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DISCURSO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
A SU MAJESTAD BRITÁNICA ISABEL II
Y A SU ALTEZA REAL EL PRÍNCIPE FELIPE, DUQUE DE EDIMBURGO*


Viernes 17 de octubre de 1980

 

Majestad,
Alteza Real:

Hace diecinueve años mi predecesor Juan XXIII acogía a Su Majestad y a Su Alteza Real en el Vaticano. Hoy me tocan a mí este gozo y placer, y desearía acogeros a los dos con la misma cordialidad y respeto que caracterizaron la bienvenida que os dio mi predecesor.

En aquella ocasión Juan XXIII habló de la gran sencillez y dignidad con que Su Majestad lleva el peso de sus muchas responsabilidades. Dos decenios después, estas observaciones son igualmente justas, y es patente que las responsabilidades que os incumben están lejos de disminuir. Las necesidades de la humanidad han crecido dramáticamente, al igual que los problemas presentes en tantas áreas vitales.

En el contexto de la colaboración en nuestro común ideal de servicio, me complazco en la oportunidad de nuestro encuentro para hablaros de algunos de estos temas. Los contactos entre la Sede Apostólica de Roma y Gran Bretaña no son ni mucho menos de origen reciente; pues abarcan un período de casi mil cuatrocientos años desde los días en que Gregorio I envió a Agustín, monje benedictino, a anunciar el Evangelio de Cristo al pueblo de vuestro país. Otras influencias benedictinas incidieron en la vida del pueblo de Bretaña, y desde vuestras playas se expandió por Europa a través de la actividad de San Bonifacio, por ejemplo, que ha sido llamado "el inglés más grande", cuyo XIII centenario de nacimiento se está celebrando este año.

En la persona de Su Majestad rindo homenaje a la historia cristiana de vuestro pueblo y a sus logros culturales. Los ideales de libertad y democracia anclados en vuestro pasado, siguen desafiando a cada generación de ciudadanos íntegros de vuestra tierra. Durante este siglo, vuestro pueblo se ha propuesto repetidamente la defensa de estos ideales contra la agresión. Elevo oraciones para que estos grandes bienes se garanticen a las generaciones futuras. La influencia de vuestro laborioso pueblo en algunos otros campos también, y la difusión de su lengua, han sido instrumentos providenciales del ensanchamiento de la hermandad por el mundo. Ojalá llegue a plenitud esta aportación al progreso de la humanidad en esta coyuntura de la historia, y asimismo al fomento del progreso integral de cada hombre, mujer y niño, en un mundo en paz.

Ante la Organización de las Naciones Unidas tuve oportunidad de hablar el año pasado de la relación existente entre el desarrollo auténtico y la paz, y el cultivo de los valores espirituales. A este respecto afirmé: "La primacía de los valores del espíritu define el significado propio y el modo de servirse de los bienes terrenos y materiales, y se sitúa por esto mismo en la base de la paz justa. Tal primacía influye por otra parte en lograr que el desarrollo material, técnico y cultural y el progreso de la civilización, estén al servicio de lo que constituye al hombre" (núm. 14; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre de 1979, pág. 14). En presencia de Su Majestad y de Su Alteza Real expreso mi esperanza firme de que vuestra noble nación afronte este gran desafío espiritual con nuevo entusiasmo y lozano vigor moral.

En las dos décadas transcurridas desde la última visita de Su Majestad a la Santa Sede, se nota con profunda satisfacción que las cordiales relaciones existentes entre los distintos grupos cristianos y entre los hombres y mujeres religiosos de buena voluntad, han crecido. Esto es verdadero en grado eminente con referencia a la situación de vuestra tierra; con la gracia de Dios, ello es debido a la paciencia y esfuerzo perseverante de tantas personas rectas, impulsadas por razones de caridad y hondamente convencidas de las palabras pronunciadas por Cristo hace tiempo: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32). A este respecto es digno de mención especial el celo con que representantes de la Iglesia católica y de la Comunión anglicana han perseguido esta noble meta de acercarse juntos a la unión cristiana y al servicio eficiente de la humanidad.

Con gran anticipación estoy pensando en la oportunidad de hacer una visita pastoral a los católicos de Gran Bretaña. En tal ocasión espero encontrarme con ellos en cuanto hijos e hijas de la Iglesia católica y, a la vez, en cuanto ciudadanos leales de su nación; al mismo tiempo espero saludar con respeto fraterno y amistad a los demás cristianos y hombres de buena voluntad.

Entre tanto, a Su Majestad y a Su Alteza Real reitero mis sentimientos de personal estima. Pido a Dios que os sostenga en todas vuestras actividades de servicio y os conserve con buena salud. Imploro el favor de Dios sobre los dos, junto con toda la familia real y él pueblo británico en su totalidad. Dios bendiga a Gran Bretaña y le conceda, cumplir su alto destino en la justicia y la paz.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 51, p.13.

 



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