el sentido de vuestros sufrimientos, a que tengan el sentido de ayudaros en el proceso de levantaros, y, digamos, yo haré lo que esté de mi parte para invitar a todos a pensar de este modo justo, no con desprecio, sino de modo humano, pensando que cualquiera puede caer, pero Dios quiere que todos lleguen a él, y nosotros debemos cooperar con espíritu de fraternidad y reconociendo también la propia fragilidad, para que puedan realmente levantarse y seguir adelante con dignidad y encontrar que siempre se respete su dignidad, para que crezca y puedan así también hallar alegría en la vida, porque la vida nos la da el Señor, con una idea suya. Y si reconocemos esta idea, Dios está con nosotros, e incluso los pasos oscuros tienen su sentido para ayudar a conocernos más a nosotros mismos, para ayudarnos a ser nosotros mismos, más hijos de Dios y así sentirnos realmente felices de ser hombres, creados por Dios, incluso en diversas condiciones difíciles. El Señor os ayudará y nosotros estamos cercanos a vosotros.

Me llamo Gianni, del sector G8. Santidad, me han enseñado que el Señor ve y lee en nuestro interior, y me pregunto por qué la absolución se ha delegado a los sacerdotes. Si la pidiera de rodillas, yo solo dentro de una habitación, dirigiéndome al Señor, ¿me absolvería? ¿O sería una absolución de distinto valor? ¿Cuál sería la diferencia?

Sí, es una grande y verdadera cuestión la que usted me plantea. Yo diría dos cosas. La primera: naturalmente, si usted se pone de rodillas y con verdadero amor a Dios le pide que lo perdone, él lo perdona. Es doctrina constante de la Iglesia que si uno, con verdadero arrepentimiento, es decir, no sólo para evitar penas, dificultades, sino por amor al bien, por amor a Dios, pide perdón, recibe el perdón de Dios. Esta es la primera parte. Si yo realmente reconozco que he obrado mal, y si en mí ha renacido el amor al bien, la voluntad del bien, el arrepentimiento por no haber respondido a este amor, y pido a Dios, que es el Bien, el perdón, él lo concede. Pero hay un segundo elemento: el pecado no es solamente algo «personal», individual, entre Dios y yo. El pecado siempre tiene también una dimensión social, horizontal. Con mi pecado personal, aunque tal vez nadie lo conozca, he dañado asimismo la comunión de la Iglesia, he ensuciado la comunión de la Iglesia, he ensuciado a la humanidad. Por eso, esta dimensión social, horizontal, del pecado exige que sea absuelto también a nivel de la comunidad humana, de la comunidad de la Iglesia, casi corporalmente. Por consiguiente, esta segunda dimensión del pecado, que no es sólo contra Dios, sino que también afecta a la comunidad, exige el Sacramento, y el Sacramento es el gran don en el que puedo, mediante la confesión, librarme de ese pecado y puedo realmente recibir el perdón también en el sentido de una plena readmisión en la comunidad de la Iglesia viva, del Cuerpo de Cristo. Así, en este sentido, la necesaria absolución por parte del sacerdote, el Sacramento, no es una imposición que —digamos— limita la bondad de Dios, sino, al contrario, es una expresión de la bondad de Dios porque me demuestra que también concretamente, en la comunión de la Iglesia, he recibido el perdón y puedo recomenzar de nuevo. Por lo tanto, yo diría que se han de tener presentes estas dos dimensiones: la vertical, con Dios, y la horizontal, con la comunidad de la Iglesia y de la humanidad. La absolución del sacerdote, la absolución sacramental es necesaria para absolverme realmente de este vínculo del mal y reintegrarme completamente en la voluntad de Dios, en la perspectiva de Dios, en su Iglesia, y darme la certeza, incluso casi corporal, sacramental: Dios me perdona y me recibe en la comunidad de sus hijos. Creo que debemos aprender a entender el sacramento de la Penitencia en este sentido: una posibilidad de encontrar, casi corporalmente, la bondad del Señor, la certeza de la reconciliación.

Santidad, me llamo Nwaihim Ndubuisi, sector G11. Santo Padre, el pasado mes realizó una visita pastoral a África, a la pequeña nación de Benín, una de las más pobres del mundo. Allí vio la fe y el amor de aquellos hombres por Jesucristo. Vio personas que sufren por diversas causas: racismo, hambre, trabajo infantil... Le pregunto: ellos ponen la esperanza y la fe en Dios y mueren en medio de pobreza y violencia. ¿Por qué Dios no los escucha? ¿Es que Dios escucha sólo a los ricos y poderosos, que, en cambio, no tienen fe? Gracias, Santo Padre.

