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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 5 de marzo de 2000

 

1. Antes de concluir esta solemne celebración eucarística, quisiera dar gracias al Señor una vez más por el edificante testimonio que dieron nuestros hermanos y hermanas en la fe, a quienes he tenido la alegría de proclamar beatos.

Que su testimonio os anime a todos vosotros, queridos peregrinos, que habéis venido a honrarlos. A vosotros os dirijo un afectuoso saludo y os agradezco vuestra presencia, deseándoos que vuestra peregrinación jubilar y vuestro paso por la Puerta santa os ayuden a seguir con profunda fidelidad el Evangelio, según el ejemplo de las hermanas y los hermanos elevados hoy a la gloria de los altares.

2. Dirijamos ahora nuestra mirada a la Reina de los mártires, a quien los nuevos beatos veneraron con gran devoción. Que María nos ayude a vivir intensamente el tiempo cuaresmal, que empezará el próximo miércoles con la imposición de la ceniza.

Encomiendo a la Virgen santísima las numerosas peticiones de oración que llegan de todas partes. En particular, mi pensamiento se dirige a las poblaciones de Mozambique, que están viviendo una tragedia de proporciones inauditas a causa de las graves inundaciones que han azotado una vasta parte de su territorio. La solidaridad internacional se ha prodigado sin pausa durante estos días, pero aún queda mucho por hacer. Animo a todos a proseguir generosamente la labor de socorro para aliviar de todos los modos posibles la situación dramática de esos hermanos nuestros.

Quisiera, además, recordar a las víctimas del reciente y trágico hundimiento de la nave española "Zafir". Al mismo tiempo que invoco la misericordia del Señor para cuantos han muerto, expreso mi deseo de que se haga todo lo posible a fin de recuperar los cuerpos de los marineros dispersos y restituirlos a sus familias, para que reciban una digna sepultura.

 



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