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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DEL MOVIMIENTO "NOVA SPES"


Sábado 10 de noviembre de 1979

 

Venerable hermano,
señoras y señores,
queridos amigos:

Me complace mucho tener hoy esta reunión con vosotros, dignos miembros del Movimiento internacional "Nova spes", que se propone el fin específico de promover los valores humanos y el progreso humano. Sabéis sin duda alguna que llevo muy en el corazón estos objetivos, como creo haber demostrado ampliamente en mi Carta Encíclica "Redemptor hominis".

El apropiadísimo título que habéis dado al "Colloquium romanum" que estáis celebrando es una pregunta: "El hombre, ¿quién es realmente?". No hay duda de que éste es un tema fundamental, y el hecho de que se plantee en forma de pregunta hace pensar en la profundidad casi inagotable del tema respetándolo al mismo tiempo. En efecto, hay mucha verdad en la frase del antiguo filósofo griego, según la cual los seres humanos son "un grandísimo espectáculo unos para otros" (Epicurus, en Séneca Ad Luc 7, 11). Pero lo que él aplicaba sólo a las relaciones entre amigos, los cristianos admitimos muy gustosamente que sea igualmente verdad acerca de la naturaleza humana en general, evitando así el trivializarla o reducirla a una sola dimensión, porque precisamente en su horizonte inalcanzable reconocemos el reflejo de la infinitud de Dios y de su misterio insondable. La innata dignidad el hombre "imagen" de Dios (cf. Gen 1, 27) consiste realmente en el hecho de que, según el Eclesiástico, Dios "puso su propia luz en sus corazones" (Ecl 17, 7), mientras que más tarde en el Hijo del Hombre reveló en forma humana al mismo Dios a quien nadie vio jamás (cf.Jn 1, 18), el cual "no se avergonzó de llamarlos hermanos" (Heb 2, 11).

Por esta razón la pregunta sobre el hombre entraña la correlativa pregunta sobre Dios; la grandeza o pequeñez de cada hombre en último análisis dependen de hecho de la identidad de su Dios o de su ídolo. Hay entre los dos polos una interdependencia tal que también nosotros al dirigirnos al hombre de hoy, nos vemos obligados a repetir las palabras del antiguo apologista cristiano: "Mostradme vuestro hombre y os mostraré mi Dios" (Teófilo de Antioco, Ad Aut. 1, 2).

Queridos amigos: Sé que vuestra tarea va en esta línea clarísima de discusión leal del problema, amorosa determinación y apertura generosa. Por esta razón os deseo el mayor éxito posible en vuestros esfuerzos por garantizar el auténtico amor al hombre, un amor que brote de una actitud hondamente radicada de amor a la gloria de Dios.

Avalo estas esperanzas con mis oraciones, y os deseo de corazón todo lo mejor, asegurándoos a la vez mi honda estima.

 



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