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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

 Cuando el Señor exagera

Martes 3 de marzo de 2015

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 10, viernes 6 de marzo de 2015

 

Continúan —siguiendo la liturgia diaria de la Palabra— las reflexiones del Papa Francisco sobre el tema de la conversión. Tras la invitación del lunes «a acusarnos a nosotros mismos, a decirnos la verdad sobre nosotros mismos, a no maquillarnos el alma para convencernos que somos más buenos de lo que realmente somos», en la misa que celebró el martes 3 de marzo en Santa Marta, el Pontífice profundizó «el mensaje de la Iglesia» que «hoy se puede resumir en tres palabras: la invitación, el don y el “fingimiento”». Una invitación que, como se lee en el libro del profeta Isaías (1, 10.16) se refiere precisamente a la conversión: «Oíd la palabra del Señor. Lavaos, purificaos», o sea: «Lo que tenéis dentro y que no es bueno, lo que es malo, lo que está sucio, debe ser purificado».

Ante la petición del profeta: «Apartad de mi vista vuestras malas acciones», «dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien», está quien dice: «Pero, Señor, yo no hago el mal; voy a misa todos los domingos, soy un buen cristiano, doy muchos donativos». A estas personas el Papa Francisco les preguntó idealmente: «¿Tú has entrado en tu corazón? ¿Eres capaz de acusarte a ti mismo por las cosas que encuentras allí?». Y en el momento que se advierte la necesidad de la conversión, nos podemos también preguntar: «¿Cómo puedo convertirme?». La respuesta nos la da la Escritura: «Aprended a hacer el bien».

«La suciedad del corazón», en efecto, destacó el Papa, «no se quita como se quita una mancha: vamos a la tintorería y salimos limpios. Se quita con el obrar». La conversión es «hacer un camino distinto, otro camino distinto al del mal». Otra pregunta: «¿Y cómo hago el bien?». La respuesta la da también el profeta Isaías: «Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda». Indicaciones que, como explicó el Papa Francisco, se comprenden bien en una realidad como la de Israel, donde «los más pobres y los más necesitados eran los huérfanos y las viudas». Para cada uno de nosotros significa: ve «donde están las llagas de la humanidad, donde hay mucho dolor; y así, haciendo el bien, lavarás tu corazón. Tú serás purificado. Esta es la invitación del Señor».

Conversión significa, por lo tanto, que estamos llamados a hacer el bien «a los más necesitados: la viuda, el huérfano, los enfermos, los ancianos abandonados, de los que nadie se acuerda»; pero también «los niños que no pueden ir a la escuela» o los niños «que no saben hacer la señal de la cruz». Porque, puso de relieve con amargura el Pontífice, «en una ciudad católica, en una familia católica hay niños que no saben rezar, que no saben hacer la señal de la cruz». Y, entonces, hay que «ir a ellos» a llevarles «el amor del Señor».

Si hacemos esto, se preguntó el Papa, «¿cuál será el don del Señor?». Él «nos cambiará», dijo retomando la frase con la que el profeta Isaías afirma: «Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana». Incluso ante nuestro miedo y titubeo —«Pero, padre, tengo muchos pecados. He cometido muchos, muchos, muchos, muchos»— el Señor nos confirma: «Si tú vienes por este camino, por el que yo te invito, incluso si vuestros pecados fueran como escarlata, quedarán blancos como nieve».

Comentó el Pontífice: «¡Es una exageración! El Señor exagera; pero es la verdad», porque Dios, ante nuestra conversión, «nos da el don de su perdón» y «perdona generosamente». Dios no se limita a decir: «Yo te perdono hasta aquí, luego veremos lo demás...». Al contrario, «el Señor perdona siempre todo, todo». Pero, puntualizó el Papa Francisco concluyendo su razonamiento, «si quieres ser perdonado» tienes que encaminarte por la «senda de hacer el bien».

Tras el análisis de las primeras dos palabras propuestas al inicio de la homilía —la «invitación», o sea: ponte en camino para convertirte, para hacer el bien; y el «don», es decir: «te daré el perdón más grande, te cambiaré, te purificaré»— el Papa pasó a la tercera palabra, el «fingimiento». Al releer el pasaje del Evangelio de san Mateo (23, 1-12) donde Jesús habla de los escribas y fariseos, el Papa Francisco hizo notar que «también nosotros somos astutos», como pecadores: «siempre encontramos un camino que no es el justo, para aparentar ser más justos de lo que somos: es el camino de la hipocresía».

Precisamente a esto se refiere Jesús en el pasaje propuesto por la liturgia. Él habla «de los hombres a los que les gusta alardear de justos: los fariseos, los doctores de la ley, que dicen las cosas justas, pero hacen lo contrario». A estos «astutos», explicó el Pontífice, les gusta «la vanidad, el orgullo, el poder, el dinero». Y son «hipócritas» porque «fingen convertirse, pero su corazón es una mentira: son mentirosos». En efecto, «su corazón no pertenece al Señor; pertenece al padre de todas las mentiras, a Satanás. Y este es el “fingimiento” de la santidad».

Es una actitud contra la cual Jesús usó siempre palabras muy claras. Él, de hecho, prefería «mil veces» a los pecadores en vez de los hipócritas. Al menos «los pecadores decían la verdad sobre sí mismos: “apártate de mí Señor que soy un pecador”» (Lc 5, 8). Así, recordó el Pontífice, había hecho «Pedro, una vez». Un reconocimiento que, en cambio, no está jamás en la boca de los hipócritas, quienes dicen: «Te agradezco, Señor, porque no soy pecador, porque soy justo» (Lc 18, 11).

Estas son las tres palabras sobre las que hay que «meditar» en esta segunda semana de Cuaresma: «la invitación a la conversión; el don que nos dará el Señor, es decir, un gran perdón»; y «la “trampa”, es decir, “fingir” convertirse y tomar la dirección de la hipocresía». Con estas tres palabras en el corazón se puede participar en la Eucaristía, «nuestra acción de gracias», en la cual se oye «la invitación del Señor: “Ven hacia mí, cómeme. Yo cambiaré tu vida. Sé justo, haz el bien pero, por favor, cuídate de la levadura de los fariseos, de la hipocresía».

 

 



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