Index   Back Top Print

[ EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,
MÉXICO Y BAHAMAS

DISCURSO DE JUAN PABLO II
A LOS OBREROS DE GUADALAJARA

Martes 30 de enero de 1979

 

Queridos hermanos y hermanas,
queridos obreros y obreras:

Llego hasta aquí a este cuadro maravilloso de Guadalajara, donde nos encontramos en el nombre de Aquel que quiso ser conocido como el Hijo del artesano.

Vengo hasta vosotros trayendo en mis ojos y en mi alma la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, vuestra Patrona, hacia la que profesáis un amor filial que he podido constatar no sólo en su santuario sino incluso pasando por las calles y ciudades de México. Donde hay un mexicano, ahí está la Madre de Guadalupe. Me decía un señor que el 96 por ciento de los mexicanos son católicos, mas ciento por ciento son guadalupanos.

He querido venir a visitaros, familias obreras de Guadalajara y de otros lugares de esta arquidiócesis que se distingue por su adhesión a la fe, por su unidad familiar y por sus esfuerzos para responder a las grandes exigencias humanas y cristianas de la justicia, de la paz, del progreso, según Dios.

Me presento ante vosotros como un hermano con alegría y con amor, después de haber tenido la oportunidad de recorrer los caminos de México y de ser testigo del amor que aquí se profesa a Cristo, a la Virgen Santísima y al Papa, peregrino y mensajero de la fe, la esperanza y la unión entre los hombres.

Deseo manifestaros desde el primer momento cuánto agrada al Papa que este encuentro sea de obreros, de familias obreras, de familias cristianas que desde sus puestos de trabajo saben ser agentes de bien social, de respeto, de amor a Dios en el taller, en la fábrica, en cualquier casa o lugar.

Pienso en vosotros, niños y niñas, jóvenes de familias obreras; me viene a la mente la figura de Aquel que nació en el seno de una familia artesana, que creció en edad, sabiduría y gracia, que de su Madre aprendió los caminos humanos, que en aquel varón justo que Dios le dio por padre tuvo el maestro en la vida y en el trabajo cotidiano. La Iglesia venera a esta Madre y a ese Hombre, a ese santo obrero, también modelo de hombre y de obrero.

Nuestro Señor Jesucristo recibió las caricias de sus recias manos de obrero, manos endurecidas por el trabajo, manos abiertas a la bondad y al hermano necesitado. Permitidme entrar en vuestras casas, si queréis tener al Papa como huésped y amigo vuestro, y darle el consuelo de ver en vuestros hogares la unión, el amor familiar que descansa tras la jornada de fatiga en este mutuo y afectuoso intercambio que reinaba en la Sagrada Familia. Me hace ver, queridos niños y jóvenes que os estáis preparando de manera seria para el mañana; os lo repito, sois la esperanza del Papa.

No me neguéis el gozo de veros caminar por senderos que os conducen a ser auténticos seguidores del bien y amigos de Cristo. No me neguéis la alegría de ver vuestro sentido de responsabilidad en los estudios, en las actividades, en las diversiones. Estáis llamados a ser portadores de generosidad y honestidad, a ser luchadores contra la inmoralidad, a preparar ese México más justo y sano, más feliz, para los hijos de Dios e hijos de Nuestra Madre María.

Vosotros sabéis muy bien que el trabajo de vuestros padres está presente en el esfuerzo común de crecimiento en esta Nación y en todo lo que contribuya a que los beneficios de la civilización contemporánea lleguen a todos los mexicanos. Estad orgullosos de vuestros padres y colaborad con ellos en vuestra formación de jóvenes honrados y cristianos, os acompañan mi afecto y mi aliento.

El afecto del Papa se dirige también a las trabajadoras madres y esposas presentes y a todas aquellas que escuchan mi palabra a través de los medios de comunicación social. Recordad a aquella Virgen Madre que supo ser causa de alegría para el esposo y guía solícita para el hijo en los momentos de dificultad y de prueba. Cuando hay preocupaciones y limitaciones, recordad que Dios escogió a una Madre pobre y que Ella supo permanecer firme en el bien, aún en las horas más duras.

Muchas de vosotras trabajáis también en alguna de las múltiples actividades que hoy se abren a la capacidad femenina; muchas de vosotras sois también sustento para no pocos hogares y ayuda continua para que la vida familiar sea cada vez más digna. Estad presentes con vuestra creatividad en la transformación de esta sociedad, la manera de vida contemporánea ofrece oportunidades y empleos cada vez más importantes para la mujer, llevad vuestra aportación iluminada por vuestro sentido religioso, a todos los vuestros y aún a las más altas magistraturas.

