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MISA PARA LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO MAYOR DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Paulina del Vaticano
Martes 14 de octubre de 1980

 

¡Queridísimos seminaristas del seminario romano mayor!

Os expreso mi paterna alegría por la ocasión que aquí os reúne: termináis vuestros ejercicios espirituales en torno al altar del Señor con una celebración litúrgica con el Papa, vuestro Obispo. Os doy las gracias por la alegría que me proporcionáis; y pienso que estaréis bien dispuestos a dejar entrar en vuestra alma, sin ninguna condición, todas esas iluminaciones y exhortaciones que en estos días os han venido del Espíritu Santo mediante la palabra del predicador; por tanto, deseo que sepáis traducir en la práctica los oportunos propósitos para un ulterior avance en el camino de la perfección espiritual, a la que el Señor os llama no sólo como cristianos, sino también y sobre todo como candidatos al sacerdocio.

Si para mí es siempre motivo de alegría y consuelo encontrarme con todos los jóvenes (¡y en todos mis viajes no dejo de hacerlo!), lo es aún más encontrarme con vosotros, jóvenes seminaristas de mi diócesis de Roma, a los que amo realmente como a las pupilas de mis ojos, porque veo en vosotros a los futuros colaboradores del Sucesor de Pedro en la sede romana. Y esta alegría que veo brillar también en vuestros ojos y que comparto con vosotros en este momento litúrgico, parece encontrar un eco significativo en la Palabra de Dios que acaba de ser proclamada. En efecto, en la primera lectura, San Pablo nos exhorta a que vivamos "alegres con la esperanza" (Rom 12, 12), y a alegrarnos "con los que se alegran" (Rom 12, 15). El Salmo responsorial nos indica la raíz de estos sentimientos: "En tu voluntad está mi alegría" (Sal 118, 16). Y por último, el Evangelio, con la narración de la parábola de los talentos, mientras nos alienta al empleo generoso de todas nuestras energías, nos señala al mismo tiempo la meta final, que es la consecución y la consumación de la alegría perfecta: "Siervo bueno y fiel..., entra en el gozo de tu señor" (cf. Mt 25, 21-23).

Todo esto indica un estilo de vida, dice sobre todo con qué espíritu el candidato al sacerdocio debe emprender su exigente itinerario espiritual. Este espíritu tiene que manifestarse en los diversos quehaceres de la vida cotidiana, en una gozosa donación de sí mismo, hecha de optimismo, de entusiasmo y de empuje para comprender mejor hoy la Buena Nueva que estáis llamados a vivir en la intimidad de vuestra alma y de vuestro seminario, y para comunicar mejor mañana al pueblo cristiano "el gozo de su salvación" (Sal 50, 14).

Sólo esta riqueza interior os dará la fuerza para responder fielmente a una llamada tan exigente como es la sacerdotal, que no os promete nada de lo que el mundo considera atrayente, sino al contrario, os pide generosidad, renuncia a uno mismo, sacrificio y, a veces, incluso heroísmo. En esta visión, el mismo celibato, que a los ojos del mundo profano puede parecer negativo, se convierte en consoladora expresión de amor único, incomparable e inextinguible hacia Cristo y las almas, a quienes asegura total disponibilidad en el ministerio pastoral.

Si estáis animados por ese espíritu sabréis alejaros de ciertas formas de comportamiento vacío y estéril, que tiende más a disgregar y destruir que a edificar y realizar; encontraréis la capacidad de saberos someter tanto a la necesaria disciplina y a la obediencia debida a vuestros superiores, como a la mortificación voluntariamente escogida por vosotros; en una palabra, sabréis ser decididos y prudentes en la conducta moral, dando a vuestro sello espiritual tal energía de fidelidad que no os deje retroceder frente a las dificultades que inevitablemente se presentarán en vuestro camino.

Hijos carísimos: El tiempo de vuestra preparación al sacerdocio os permitirá realizar todo esto si tenéis esta gozosa y, por tanto, desinteresada visión de los deberes que os esperan: sabed aprovecharla sobre todo en la oración y en la meditación de la Sagrada Escritura, para tener siempre esa reserva espiritual que es necesaria para desarrollar mañana la misión que la Iglesia tiene intención de confiaros. "Aprovechad estos años en el seminario —como ya dije a los seminaristas de Guadalajara— para llenaros de los sentimientos del mismo Cristo... Veréis cómo, a medida que va madurando vuestra vocación en esta escuela, vuestra vida irá asumiendo gozosamente una marca específica, una indicación bien precisa: la orientación a los demás... De este modo, lo que humanamente podría parecer un fracaso, se convierte en un radiante proyecto de vida, ya examinado y aprobado por Jesús: no existir para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20, 28)" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 6).

Y ahora, mientras presentamos al Padre la ofrenda que se convertirá en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Divino, roguémosle juntos para que nos conceda todas estas gracias, por la intercesión de la Virgen Santísima, Madre de la Confianza y celestial Patrona de vuestro seminario. Amén.

 



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