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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 11 de octubre de 2015

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de san Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.

La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un hombre que —según el pasaje paralelo de san Mateo— es identificado como «joven». El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿qué haré para heredar la vida eterna?», es decir, la felicidad (v. 17). «Vida eterna» no es sólo la vida del más allá, sino que es la vida plena, realizada, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. A este respecto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por eso su respuesta se traduce en una mirada intensa, llena de ternura y cariño. Así dice el Evangelio: «Jesús se lo quedó mirando, lo amó» (v. 21). Se dio cuenta de que era un buen joven. Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos dueños: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el empuje inicial del joven se desvanece en la infelicidad de un seguimiento naufragado.

En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas”» (v. 23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (v. 26), Jesús responde con una mirada de aliento —es la tercera mirada— y dice: la salvación, sí, es «imposible para los hombres, no para Dios» (v. 27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, Él nos da la salvación, Él nos acompaña en el camino.

Y así hemos llegado a la tercera escena, la de la solemne declaración de Jesús: En verdad os digo que quien deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y cien veces más ya en el presente (cf. vv. 29-30). Este «cien veces más» está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas hasta el infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: «Hay más dicha en dar que en recibir» (cf. Hch 20, 35).

El joven no se dejó conquistar por la mirada de amor de Jesús, y así no pudo cambiar. Sólo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa. Y yo os pregunto a vosotros, jóvenes, chicos y chicas, que estáis ahora en la plaza: «¿Habéis sentido la mirada de Jesús sobre vosotros? ¿Qué le queréis responder? ¿Preferís dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que nos ofrece la mundanidad?».

Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede colmar nuestra sed de felicidad.


LLAMAMIENTO

Tras la oración mariana el Pontífice expresó su «gran dolor» por la «terrible masacre» que tuvo lugar el sábado 10 en Ankara y pidió un mayor cuidado del medio ambiente para prevenir los desastres naturales.

Ayer recibimos con gran dolor la noticia de la terrible masacre sucedida en Ankara, en Turquía. Dolor por los numerosos muertos. Dolor por los heridos. Dolor porque los terroristas atentaron contra personas indefensas que se manifestaban por la paz. Mientras rezo por ese querido país, pido al Señor que acoja las almas de los difuntos y conforte a los que sufren y a los familiares.

Hagamos una oración en silencio, todos juntos.

 


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

El martes próximo, 13 de octubre, se celebra la Jornada internacional por la reducción de los desastres naturales. Lamentablemente hay que reconocer que los efectos de semejantes calamidades con frecuencia se agravan por la falta de cuidado del medio ambiente por parte del hombre. Me uno a todos los que, de modo previsor, se comprometen con la tutela de nuestra casa común, para promover una cultura global y local de reducción de los desastres y de mayor resiliencia ante ellos, armonizando los nuevos conocimientos con los tradicionales, y con especial atención a las poblaciones más vulnerables.

Saludo con afecto a todos vosotros peregrinos, sobre todo a las familias y a los grupos parroquiales, de Italia y de diversas partes del mundo. En especial: a los diáconos y sacerdotes del Colegio germano-húngaro que fueron ordenados ayer y a quienes animo a emprender con alegría y confianza su servicio a la Iglesia; a los nuevos seminaristas del Venerable Colegio inglés y a la cofradía de la Santa Vera Cruz de Calahorra.

Saludo a los fieles de la parroquia del Sagrado Corazón y de Santa Teresa Margarita Redi, de Arezzo, en el 50° aniversario de su fundación; así como a los de Camaiore y de Capua; al grupo «Jesús ama» que acaba de realizar una semana de evangelización en el barrio romano de Trastevere; a los chicos y chicas que acaban de recibir la Confirmación; y por último, a la Asociación «Davide Ciavattini» para la asistencia a los niños con graves enfermedades de la sangre. A todos os deseo un buen domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

 



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