Amigos, hermanos trabajadores, existe un concepto cristiano del trabajo, de la vida familiar y social que encierra grandes valores y que reclama criterios y normas morales que orienten a quien cree en Dios y en Jesucristo, para que el trabajo se realice como una verdadera vocación de transformación del mundo, en un espíritu de servicio y de amor a los hermanos, para que la persona humana se realice aquí mismo y contribuya a la humanización creciente del mundo y de sus estructuras.

El trabajo no es una maldición, es una bendición de Dios que llama al hombre a dominar la tierra y a transformarla, para que con la inteligencia y el esfuerzo humano continúe la obra creadora y divina. Quiero deciros con toda mi alma y fuerza, que me duelen las insuficiencias de trabajo, me duelen las ideologías de odio y violencia que no son evangélicas y que tantas heridas causan en la humanidad contemporánea.

Para el cristiano no basta la denuncia de las injusticias, a él se le pide ser testigo y agente de justicia; el que trabaja tiene derechos que ha de defender legalmente, pero tiene también deberes que ha de cumplir generosamente. Como cristianos estáis llamados a ser artífices de justicia y de verdadera libertad a la vez que forjadores de caridad social. La técnica contemporánea crea toda una problemática nueva y a veces produce desempleo, pero también abre grandes posibilidades que reclaman en el trabajador una preparación cada vez mayor y una aportación de su capacidad humana e imaginación creadora. Por ello el trabajo no ha de ser una mera necesidad, ha de ser visto como una verdadera vocación, un llamamiento de Dios a construir un mundo nuevo en el que habiten la justicia y fraternidad, anticipo del Reino de Dios, en el que no habrá ya ni carencias, ni limitaciones.

El trabajo ha de ser el medio para que toda la creación esté sometida a la dignidad del ser humano e hijo de Dios.

Ese trabajo ofrece la oportunidad de comprometerse con toda la comunidad sin resentimientos, sin amarguras, sin odios, sino con el amor universal de Cristo que a nadie excluye y que a todas abraza.

Cristo nos ha anunciado el Evangelio, por el que sabemos que Dios es amor, que es Padre de todos y que nosotros somos hermanos.

El misterio central de nuestra vida cristiana que es el de la Pascua, nos hace mirar al cielo nuevo y a la tierra nueva. En el trabajo debe existir esa mística pascual, con la que los sacrificios y fatigas se aceptan con impulso cristiano para hacer que resplandezca más claramente el nuevo orden querido por el Señor y para hacer un mundo que responda a la bondad de Dios en la armonía, el amor y la paz.

Amadísimos hijos e hijas, pido al Señor por vosotros todos y por vuestras familias, pido al Señor por la unidad y estabilidad de los matrimonios y porque la vida del hogar sea siempre plena y gozosa. La fe cristiana ha de ser más fuerte con todos los factores de crisis contemporánea. La Iglesia, como el Concilio nos ha enseñado cariñosamente, ha de ser la gran familia en la que se vive la dinámica de unidad, de vida, de gozo y de amor, que es la Trinidad Santísima.

El mismo Concilio ha llamado a la familia “pequeña Iglesia”; en la familia cristiana tiene su principio la acción evangelizadora de la Iglesia. Las familias son las primeras escuelas de la educación en la fe; solamente si esa unidad cristiana se conserva será posible que la Iglesia cumpla su gran misión en la sociedad y en la misma Iglesia.

Amigos y hermanos, gracias por haberme ofrecido la posibilidad de participar en este gran encuentro con el mundo obrero, con el que me siento siempre tan a gusto. Sois para el Papa amigos y compañeros. Gracias.

Esta ciudad de Guadalajara se ha distinguido en todo México por el impulso dado a las actividades deportivas que proporcionan a la familia el crecimiento físico y espiritual y la alegría de una mente sana en un cuerpo sano. La corona de futbolistas que nos acompaña pone un nuevo color a nuestra gran reunión. El Papa os da su bendición a todos y cada uno. Que ella os aliente vuestro compromiso apostólico con generosa entrega fraternal y con la seguridad de que Dios trabaja con vosotros para que construyáis un mundo más hermoso, más amable, más justo, más humano, más cristiano. Así sea.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana