Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

VISITA PASTORAL A CAGLIARI

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Largo Carlo Felice, Cagliari
Domingo 22 de septiembre de 2013

 

Queridos jóvenes de Cerdeña:

Parece que hay algunos jóvenes, ¿no? Algunos. ¿Algunos o muchos? ¡Son muchos!

Gracias por haber venido tan numerosos a este encuentro. Y gracias a los «portavoces». Veros me hace pensar en la Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro: algunos de vosotros estabais allí, pero muchos seguramente la siguieron por televisión e internet. Fue una experiencia muy bonita, una fiesta de la fe y de la fraternidad, que llena de alegría. La misma alegría que sentimos hoy. Damos gracias al Señor y a la Virgen María, Nuestra Señora de Bonaria: es ella quien nos ha hecho encontrarnos aquí. Invocadla con frecuencia, es una mamá buena, ¡os lo aseguro! Algunas de vuestras «preguntas», los interrogantes... pero, también yo hablo aquí un dialecto. Algunas de vuestras preguntas van en la misma dirección. Pienso en el Evangelio en la orilla del lago de Galilea, donde vivían y trabajaban Simón —a quien luego Jesús llamará Pedro— y su hermano Andrés, junto a Santiago y Juan, también ellos hermanos, todos pescadores. Jesús estaba rodeado por la multitud que quería escuchar su palabra; vio a aquellos pescadores junto a las barcas mientras limpiaban las redes. Subió a la barca de Simón y le pidió alejarse un poco de la orilla, y así, estando sentado en la barca, hablaba a la gente. Jesús, en la barca, hablaba a la gente. Cuando terminó, pidió a Simón remar mar adentro y echar las redes. Esta petición era una prueba para Simón —escuchad bien la palabra: una «prueba»— porque Él y los demás acababan de regresar después de una noche de pesca fallida. Simón es un hombre práctico y sincero, y dice inmediatamente a Jesús: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada».

Este es el primer punto: la experiencia del fracaso. En vuestras preguntas estaba esta experiencia: el Sacramento de la Confirmación —¿cómo se llama este Sacramento? La Confirmación... ¡no! Ha cambiado el nombre: «Sacramento del adiós». Lo reciben y se marchan de la Iglesia: ¿es verdad o no? Esta es una experiencia de fracaso. La otra experiencia de fracaso: los jóvenes que no están en la parroquia, vosotros habéis hablado de esto. Esta experiencia del fracaso, algo que marcha mal, una desilusión. En la juventud se proyecta hacia adelante, pero algunas veces sucede que se vive un fracaso, una frustración: es una prueba, y es importante. Ahora yo quiero hacer una pregunta a vosotros, pero no respondáis en voz alta, sino en silencio. Que cada uno piense en su corazón, pensad en las experiencias de fracaso que habéis tenido, pensad. Es verdad: todos nosotros las tenemos, todos nosotros las tenemos.

En la Iglesia experimentamos esto muchas veces: los sacerdotes, los catequistas, los animadores luchan mucho, gastan muchas energías, se entregan totalmente, y al final no ven resultados que correspondan con sus esfuerzos. Lo han dicho también vuestros «portavoces» en las dos primeras preguntas. Hacían referencia a las comunidades donde la fe se presenta un poco desabrida, no participan activamente muchos fieles en la vida de la Iglesia, se ven cristianos a veces cansados y tristes, y muchos jóvenes, tras haber recibido la Confirmación, se van. El Sacramento de la despedida, del adiós, como he dicho. Es una experiencia de fracaso, una experiencia que nos deja vacíos, nos desalienta. ¿Es verdad o no? [Sí, responden los jóvenes] ¿Es verdad o no? [Sí, responden una vez más].

