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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Cómo debe ser el sacerdote

Sábado
11 de enero de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 3, viernes 17 de enero de 2014

 

Es «la relación con Jesucristo» lo que salva al sacerdote de la tentación de la mundanidad, del riesgo de convertirse en «untuoso» en lugar de «ungido», por la idolatría «al dios Narciso». El sacerdote, en efecto, puede también «perder todo» pero no su vínculo con el Señor, de otro modo no tendría nada más que dar a la gente. Con palabras fuertes, y proponiendo un auténtico examen de conciencia, el Papa Francisco se dirigió directamente a los sacerdotes volviendo a lanzar el valor de su unción. Lo hizo en la homilía de la misa celebrada el sábado 11 de enero, por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta.

El Pontífice prosiguió la meditación sobre la primera carta de Juan que ya había iniciado los días pasados. El pasaje propuesto por la liturgia (5, 5-13) —explicó— «nos dice que tenemos la vida eterna porque creemos en el nombre de Jesús». He aquí las palabras del apóstol: «Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna».

Es «el desarrollo del versículo» proclamado en la liturgia del viernes y en el cual el Papa ya había centrado su meditación: «Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe». En efecto, volvió a afirmar el Pontífice, «nuestra fe es la victoria contra el espíritu del mundo. Nuestra fe es esta victoria que nos hace seguir adelante en el nombre del Hijo de Dios, en el nombre de Jesús».

Una reflexión que llevó al Santo Padre a plantearse una pregunta decisiva: ¿cómo es nuestra relación con Jesús? Una cuestión verdaderamente fundamental, «porque en nuestra relación con Jesús se hace fuerte nuestra victoria». Una pregunta «fuerte», reconoció, sobre todo para «nosotros que somos sacerdotes: ¿cómo es mi relación con Jesucristo?».

«La fuerza de un sacerdote —recordó el Pontífice— está en esta relación». En efecto, cuando su «popularidad crecía, Jesús iba al Padre». Lucas, en el pasaje evangélico de la liturgia (5, 12-16), relata: «Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración». Así «cuando se hablaba cada vez más» de Jesús «y las multitudes, numerosas, venían a escucharle y a buscar la curación, Él después iba al encuentro del Padre». Una actitud, puntualizó el Papa, que constituye «el criterio para nosotros, sacerdotes: ¿vamos o no vamos a encontrar a Jesús».

De aquí brota una serie de preguntas que el Pontífice sugirió para un examen de conciencia: «¿Qué sitio ocupa Jesús en mi vida sacerdotal? ¿Es una relación viva, de discípulo a maestro, de hermano a hermano, de pobre hombre a Dios? ¿O es una relación un poco artificial que no nace del corazón?».

«Nosotros estamos ungidos por el espíritu —fue la reflexión propuesta por el Papa—, y cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo en lugar de ser ungido, termina siendo untuoso». Y, destacó, «¡cuánto mal hacen a la Iglesia los sacerdotes untuosos! Quienes ponen la fuerza en las cosas artificiales, en las vanidades», los que tienen «una actitud, un lenguaje remilgado». Y cuántas veces, añadió, «se oye: pero éste es un sacerdote» que se parece a una «mariposa», precisamente «porque siempre está en la vanidad» y «no tiene la relación con Jesucristo: ha perdido la unción, es un untuoso».

Incluso con todos los límites, «somos buenos sacerdotes —continuó el Papa— si vamos a Jesucristo, si buscamos al Señor en la oración: la oración de intercesión, la oración de adoración». Si, en cambio, «nos alejamos de Jesucristo, debemos compensar esto con otras actitudes mundanas». Y así surgen «todas estas figuras» como «el sacerdote especulador, el sacerdote empresario». Pero el sacerdote, afirmó con fuerza, «adora a Jesucristo, el sacerdote habla con Jesucristo, el sacerdote busca a Jesucristo y se deja buscar por Jesucristo. Éste es el centro de nuestra vida. Si no existe esto perdemos todo. ¿Y qué daremos a la gente?».

Así, el Obispo de Roma repitió la oración proclamada en la oración colecta. «Hemos pedido —dijo— que el misterio que celebramos, el Verbo que se hizo carne en Jesucristo entre nosotros, crezca cada día más. Hemos pedido esta gracia: que nuestra relación con Jesucristo, relación de ungidos para su pueblo, crezca en nosotros».

«Es hermoso encontrar sacerdotes —destacó el Papa— que han dado la vida como sacerdotes». Sacerdotes de quienes la gente dice: «Sí, tiene un mal genio, tiene esto y aquello, pero es un sacerdote. Y la gente tiene olfato». Por el contrario, si se trata de «sacerdotes, en una palabra, “idólatras”, que en lugar de tener a Jesús tienen pequeños ídolos —algunos son devotos del dios Narciso—, la gente cuando ve esto dice: ¡pobrecitos!». Por lo tanto, es precisamente «la relación con Jesucristo», aseguró el Pontífice, lo que nos salva «de la mundanidad y de la idolatría que nos hace untuosos» y la que nos conserva «en la unción».

Dirigiéndose, por último, a los presentes —entre ellos un grupo de sacerdotes de Génova con el cardenal arzobispo Angelo Bagnasco— el Papa Francisco concluyó así la homilía: «Y hoy a vosotros, que habéis tenido la amabilidad de venir a concelebrar aquí conmigo, os deseo esto: perded todo en la vida, pero no perdáis esta relación con Jesucristo. Ésta es vuestra victoria. ¡Adelante con esto!».

 



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