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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
AL PUEBLO MEXICANO

 

Queridos Hermanos e hijos de México:

Al cumplirse el primer aniversario de mi visita a vuestro País, quiero haceros llegar mi palabra de saludo, de recuerdo, de agradecimiento y de aliento en el camino del bien.

El beso que estampé a mi llegada a la sierra mexicana quería ser un sincero homenaje a la Nación y una prueba de afecto y estima, que iniciaba aquel intenso intercambio de sentimientos que, en gozosa sintonía de corazones, fue manifestándose, durante mi permanencia en la ciudad de México, en Puebla, Oaxaca, Guadalajara y Monterrey, extendiéndose desde allí a todos los hogares mexicanos.

Al evocar ahora aquellos momentos imborrables, deseo repetir mi gratitud por vuestra magnífica acogida, que tenía por marco aquel acontecimiento eclesial evangelizador que encontró su concreción mejor en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

Recordando aquí lo que fue precisamente el objetivo centrar de mi visita, es decir, ofrecer por mi parte toda la contribución posible a la causa de la evangelización, desearía una vez más alentaros a robustecer vuestra conciencia cristiana, vuestra vida de fe, vuestra alegría en la práctica esperanzada del mensaje de Cristo, vuestra decisión de trabajar por el bien espiritual y material de todos.

No me es posible, en estos breves momentos, deciros todo lo que desearía para ayudaros en el sendero de la fidelidad a Cristo.

A los Hermanos en el Episcopado renuevo mi confianza y cordial benevolencia, asegurándoles que los acompaño en sus solicitudes y desvelos constantes, así como en su generosa entrega a la Iglesia y al bien de cada uno de sus fieles.

A los sacerdotes, religiosos, religiosas y a cuantos se preparan a una consagración específica a Dios y a los hermanos, los animo con intenso afecto en su valiente elección y los aliento a mantenerle fieles a su vocación, caminando siempre en el amor a Cristo (cf.Ef5, 2), con una constante mirada de fe acerca de su propia identidad y del valor de su entrega eclesial.

Al laicado católico organizado y a todos los que desde su tarea personal, familiar o profesional se esfuerzan con denuedo por hacer presente a Cristo en vuestra sociedad, los invito a afianzar la conciencia de su pertenencia eclesial y de su llamada al apostolado derivada del propio bautismo (cf. Apostolicam Actuositatem, 3).

Al mundo de los intelectuales, universitarios, estudiantes y jóvenes en general, exhorto a considerar su vida no sólo en función de una sólida formación personal, sino como una verdadera vocación a promotores de elevación humana y moral en la sociedad, para hacerla más digna, más justa, más a la medica del hombre completo (Discurso a los estudiantes de las Universidades católicas de México, 31 de enero de 1979).

A los niños, que tantas veces se hicieron presencia alegre en mi camino, ofrezco mi oración particular, para que sean educados como buenos cristianos, en la imitación del modero más sublime: Jesús, el Dios hecho hombre (Catechesi tradendae, 35-38).

Mi palabra se dirige asimismo, con acentos de especial intensidad vivencial, a los miembros de les comunidades indígenas, a los sectores rural y obrero. Sois depositarios de una gran dignidad personal y de valores que merecen, queridos hijos, todo respeto, consideración y apoyo. Sed conscientes de ese vuestro importante papel en la sociedad y en la Iglesia, aspirando y esforzándoos por conseguir mesas más altas, humanas y cristianas (Discurso a los indígenas y campesinos de México, en Cuilapán, 29 de enero de 1979; cf. también Discurso a los campesinos, empleados y obreros de Monterrey, 31 de enero de 1979).

Finalmente, al mundo del dolor, a los enfermos y a cuantos sufren, reservo mi recuerdo de predilección, que se hace oración por todos. En medio del sufrimiento, mantened la esperanza y ánimo, recordando que, unida a la cruz de Cristo, vuestra soledad interior se transforma en gracias de salvación para vosotros y para toda la Iglesia (Col 1, 24 ss.; 2Co12, 10)

Amados Hermanos e hijos: ninguno se sienta olvidado por el Papa, que a todos abarca en este recorrido panorámico global. Hagamos todos juntos, yo en medio de vosotros, una peregrinación de fe al hogar y santuario de México. A los pies de la bendita Madre Nuestra, la Virgen de Guadalupe, quiero depositar con vosotros plegaria: que con su ayuda, esa Iglesia de Dios, cuya vitalidad quise potenciar con mi visita, experimente un crecimiento pujante, una renovada floración espiritual, un incremento de vida cristiana, una consolidación de las fuerzas evangelizadoras, un acercamiento constante del México fiel a Cristo, meta y objetivo de nuestro quehacer de cada día.

Como hermano y amigo pico al Padre del cielo que os colme de su gracia y paz, mientras bendigo de corazón a cada uno de los mexicanos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.

28 de enero de 1980

JUAN PABLO II

 



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