Ante esta realidad, justamente os preguntáis: ¿qué podemos hacer? Ciertamente una cosa que no se debe hacer es dejarse vencer por el pesimismo y por la desconfianza. Cristianos pesimistas: ¡esto no es bueno! Vosotros, jóvenes, no podéis y no debéis estar sin esperanza, la esperanza forma parte de vuestro ser. Un joven sin esperanza no es joven, ha envejecido demasiado pronto. La esperanza forma parte de vuestra juventud. Si vosotros no tenéis esperanza, pensad seriamente, pensad seriamente... Un joven sin alegría y sin esperanza es preocupante: no es un joven. Y cuando un joven no tiene alegría, cuando un joven siente la desconfianza de la vida, cuando un joven pierde la esperanza, ¿dónde va a encontrar un poco de tranquilidad, un poco de paz, sin confianza, sin esperanza, sin alegría? Vosotros lo sabéis, estos mercaderes de muerte, quienes venden muerte te ofrecen un camino para cuando estáis tristes, sin esperanza, sin confianza, sin valor. Por favor, no vendas tu juventud a estos que venden muerte. Vosotros me entendéis de qué estoy hablando. Todos vosotros lo comprendéis: ¡no vendáis!

Volvamos a la escena del Evangelio: Pedro, en ese momento crítico, se juega a sí mismo. ¿Qué habría podido hacer? Podría haber dejado lugar al cansancio y a la desconfianza, pensando que es inútil y que es mejor retirarse e ir a casa. En cambio, ¿qué hace? Con valor, sale de sí mismo y elige fiarse de Jesús. Dice: «Bah, está bien: Por tu palabra, echaré las redes». ¡Atención! No dice: con mis fuerzas, con mis cálculos, con mi experiencia de experto pescador, sino «por tu palabra», por la palabra de Jesús. Y el resultado es una pesca increíble, las redes se llenaron, en tal medida que casi se rompieron.

Este es el segundo punto: fiarse de Jesús, fiarse de Jesús. Cuando digo esto quiero ser sincero y deciros: yo no vengo aquí a venderos un espejismo. Vengo aquí a decir: existe una Persona que puede llevaros adelante: ¡fíate de Él! ¡Es Jesús! ¡Fíate de Jesús! Jesús no es un espejismo. Fiarse de Jesús. El Señor está siempre con nosotros. Viene a la orilla del mar de nuestra vida, se hace cercano a nuestros fracasos, a nuestra fragilidad, a nuestros pecados, para transformarlos. No dejéis nunca de volver a poneros en juego, como buenos deportistas —algunos de vosotros lo saben bien por experiencia— que saben afrontar el cansancio del entrenamiento para alcanzar los resultados. Las dificultades no deben asustaros, sino impulsaros a ir más allá. Sentid dirigidas a vosotros las palabras de Jesús: ¡Remad mar adentro y echad las redes, jóvenes de Cerdeña! ¡Remad mar adentro! Sed cada vez más dóciles a la Palabra del Señor: es Él, es su Palabra, es el seguimiento lo que hace fructuoso vuestro compromiso de testimonio. Cuando los esfuerzos para despertar la fe entre vuestros amigos parecen inútiles, como la fatiga nocturna de los pescadores, recordad que con Jesús todo cambia. La Palabra del Señor llenó las redes, y la Palabra del Señor hace eficaz el trabajo misionero de los discípulos. Seguir a Jesús es comprometedor, quiere decir no contentarse con pequeñas metas, con pequeño cabotaje, sino apuntar alto con valentía.

No es bueno —no es bueno— detenerse en el «no hemos recogido nada», sino ir más allá, ir al «rema mar adentro y echa las redes» de nuevo, sin cansarnos. Jesús lo repite a cada uno de vosotros. Y es Él quien dará la fuerza. Existe la amenaza del lamento, de la resignación. Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la «diosa lamentación». Vosotros, ¿seguís a la «diosa lamentación»? ¿Os lamentáis continuamente, como en una velada fúnebre? No, los jóvenes no pueden hacer eso. La «diosa lamentación» es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra «barca» y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos ni preocuparse por verificar si la realidad que os rodea coincide con vuestras seguridades. Remad mar adentro, salid de vosotros mismos; salir de nuestro pequeño mundo y abrirnos a Dios, para abrirnos cada vez más también a los hermanos. Abrirnos a Dios nos abre a los demás. Abrirse a Dios y abrirse a los demás. Dar algún paso más allá de nosotros mismos; pequeños pasos, pero dadlos. Pequeños pasos, saliendo de vosotros mismos hacia Dios y hacia los demás, abriendo el corazón a la fraternidad, a la amistad, a la solidaridad.

