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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El Dios de las sorpresas

Lunes 13 de octubre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 42, viernes 17 de octubre de 2014

 

«Un corazón que ame la ley, porque la ley es de Dios», pero «que ame también las sorpresas de Dios», porque su «ley santa no es un fin en sí misma»: es un camino, «es una pedagogía que nos lleva a Jesucristo». Es lo que el Papa Francisco invitó a pedir al Señor en la oración, durante la misa celebrada el lunes 13 de octubre.

En la homilía el Pontífice se detuvo sobre todo en el pasaje del Evangelio de san Lucas (11, 29-32) en el que Jesús reprende a la muchedumbre que se amontonaba para escucharlo como «una generación perversa» porque «pide un signo». Según el obispo de Roma «es evidente que Jesús habla a los doctores de la ley», que «varias veces en el Evangelio» le piden «un signo». Ellos, en efecto, «no veían muchos signos de Jesús». Pero precisamente por eso «Jesús los reprende» en diversas ocasiones: «Vosotros, ¿no sois capaces de distinguir los signos de los tiempos?», les dice en el Evangelio de Mateo recurriendo a la imagen de la higuera: «cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca, y vosotros no entendéis los signos de los tiempos».

El Papa Francisco exhortó a interrogarse acerca del motivo por el que los doctores de la ley no entendían los signos de los tiempos, invocando un signo extraordinario. Y propuso algunas respuestas: la primera es que «estaban cerrados. Estaban cerrados en su sistema, tenían perfectamente acomodada la ley, una obra maestra. Todos los judíos sabían qué se podía hacer, qué no se podía hacer, hasta dónde se podía llegar. Estaba todo ordenado». Pero Jesús los desconcierta haciendo «cosas extrañas», como «ir con los pecadores, comer con los publicanos». Y esto a los doctores de la ley «no les gustaba, era peligroso; estaba en peligro la doctrina, que ellos, los teólogos, habían hecho durante siglos».

Al respecto, el obispo de Roma reconoció que se trataba de una ley «hecha por amor, para ser fieles a Dios», pero se había convertido ya en un sistema normativo cerrado. Ellos «simplemente habían olvidado la historia. Habían olvidado que Dios es el Dios de la ley», pero es también «el Dios de las sorpresas. Y también a su pueblo, Dios le reservó sorpresas muchas veces»: basta pensar en «cómo los salvó» en el mar Rojo de la esclavitud de Egipto, recordó el Papa.

A pesar de esto ellos «no entendían que Dios es siempre nuevo; jamás reniega de sí mismo, jamás dice que lo que había dicho era un error, jamás; sino que siempre sorprende. Y ellos no entendían y se cerraban en ese sistema hecho con tanta buena voluntad; y pedían» a Jesús que les diera «una señal», continuando sin entender «los numerosos signos que hacía Jesús» y permaneciendo en una actitud de total «cerrazón».

La segunda respuesta a la pregunta inicial, destacó el Pontífice, se dirige al hecho de que ellos «habían olvidado que eran un pueblo en camino. Y cuando uno está en camino, se encuentra siempre cosas nuevas, cosas que no conoce. Y estas cosas debían asumirlas con un corazón fiel al Señor, en la ley». Pero también en este caso, «un camino no es absoluto en sí mismo, es el camino hacia un punto: hacia la manifestación definitiva del Señor». Por lo demás, toda «la vida es un camino hacia la plenitud de Jesucristo, cuando vendrá por segunda vez. Es un camino hacia Jesús, que regresará en la gloria, como habían dicho los ángeles a los apóstoles el día de la ascensión».

En definitiva, afirmó el Papa Francisco repitiendo las palabras del pasaje evangélico, «esta generación pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás»: o bien —aclaró— «el signo de la resurrección, de la gloria, de esa gloria escatológica hacia la que vamos de camino». Pero muchos de sus contemporáneos «estaban cerrados en sí mismos, no abiertos al Dios de las sorpresas»; eran hombres y mujeres que «no conocían el camino y ni siquiera esta escatología, hasta tal punto que cuando en el Sanedrín, el sacerdote pregunta a Jesús: “Pero responde, ¿eres tú el Hijo del hombre?” y Jesús dice: “Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo”, estos se desgarraron las vestiduras, se escandalizaron. “¡Ha blasfemado! ¡Blasfema!”, gritaban». El signo que Jesús les da era una blasfemia para ellos.

Por ese motivo, explicó el Papa, Jesús les define «generación perversa», en cuanto que «no entendieron que la ley que custodiaban y amaban era una pedagogía hacia Jesucristo». En efecto, «si la ley no lleva a Jesucristo, no nos acerca a Jesucristo, está muerta». Es por esto que Jesús reprende a los miembros de esa generación «por estar cerrados cerrados, por no ser capaces de conocer los signos de los tiempos, por no estar abiertos al Dios de las sorpresas, que no están en camino hacia ese triunfo final del Señor», hasta el punto que «cuando Él lo explicita, ellos creen que es una blasfemia».

De aquí la recomendación final de reflexionar sobre este tema, de interrogarse sobre los dos aspectos, preguntándose: «¿Estoy apegado a mis cosas, a mis ideas, cerrado? O ¿estoy abierto al Dios de las sorpresas?». Y también: «¿Soy una persona inactiva, o una persona que camina?». Y, en definitiva, concluyó, «¿creo en Jesucristo y en lo que hizo», es decir «que murió, resucitó... creo que el camino siga adelante hacia la madurez, hacia la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se manifiesta en ellos?».

 



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