Ante todo quiero decir que me he sentido muy feliz en su tierra; la acogida que me dispensaron los africanos fue muy cordial; sentí esa cordialidad humana que en Europa se ha oscurecido un poco, porque tenemos muchas otras cosas en nuestro corazón que hacen más duro también el corazón. En Benín hubo una cordialidad, por decir así, exuberante; sentí también la alegría de vivir, y esta fue una de mis impresiones más hermosas: a pesar de la pobreza y de todos los grandes sufrimientos que vi también —saludé a leprosos, enfermos de sida, etc.—, a pesar de todos estos problemas y de la gran pobreza, hay una alegría de vivir, una alegría de ser una criatura humana, porque hay una consciencia originara de que Dios es bueno y me ama, y de que el hombre es amado por Dios. Por tanto, esta fue para mí la impresión preponderante, fuerte: ver, en un país que sufre, alegría, una alegría mayor que en los países ricos. Y esto a mí me hace pensar que en los países ricos la alegría a menudo está ausente; todos estamos muy ocupados con tantos problemas: cómo hacer esto, cómo organizar aquello, cómo conservar esto, seguir comprando... Y con la cantidad de cosas que tenemos nos hemos alejado cada vez más de nosotros mismos y de esta experiencia originaria de que Dios existe y de que Dios está cercano a mí. Por eso, yo diría que poseer grandes propiedades y tener poder no hace necesariamente felices, no es el don más grande. Incluso yo diría que puede ser algo negativo, algo que me impide vivir realmente. Las medidas de Dios, los criterios de Dios, son distintos de los nuestros. A estos pobres Dios les da también alegría, el reconocimiento de su presencia, les hace sentir que está cercano a ellos incluso en el sufrimiento, en las dificultades; y, naturalmente, nos pide a todos que hagamos lo posible para que puedan salir de esas oscuridades de las enfermedades, de la pobreza. Es un cometido nuestro, y así, al hacerlo, también nosotros podemos estar más alegres. Por lo tanto, las dos partes deben complementarse: nosotros debemos ayudar para que también África, esos países pobres, puedan superar sus problemas, la pobreza; ayudarles a vivir; y ellos pueden ayudarnos a comprender que las cosas materiales no son la última palabra. Y debemos pedirle a Dios: muéstranos, ayúdanos, para que haya justicia, para que todos puedan vivir en la alegría de ser tus hijos.

 

La oración de un recluso y la conclusión del Papa

En la conclusión del encuentro, un detenido, Stefano, leyó la siguiente oración:

¡Oh Dios, dame la valentía
de llamarte Padre.
Sabes que no siempre logro pensar en ti con la atención
que mereces.
Tú no te has olvidado de mí, aunque a menudo vivo
lejos de la luz de tu rostro.
Haz que te sienta cercano,
a pesar de todo, a pesar
de mi pecado, grande o pequeño, secreto o público.
Dame la paz interior,
la que sólo tú sabes dar.
Dame la fuerza de ser verdadero, sincero; arranca de mi rostro
las máscaras que oscurecen
la conciencia de que yo valgo
algo sólo porque soy tu hijo.
Perdona mis culpas y dame
a la vez la posibilidad
de hacer el bien.
Abrevia mis noches insomnes;
dame la gracia
de la conversión del corazón.
Acuérdate, Padre, de aquellos
que están fuera de aquí y que a
pesar de todo me quieren bien,
para que pensando en ellos
yo me acuerde de que sólo
el amor da vida, mientras
que el odio destruye y el rencor
transforma en infierno las largas
e interminables jornadas.
Acuérdate de mí, oh Dios. Amén.

Después de la oración el Papa dijo:

Queridos amigos, he dicho que todos somos hijos de Dios. Como hijos oremos juntos a nuestro Padre, como el Señor nos enseñó a rezar:

Padre nuestro...

Al final de la visita, Benedicto XVI pronunció las siguientes palabras:

Queridos amigos, un cordial gracias por esta acogida. A todos deseo una feliz Navidad. Que nos alcance un poco de la luz del Señor. El Adviento es un tiempo de espera: todavía no hemos llegado, pero sabemos que vamos hacia la luz y que Dios nos ama. En este sentido, ¡feliz domingo! y también ¡feliz Navidad! ¡Felicidades! Gracias.



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