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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El tráfico de armas alimenta los conflictos

Jueves 16 de febrero de 2017

 

Fuente: www.osservatoreromano.va

 

«La guerra ha terminado»: el grito de la vecina de casa en Buenos Aires, y el abrazo con mamá Regina, tocaron y conmovieron tan profundamente al pequeño Jorge Mario que está todavía muy vivo en su recuerdo. Es precisamente el grito «la guerra ha terminado» —dijo el Papa Francisco en la misa celebrada el jueves por la mañana, 16 de febrero, en la capilla de Santa Marta— debería ser repetido hoy por cada persona para tener finalmente la paz en el corazón pero también en familia, en el barrio, en el lugar de trabajo y, así, hasta el mundo entero. Porque los conflictos, advirtió el Pontífice, comienzan por las pequeñas cosas y conducen, con «el tráfico de armas», a los «bombardeos de escuelas y hospitales» por «el poder» y «un trozo de tierra más». Es por eso que la paz, afirmó el Papa, es un trabajo artesanal que cada uno de nosotros está llamado a construir cada día y también a invocar con la oración que no es nunca «una formalidad».

En la primera lectura, observó Francisco refiriéndose al pasaje del libro del Génesis (9, 1-13) y también al pasaje de Marcos (8, 27-33), «hay tres palabras, tres figuras, tres imágenes que nos ayudarán a reflexionar, a pensar y a entender mejor lo que Jesús explica en el Evangelio a sus discípulos: la imagen de la paloma, el arco iris y la alianza».

Y de hecho, explicó el Papa, «después del diluvio, la primera imagen es la de la paloma que, después de haber dado varias vueltas, vuelve finalmente con un ramo de olivo en el pico». Y «en ese momento se comenzó a pensar que había terminado la tragedia, había terminado la destrucción y volvía la paz». Precisamente «por esto la paloma con el olivo en el pico es un signo de paz, es el mensaje de Dios a la humanidad». Dios «se arrepintió de esa destrucción y prometió no hacerla más: “Yo quiero la paz”». Así «esta paloma es signo de eso que Dios quería después el diluvio: paz, que todos los hombres estuvieran en paz».

La «segunda figura», afirmó Francisco, es «el arco iris». Sí, ese «arco iris que el mismo Señor hace y dice que es el signo de la alianza que hará: “Este es el signo de la alianza que yo pongo entre vosotros y yo para todas las generaciones futuras. Pongo mi arco en las nubes”, para que sea signo, recuerdo, de esta paz que será alianza».

«La tercera palabra es la alianza» prosiguió el Pontífice. Y de hecho «Dios promete: “Nunca destruiré, nunca, yo nunca, quiero la paz, hago esta alianza con vosotros”, la alianza de la paz». Y, añadió, «Noé hizo sacrificios y esto agradó a Dios».

«La paloma y el arco iris son frágiles» afirmó Francisco. «El arco iris es bonito después de la tormenta, pero después viene una nube, desaparece: es un signo efímero». También «la paloma es frágil porque basta que pase un rapaz hambriento». Esto, recordó el Papa, «lo hemos visto hace dos años desde la ventana, en el Ángelus del domingo, cuando los dos niños soltaron dos palomas: vino una gaviota y las mató». Por tanto, «son signos frágiles». Sin embargo, «la alianza que Dios hace es fuerte, pero nosotros la recibimos, la aceptamos con debilidad». Así «Dios hace la paz con nosotros, pero no es fácil custodiar la paz: es un trabajo de todos los días». Porque «dentro de nosotros aún está esa semilla, ese pecado original, el Espíritu de Caín que por envidia, celos, codicia y voluntad de dominación, hace la guerra, una guerra que hace desaparecer el arco iris, la paloma y destruye la alianza con Dios».

«Hay una cosa de la alianza, una palabra que se repite, la “sangre”» indicó el Pontífice. Al punto que Dios dice «de vuestra sangre pediré cuentas; pediré cuentas a cada ser viviente y preguntaré de la vida del hombre al hombre, a cada uno de su hermano». Por eso, afirmó Francisco, «nosotros somos custodios de los hermanos y cuando hay derramamiento de sangre hay pecado y Dios pedirá cuentas». Hoy, dijo el Papa, «en el mundo hay derramamiento de sangre, hoy el mundo está en guerra: muchos hermanos y hermanas mueren, también inocentes, porque los grandes y los poderosos quieren un trozo más de tierra, quieren un poco más de poder y quiere un poco más de ganancia con el tráfico de armas».

