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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL WU CHENG-CHUNG, OBISPO DE HONG KONG,
CON MOTIVO DE LA VUELTA DE LA COLONIA
A LA SOBERANÍA CHINA

 

A mi venerado hermano
el cardenal John Baptist WU CHENG-CHUNG
obispo de Hong Kong

La vuelta de Hong Kong a la soberanía china el próximo día 1 de julio es un acontecimiento realmente histórico para el pueblo chino, pero también es un momento importante y significativo para la comunidad diocesana, encomendada a su solicitud pastoral. Por ello, es un evento que se debe vivir con espíritu de fe, en una actitud de oración y confianza en la divina Providencia, que guía misteriosamente el curso de la historia humana.

En sus 156 años de existencia, primero como prefectura apostólica, luego como vicariato apostólico y, por último, como diócesis, la Iglesia que está en Hong Kong ha crecido en dignidad y se ha ganado un respeto cada vez mayor en la sociedad por su generoso servicio al pueblo. El anuncio de la buena nueva del amor de Dios Padre, que se manifestó en Jesucristo, y la solidaridad con el hombre y con su historia, han sido y siguen siendo las bases principales de la presencia católica en Hong Kong: una presencia activa en muchos campos, encaminada a promover los valores religiosos, morales, culturales y sociales a través de una vasta red de organismos diocesanos, comunidades religiosas, instituciones educativas y centros caritativo-asistenciales, apreciados por todos.

En esta obra admirable, a los católicos de Hong Kong les ha impulsado el espíritu evangélico que el apóstol Pedro expresó con las palabras que dirigió al tullido en la puerta del templo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, camina» (Hch 3, 6). En efecto, la Iglesia, cumpliendo su misión en el mundo, «no se mueve por ninguna ambición terrena; sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra de Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (Gaudium et spes, 3).

Este servicio de evangelización y de solidaridad concreta no debe disminuir; y estoy seguro de que crecerá ahora que la diócesis de Hong Kong está llamada, mucho más que antes, a ser dentro de la nación china «la ciudad situada en la cima de un monte» y «la lámpara colocada sobre el candelero» (cf. Mt 5, 14-15). En la nueva situación histórica, la misión de la comunidad católica consistirá en acompañar a todos en el camino hacia ulteriores conquistas en el progreso social, en la paz y en la solidaridad.

Apoyo con mi oración a su eminencia, a los obispos que colaboran con usted, a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a la comunidad diocesana, así como a todas las personas de buena voluntad. Mi pensamiento se dirige también a todos los católicos de la China continental, que en estos días están particularmente unidos a sus hermanos y hermanas en la fe que viven en Hong Kong. Sobre todos vosotros invoco la abundancia de los dones del Espíritu Santo y la protección de María, Auxilio de los cristianos.

Con este deseo, le envío a usted, venerable hermano, mi saludo afectuoso y le pido que transmita la seguridad de mi cercanía espiritual, mediante la oración, a los que el 1 de julio participen con usted en la solemne concelebración eucarística en la catedral, y a todas las personas que están viviendo este histórico acontecimiento. A cada uno de los miembros de su querida comunidad católica imparto de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 24 de junio de 1997, solemnidad de san Juan Bautista

IOANNES PAULUS PP. II

 



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