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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El último instrumento

Jueves 21 de enero de 2016

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 4, viernes 29 de enero de 2016

 

Contra la envidia, pecado que llega a matar a las personas, Francisco puso en guardia durante la misa celebrada el jueves 21 de enero en la capilla de la Casa Santa Marta.

Tomada del primer libro de Samuel (18, 6-9; 19, 1-7), la primera lectura —observó enseguida el Papa— «relata la entrada del rey Saúl en la ciudad, después de la victoria contra los filisteos», obtenida con el «duelo entre David y Goliat». En verdad, «era la victoria de todo el pueblo». Y por eso el pueblo «hacía fiesta: era casi una fiesta ritual». La Biblia, explicó Francisco, relata «que cuando murió el rey Saúl en la batalla, el ejército entró después del ocaso, en silencio: victorioso, pero no había hecho fiesta porque el rey había muerto». En cambio, esta vez «sí hace fiesta, según la tradición». Y así, se lee en la Escritura, «salieron las mujeres de todas las ciudades», cantando y danzando para festejar la victoria». Es también «un ritual de alegría»: recordemos —dijo Francisco— al rey David, cuando danzaba delante del Arca: cantaban todos, acompañándose con tambores, con gritos de alegría y con sistros».

La Biblia añade también que las mujeres, danzando, cantaban: «Saúl mató sus millares y David sus miríadas». Y eran palabras «que improvisaban en el momento, quizá porque entraba así en el canto». Por tanto, quien había «vencido era el rey: David había matado al filisteo —¡es verdad!—, había sido el instrumento, y el pueblo entendía que el rey era el ungido por el Señor». Así «cantaban: conocían aquella historia de David y lo ponían en el canto».

Pero «Saúl, en lugar de estar contento por esta fiesta, se irritó mucho». Evidentemente «el corazón de Saúl tenía algo malo» —explicó Francisco—, porque «hizo un cálculo: dieron a David miríadas, ¡y a mí millares!». En suma, «era solo un canto, pero lo tomó a mal: ¿por qué?».

La cuestión, prosiguió el Pontífice, es que el corazón de Saúl «tenía algo que ayudó a que se enfadara: era celoso». «Tuvo un ataque de celos» a causa de ese canto. Tanto que la Biblia nos dice, precisamente, que «se irritó mucho». Así su corazón «comenzó a funcionar en esa dirección». Y «termina peor», hasta tal punto que lo induce a pensar: a David «no le falta nada más que el reino». Por eso «desde aquel momento miraba a David con sospecha», imaginando continuamente: «¡Este me traicionará!». Por esta razón, afirmó el Papa, Saúl «tomó la decisión de matar» a David. Y «el motivo no era el canto en cuanto canto; el motivo era el corazón enfermo de celos, que lleva a Saúl a la envidia».

«¡Qué fea es la envidia!», remarcó Francisco. En efecto, se trata de «una actitud, de un pecado feo». Y «en el corazón los celos o la envidia crece como la mala hierba: crece y sofoca la hierba buena». Y así «todo lo que le parece que le hace sombra, le hace mal: no tiene paz. Es un corazón atormentado, es un corazón feo». Y «el corazón envidioso —lo hemos escuchado— lleva a matar, a la muerte».

Por lo demás, la Escritura lo dice claramente: «Por la envidia del diablo ha entrado la muerte en el mundo». No por nada, recordó el Papa, «la envidia es también una de las obras de la carne que los Apóstoles enumeran en sus cartas, cuando dicen: “las obras del Espíritu Santo son estas; las obras de la carne son estas…”». «La envidia mata —reafirmó Francisco— y no tolera que otro tenga algo que yo no tengo». Y siempre causa sufrimiento, «porque el corazón del envidioso o del celoso sufre: es un corazón sufriente». Precisamente «ese sufrimiento lo lleva adelante, a desear la muerte de los demás».

«Cuántas veces en nuestras comunidades —no debemos ir demasiado lejos para ver esto— por celos se mata con la lengua», advirtió Francisco. Así sucede que «uno tiene envidia del otro, y comienzan las habladurías: y las habladurías matan». El pasaje bíblico relata, además, que el rey Saúl, aconsejado por su hijo Jonatán, decide no matar a David. Pero después, «pasado el tiempo, en un exceso de ira, buscó» verdaderamente matarlo, «mientras sonaba el arpa». En suma, la envidia «es una enfermedad que viene, que vuelve».

«Pensando y reflexionando en este pasaje de la Escritura», añadió el Pontífice, «me invito a mí mismo —y a todos— a buscar si en mi corazón hay algo atribuible a los celos o a la envidia, que siempre lleva a la muerte y me impide ser feliz». Porque, prosiguió, «siempre esta enfermedad lleva a mirar lo bueno del otro como si fuera en perjuicio tuyo». Y «este es un pecado feo: es el inicio de tantos, tantos crímenes».

«Pidamos al Señor —prosiguió el Papa— que nos dé la gracia de no abrir el corazón a los celos, de no abrir el corazón a la envidia, porque siempre estas cosas llevan a la muerte». Y recordó, a propósito de esto, la actitud de Pilato: era un hombre «inteligente, y Marco, en el evangelio, dice que Pilato se había dado cuenta de que los jefes de los escribas le habían entregado a Jesús por envidia».

Por tanto, «la envidia —según la interpretación de Pilato, que era muy inteligente, ¡pero cobarde!— es la que llevó a la muerte a Jesús». Y fue «el instrumento, el último instrumento: se lo habían entregado por envidia».

Antes de reanudar la celebración, Francisco pidió «al Señor la gracia de no entregar jamás, por envidia, a la muerte a un hermano, a una hermana de la parroquia, de la comunidad, ni siquiera a un vecino del barrio: cada uno tiene sus pecados, cada uno tiene sus virtudes. Son propias de cada uno». Y al final invitó a «mirar el bien y a no matar con las habladurías por envidia o por celos».


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