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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 5 de mayo de 1991

 

1. La celebración del centenario de la encíclica Rerum novarum, publicada por León XIII el 15 de mayo de 1891, ha suscitado numerosas iniciativas en Roma y en diversas partes del mundo. Entre éstas, deseo recordar la celebración solemne que se realizará el 15 de mayo próximo a cargo del Pontificio Consejo «justicia y paz».

Todas estas iniciativas, como las ya realizadas en los decenios pasados, son expresión concreta de aquella verdad por la que la Iglesia está presente en el mundo para servir a los hombres y para acompañarlos en su camino hasta la eternidad.

2. La Iglesia, consciente de su propia misión salvífica hacia los individuos y la sociedad, en particular hacia aquellos que, a causa de sus condiciones económicas y sociales, tienen necesidad de ayuda para proveer a su vida de modo adecuado a su dignidad de hijos de Dios, siempre se ha interesado, como es debido, por la realidad histórica y humana. Haciendo esto, quiere imitar el comportamiento de su fundador, Jesucristo, que amó y tuvo preferencia en especial por los «pobres».

3. En los evangelios y en los demás textos del Nuevo Testamento, la pobreza no se presenta simplemente como una condición de vida, sino como una dimensión del espíritu; de allí brota el empeño de una presencia de la Iglesia en el mundo de los pobres; presencia que, desde el comienzo y a lo largo de los siglos, se ha traducido en iniciativas concretas de caridad.

Todo esto ha dado origen a la «doctrina social» de la Iglesia, cuyo contenido fundamental se puede resumir en las palabras comunión, participación y solidaridad.

Oremos para que el Señor conceda a los cristianos y a la Iglesia de nuestro tiempo la gracia del desapego de las riquezas, para un testimonio siempre generoso de justicia y de caridad.

4. A este testimonio estamos llamados también en estos días en que la humanidad, desde América hasta Asia, ha sido golpeada por una serie de catástrofes naturales que han sembrado destrucción y muerte: desde los terremotos en América Central, en Georgia y Armenia, hasta el ciclón que, con violencia inusitada, se abatió contra las poblaciones de Bangladesh, ya duramente probadas por condiciones de vida de gran pobreza. A las numerosísimas víctimas provocadas por estos terribles desastres, se han agregado luego las causadas por la violencia política: los armenios en Azerbaiján, y los croatas y serbios en Yugoslavia.

El grito de dolor de muchos hermanos y hermanas encuentra un eco profundo en mi ánimo. Dirijo mi palabra de consuelo a los familiares de las víctimas y exhorto a todos los hombres de buena voluntad a realizar gestos de solidaridad hacia las poblaciones turbadas por esas tragedias. Renuevo, además, un llamamiento apremiante a fin de que cesen los conflictos étnicos y se intensifiquen los esfuerzos por hallar soluciones justas y pacíficas a los problemas existentes.

Que María, Reina de los afligidos, interceda por nosotros y nos obtenga la paz suspirada.

* * *

Después del Ángelus

Saludo ahora muy cordialmente a los integrantes de las Comunidades Neocatecumenales procedentes de Las Palmas, Islas Canarias, presentes en Roma para hacer su profesión de fe ante la tumba del Apóstol San Pedro. En vuestro camino de intensa vida cristiana, quiero alentaros a que seáis siempre testimonio de oración, de caridad, de servicio a los hermanos y de viva comunión eclesial. Con estos deseos os imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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