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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de julio de 1993

 

1. Hace exactamente un mes se reunió en Balamand (Líbano) la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas.

El patriarca greco-ortodoxo de Antioquía, a quien va la expresión de mi estima y mi agradecimiento, acogió esa reunión con loable espíritu de fraternidad afectuosa.

Antes de dicha reunión, yo había invitado a elevar oraciones por su éxito. Quisiera renovar hoy mi llamamiento a orar por la causa ecuménica.

En efecto, durante este verano se han programado nuevas reuniones ecuménicas con otras Iglesias y comunidades eclesiales: a ellas se dirige la mirada de cuantos se preocupan por alcanzar la unidad plena entre los cristianos.

«Que todos sean uno [...], para que el mundo crea» (Jn 17, 21): obedeciendo a la voluntad del Señor, con la mirada fija en la meta, proseguimos la búsqueda de la unidad plena, búsqueda paciente, perseverante y confiada, a pesar de las dificultades objetivas.

2. Sabemos bien cuál es la dinámica intrínseca del diálogo ecuménico. El concilio Vaticano II nos lo recordó explícitamente: «Este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas y la capacidad humana». Por eso el Concilio afirmó que ponía «toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros y en la virtud del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 24).

No nos maravilla, por tanto, la afirmación de los padres conciliares, según los cuales la oración forma parte del núcleo central que constituye «como el alma de todo el movimiento ecuménico» (ib., 8).

De hecho, la oración es la que imprime a ese movimiento la orientación segura y le obtiene la luz necesaria para tener siempre claro el objetivo y discernir los caminos que hay que recorrer y los medios que hay que emplear. Asimismo —y es lo que más cuenta—, impetra de Dios la fuerza interior y la valentía para llevar a la práctica ese compromiso evangélico.

Rezar es posible para todos. Por consiguiente, cada uno puede participar de modo eficaz en esa búsqueda ecuménica: no sólo las personas implicadas directamente en ella, sino también todos los que se preocupan por el anhelo de Cristo: «Un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16).

3. Por esa razón, quisiera exhortaros hoy a vosotros aquí presentes, y a todos los católicos esparcidos por el mundo, a intensificar la oración común por el progreso de los múltiples diálogos en curso. Que el Señor nos conceda comprender cada vez mejor su voluntad y cumplirla con fidelidad en nuestro tiempo, mientras nos preparamos al tercer milenio. Que llegue pronto el momento del restablecimiento de la unidad plena entre todos los cristianos, de suerte que se haga una doxología grande y concorde al único Señor.

El Espíritu de Dios conceda a todos la luz y la perseverancia necesarias para trabajar por la consecución de la unidad plena, allí donde cada uno vive y actúa.

Para ese fin, contamos con la intercesión celestial de la Madre de Dios, a quien invocamos con amor filial.

* * *

Después del Ángelus

Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos y visitantes de los diversos países de América Latina y de España.

Mientras os encomiendo a la materna protección de la Santísima Virgen, imparto a vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.



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