Pero «la palabra del Señor es clara: “De vuestra sangre, o sea de vuestra vida, yo pediré cuentas; pediré cuentas a cada ser viviente y preguntaré de la vida del hombre al hombre, a cada uno de su hermano”». Por eso «también a nosotros —parece estar en paz, aquí— el Señor pedirá cuentas de la sangre de nuestros hermanos y hermanas que sufren la guerra».

A este propósito, el Pontífice sugirió las líneas para un examen de conciencia: «La pregunta que yo haría hoy es: ¿cómo cuido yo la paloma? ¿Qué hago para que el arco iris sea siempre una guía? ¿Qué hago para que no se derrame más sangre en el mundo?». Es evidente, añadió, que «todos nosotros estamos implicados en esto: la oración por la paz no es una formalidad, el trabajo por la paz no es una formalidad». Es más, «la guerra comienza en el corazón del hombre, comienza en casa, en las familias, entre amigos y después va más allá, a todo el mundo». Por tanto, relanzó las líneas para la reflexión personal, «¿qué hago yo cuando siento que viene en mi corazón algo rapaz que quiere destruir la paz? ¿En la familia, en el trabajo, en el barrio, somos sembradores de paz?».

Pregunta crucial, advirtió el Papa, porque «la guerra comienza aquí y termina allí». Sí, «las noticias las vemos en los periódicos o en los telediarios: hoy mucha gente muere y esa semilla de guerra que hace la envidia, los celos, la codicia en mi corazón, es lo mismo – crecido, hecho árbol – que la bomba que cae en un hospital, en una escuela y mata a los niños, ¡es lo mismo!». Porque realmente «la declaración de guerra empieza aquí, en cada uno de nosotros». De aquí la importancia de plantearse a sí mismo la pregunta «¿cómo custodio yo la paz en mi corazón, en mi intimidad, en mi familia?». Porque se trata «no solo de custodiar la paz» sino también de «hacerla con las manos, artesanalmente, todos los días. Así lograremos hacerla en el mundo entero».

«La paloma, el arco iris, la sangre», por tanto. Y «no es necesario derramar sangre de los hermanos: solamente una sangre ha sido derramada una vez para siempre, es de la que habla Jesús en el Evangelio: “El hijo del hombre será asesinado!». Y precisamente «la sangre de Cristo es la que hace la paz, pero no esa sangre que yo hago con mi hermano, con mi hermana y que hacen los traficantes de armas o los poderosos de la tierra en las grandes guerras». Por esto, insistió Francisco, «es necesaria la paz», son necesarias «la paloma, el arco iris y la alianza de paz». Al respecto el Papa quiso compartir su recuerdo personal, una «anécdota, porque es una cosa que me hace bien recordar: era niño, tenía cinco años y, recuerdo, comenzó a sonar la alarma de los bomberos, después de los periódicos y en la ciudad». Y «esto se hacía para atraer la atención sobre un hecho o una tragedia u otra cosa. Y enseguida escuché a la vecina de casa que llamaba a mi madre: “¡Señora Regina, ven, ven, ven!”. Y mi madre salió un poco asustada: “¿Qué ha sucedido?”. Y esa mujer desde la otra parte del jardín le decía: “¡Ha terminado la guerra!” y lloraba. Y vi a estas dos mujeres abrazarse, besarse, llorar juntas porque esa guerra había terminado».

En conclusión, el Pontífice pidió «que el Señor nos dé la gracia de poder decir “ha terminado la guerra” llorando: “Ha terminado la guerra en mi corazón, ha terminado la guerra en mi familia, ha terminado la guerra en mi barrio, ha terminado la guerra en mi lugar de trabajo, ha terminado la guerra en el mundo”». Y así serán más fuertes «la paloma, el arco iris y la alianza».

 



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