Tercero —y concluyo: es un poco largo—: «Echad vuestras redes para la pesca» (v. 4). Queridos jóvenes sardos, la tercera cosa que quiero deciros, y así respondo a las otras dos preguntas, es que también vosotros estáis llamados a llegar a ser «pescadores de hombres». No dudéis en entregar vuestra propia vida para testimoniar el Evangelio con alegría, especialmente a vuestros coetáneos. Quiero contaros una experiencia personal. Ayer cumplí el sexagésimo aniversario del día en que sentí la voz de Jesús en mi corazón. Pero esto lo digo no para que hagáis un pastel, aquí, no, no lo digo por eso. Pero es un recuerdo: sesenta años desde aquel día. No lo olvido nunca. El Señor me hizo sentir con fuerza que debía ir por ese camino. Tenía diecisiete años. Pasaron algunos años antes de que esta decisión, esta invitación, llegase a ser concreta y definitiva. Después pasaron muchos años con algunos acontecimientos, de alegría, pero muchos años de fracasos, de fragilidad, de pecado... sesenta años por el camino del Señor, siguiéndole a Él, junto a Él, siempre con Él. Sólo os digo esto: ¡no me he arrepentido! ¡No me he arrepentido! ¿Por qué? ¿Porque me siento Tarzán y soy fuerte para seguir adelante? No, no me he arrepentido porque siempre, incluso en los momentos más oscuros, en los momentos del pecado, en los momentos de la fragilidad, en los momentos del fracaso, he mirado a Jesús y me fié de Él, y Él no me ha dejado solo. Fiaos de Jesús: Él siempre va adelante, Él va con nosotros. Pero, escuchad, Él no desilusiona nunca. Él es fiel, es un compañero fiel. Pensad, este es mi testimonio: estoy feliz por estos sesenta años con el Señor. Una cosa más: seguid adelante.

¿He hablado demasiado largo? [No, responden los jóvenes] Permanezcamos unidos en la oración. Ir por esta vida con Jesús: lo hicieron los santos.

Los santos son así: no nacen ya perfectos, ya santos. Llegan a serlo porque, como Simón Pedro, se fían de la Palabras del Señor y «reman mar adentro». Vuestra tierra dio muchos testimonios, incluso recientes: las beatas Antonia Mesina, Gabriella Sagheddu, Giuseppina Nicoli; los siervos de Dios Edvige Carboni, Simonetta Tronci y don Antonio Loi. Son personas comunes, que en lugar de lamentarse «echaron las redes para la pesca». Imitad su ejemplo, encomendáos a su intercesión, y sed siempre hombres y mujeres de esperanza. ¡Ningún lamento! ¡Ningún desaliento! Nada de abatirse, nada de ir a comprar consolación de muerte: ¡nada! ¡Seguir adelante con Jesús! Él no falla nunca, Él no desilusiona, Él es leal.

Rezad por mí. Que la Virgen os acompañe.

[Una firme condena por la masacre de cristianos en Pakistán expresó el Papa el domingo 22 de septiembre, por la tarde, como conclusión del encuentro con los jóvenes de Cerdeña.]

Queridos jóvenes:

Antes de dar la bendición quería deciros otra cosa. Cuando os decía que sigáis adelante con Jesús, es para construir, para hacer cosas buenas, para llevar adelante la vida, ayudar a los demás, para construir un mundo mejor y de paz. Pero hay opciones equivocadas, elecciones erróneas, porque existen opciones de destrucción. Hoy, en Pakistán, por una opción equivocada, de odio, de guerra, tuvo lugar un atentado y murieron 70 personas. Este camino no funciona, no sirve. Sólo la senda de la paz, que construye un mundo mejor. Pero si no lo hacéis vosotros, si no lo hacéis vosotros, no lo hará otro. Este es el problema, y esta es la pregunta que os dejo: «¿Estoy dispuesto, estoy dispuesta a seguir este camino para construir un mundo mejor?». Sólo esto. Recemos un Padrenuestro por todas estas personas que murieron en este atentado en Pakistán.

Que la Virgen nos ayude siempre a trabajar por un mundo mejor, a seguir el camino de la construcción, la senda de la paz, y nunca el camino de la destrucción y el camino de la guerra.

Os bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por favor, rezad por mí. ¡Hasta la vista!



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana