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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS DIRIGENTES Y PERSONAL DE LA JEFATURA DE POLICÍA DE ROMA
Y DE LA DIRECCIÓN CENTRAL DE SANIDAD

Aula Pablo VI
Viernes, 25 de mayo de 2018

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Señor Jefe de Policía,
distinguidas Autoridades,
queridos familiares de las víctimas del terrorismo y del deber,
queridos funcionarios, agentes y personal civil de la Policía de Estado:

Os doy la bienvenida y agradezco al Jefe de la Policía sus palabras. A él y a todos vosotros os expreso nuevamente mi reconocimiento a la Policía de Estado por el servicio que presta al Papa y a la Iglesia.

Cuando vuestro capellán me solicitó una audiencia para los funcionarios de la Policía de Estado de la Comisaría de Roma y la Dirección Central de Sanidad del Departamento de la Seguridad Pública junto a sus familias, me alegré inmediatamente. Encontraros, con vuestros hijos, vuestras mujeres, maridos, padres, ¡me da alegría! Miraros a los ojos, daros la mano, acariciar a vuestros niños ensancha los corazones, nos acerca y nos une en la alabanza y en el agradecimiento al Señor. ¡Gracias por haber venido con vuestras familias, gracias!.

La familia es la primera comunidad donde se enseña y se aprende a amar. Y también es el contexto privilegiado en el que se enseña y se aprende la fe, se aprende a hacer el bien. Y estas cosas, la fe, el amor, hacer el bien, se aprenden solamente “en dialecto”, el dialecto de la familia. No se aprenden en otro idioma. Se aprenden en dialecto, el dialecto de la familia, La buena salud de la familia es decisiva para el futuro del mundo y de la Iglesia, considerando los múltiples retos y dificultades que hoy se presentan en la vida de cada día. Efectivamente, cuando se encuentra una realidad amarga, cuando se siente el dolor, cuando irrumpe la experiencia del mal o de la violencia, es en la familia, en su comunión de vida y amor que todo se puede comprender y superar.

La familia misma, así como toda realidad humana, está marcada por el sufrimiento. Muchas páginas de la Biblia lo demuestran: la violencia fratricida de Caín sobre Abel, las peleas entre los hijos y las mujeres de Abraham, Isaac y Jacob, las tragedias que afectan a David, el sufrimiento de Tobías, el dolor de Job. También la vida de la Santa Familia conoció contradicciones dolorosas, como la huida de María y José que fueron exiliados en Egipto con el niño Jesús. María meditaba sobre todas estas experiencias en su corazón, y Jesús, hijo de Dios e hijo de María, por su parte ve, escucha, sufre y se alegra, experimentando en su corazón las vicisitudes de las personas que encuentra: la suegra de Pedro que está en la cama enferma, Marta y María que lloran por la muerte de su hermano Lázaro, la viuda de Naim que perdió a su único hijo, el centurión afectado por la grave enfermedad de un ser querido… Jesús siempre es capaz de medirse con las personas que le imploran por su salud o que lloran desconsoladas.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia también, en su camino cotidiano, conoce las ansiedades y las tensiones de la familia, los conflictos de generaciones, las violencias domésticas, las dificultades económicas, la precariedad del trabajo… Reflejándose cada día en el Evangelio, la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo para estar cerca de las familias, como compañera de viaje, sobre todo de las que atraviesan por alguna crisis o viven algún dolor, y también para indicar el destino final, donde la muerte y el dolor desaparecerán para siempre.

Durante el camino de la vida Jesús nunca nos abandona: Él sigue y acompaña con misericordia a todos los seres humanos, en particular a las familias, que santifica en el amor. Su presencia se manifiesta por medio de la ternura, de las caricias, del abrazo de una madre, de un padre, de un hijo. La familia es el lugar de la ternura. Por favor, ¡no perdáis nunca la ternura! Y en esta época falta de ternura, hay que reencontrarla, y la familia puede ayudarnos ahora. Por esta razón en las Escrituras Dios se muestra padre así como madre que cuida y se inclina en el gesto de acercar al seno y dar de comer.

La Iglesia, como una madre cariñosa, nos enseña a permanecer firmes en Dios, ese Dios que nos ama y nos sostiene. A partir de esta experiencia interior fundamental es posible llegar a sostener todas las contrariedades y las vicisitudes de la vida, las agresiones del mundo, las infidelidades y los defectos nuestros y de los demás. Y solo partiendo de esa sólida experiencia interior podemos ser santos en la perseverancia del bien, que con la gracia de Dios vence todo mal.

También la fe se transmite en la familia. Aquí se aprende a rezar, la oración humilde, simple y al mismo tiempo abierta hacia la esperanza, acompañada por la alegría, la alegría verdadera, que procede de una armonía entre las personas, de la belleza de estar juntos y apoyarnos el uno al otro en el camino de la vida, aunque conscientes de todos nuestros límites.

La época en que vivimos está caracterizada por profundos cambios. Lo experimentáis continuamente en vuestro trabajo, sea en las investigaciones que en las calles, especialmente en un ciudad como Roma. Y la experiencia familiar os ayuda también en esto, porque os da equilibrio humano, sabiduría, valores a seguir. Una buena familia transmite también los valores civiles, educa a sentirse parte del cuerpo social, a comportarse como ciudadanos leales y honestos. Una nación no se rige si las familias no cumplen esta tarea. La primera educación cívica se recibe ―también esa en dialecto― en la familia.

Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por esta visita y os acompaño con mi grato recuerdo en la oración. ¡Qué la Familia de Nazaret y San Miguel Arcángel, vuestro patrón, ayuden a todas vuestras familias y a la grande familia de la Policía de Estado!. ¡Gracias!

Recemos a la Virgen, nuestra Madre, para que bendiga a todos los policías, a las familias de los policías y los ayude a salir adelante con valor, mansedumbre y ternura.

[Ave María y bendición]


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 25 de mayo de 2018.

 



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