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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DIRIGENTES Y RESPONSABLES LOCALES
DEL MOVIMIENTO DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA

Gruta de Nuestra Señora de Lourdes, Jardines del Vaticano
Jueves 7 de mayo de 1981

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En la alegría y en la paz del Espíritu Santo quiero dar la bienvenida a cuantos habéis venido a Roma para participar en la IV Conferencia internacional de dirigentes de la Renovación carismática católica; al mismo tiempo elevo una oración para que "la gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Cor 13, 13).

1. El hecho de haber elegido Roma como lugar de esta Conferencia es un indicio especial de la importancia que tiene para vosotros el estar arraigados en esta unidad católica de fe y caridad que tiene su centro visible en la Sede de Pedro. Delante de vosotros va vuestro renombre, como aquel que celebraba el Apóstol Pablo en sus queridos Filipenses y que le movió a comenzar la Carta que les dirige con unos sentimientos que yo me alegro de poder evocar ahora: "Siempre que me acuerdo de vosotros doy gracias a mi Dios... Por esto ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo. mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo" (Flp 1, 3. 9-10).

2. En 1975 mi venerable predecesor Pablo VI habló al Congreso carismático internacional, reunido en Roma, y puso de relieve los tres principios apuntados por San Pablo para guiar el discernimiento, de acuerdo con la exhortación: "Probadlo todo y quedaos con lo bueno" (1 Tes 5, 21). El primero de estos principios es fidelidad a la doctrina auténtica de la fe; todo lo que contradice a esta doctrina no procede del Espíritu. El segundo principio es apreciar los dones más grandes, los dones que son otorgados para el servicio del bien común. Y el tercer principio es ir en pos de la caridad, la única que puede llevar al cristiano hasta la perfección: como dice el Apóstol, "Por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección" (Col 3, 14). No es menos importante para mí en este momento resaltar estos principios fundamentales para vosotros, a quienes Dios ha llamado a servir como dirigentes en la Renovación.

El Papa Pablo describió el Movimiento para la Renovación como "una suerte para la Iglesia y para el mundo", y los seis años que han pasado desde aquel Congreso han venido a confirmar la esperanza que animaba su pensamiento. La Iglesia ha visto los frutos de vuestro celo por la oración en un firme compromiso de santidad de vida y de amor a la Palabra de Dios. Hemos constatado con especial alegría la manera cómo los dirigentes de la Renovación han desarrollado cada vez más una amplia visión eclesial, esforzándose al mismo tiempo por hacer de esta visión una realidad creciente para cuantos dependen de ellos en su dirección. Igualmente hemos visto los signos de vuestra generosidad en la comunicación de los dones recibidos de Dios con los desamparados de este mundo, en la justicia y en la caridad, de manera que todos pueden descubrir la excelsa dignidad que tienen en Cristo. ¡Ojalá esta obra de amor comenzada ya en vosotros sea llevada felizmente a su plenitud! (cf. 2 Cor 8, 6. 11). A este propósito, recordad siempre las palabras dirigidas por Pablo VI a vuestro congreso en el Año Santo: "No hay límites para el reto del amor: los pobres, los necesitados, los afligidos y los que sufren en el mundo y a vuestro lado, todos os dirigen su clamor como hermanos y hermanas de Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la Palabra de Dios, pidiendo pan, pidiendo vida" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 25 de mayo de 1975, pág. 10).

3. Sí, me siento verdaderamente feliz de tener esta oportunidad para hablaros desde el corazón a vosotros que habéis venido de todo el mundo a participar en esta Conferencia establecida para asistiros en el cumplimiento de vuestra tarea como dirigentes de la Renovación carismática. De un modo especial quiero señalar la necesidad de enriquecer y de hacer realidad esa visión eclesial que es tan esencial para la Renovación en esta etapa de su desarrollo.

La tarea del dirigente es, en primer lugar, dar ejemplo de oración en su propia vida. Con una esperanza confiada, con una solicitud abnegada, le corresponde al dirigente procurar que el rico y variado patrimonio de la vida de oración propio de la Iglesia sea reconocido y experimentado por quienes buscan la renovación espiritual: meditación de la Palabra de Dios, dado que "la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo", como solía repetir San Jerónimo; apertura a los dones del Espíritu, sin buscar exageradamente los dones extraordinarios; imitando el ejemplo del mismo Jesús que reservaba tiempo para orar a solas con Dios; profundizando más en el ciclo de los tiempos litúrgicos de la Iglesia, sobre todo mediante la Liturgia de las Horas; la debida celebración de los sacramentos —con una atención muy especial al sacramento de la penitencia— que operan la nueva dispensación de la gracia, de acuerdo con la propia voluntad de Cristo; y sobre todo un amor y un conocimiento creciente de la Eucaristía como centro de toda la oración cristiana. Pues, como nos señala el Concilio Vaticano II, "la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo" (Presbyterorum ordinis, 5).

En segundo lugar, os corresponde proporcionar alimento sólido para el sustento espiritual mediante la distribución de la verdadera doctrina. El amor a la Palabra revelada de Dios, escrita bajo la guía del Espíritu Santo, es una señal de que deseáis "permanecer firmes en el Evangelio" predicado por los Apóstoles. Como nos enseña la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación, "para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la Revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones" (Dei Verbum, 5). El Espíritu Santo, que reparte sus dones en mayor o menor medida, es el mismo que inspiró las Escrituras y que asiste al Magisterio vivo de la Iglesia, a la que Cristo confió la interpretación auténtica de las mismas Escrituras (cf. Alocución de Pablo VI, 19 de mayo de 1975), de acuerdo con la promesa de Cristo a los Apóstoles: "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros y está en vosotros" (Jn 14, 16-17).

Dios quiere, por tanto, que todos los cristianos crezcan en el conocimiento del misterio de salvación, el cual cada vez nos revela más cosas acerca de la dignidad intrínseca del hombre. Quiere también que vosotros, que sois dirigentes de esta Renovación, estéis cada vez más sólidamente formados en la enseñanza de la Iglesia, cuya tarea ha sido meditar durante dos mil años en la Palabra de Dios, a fin de ir descubriendo sus riquezas y de darlas a conocer al mundo. Procurad, pues, como dirigentes, alcanzar una formación teológica segura encaminada a ofreceros a vosotros y a cuantos dependen de vosotros en su dirección un conocimiento maduro y completo de la Palabra de Dios: "La palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente, enseñándoos y amonestándoos unos a otros con toda sabiduría" (Col 3, 16).

En tercer lugar, como dirigentes de la Renovación, debéis tener la iniciativa en la creación de lazos de confianza y de cooperación con los obispos, quienes, en la providencia de Dios, tienen la responsabilidad pastoral de guiar todo el Cuerpo de Cristo, incluida la Renovación carismática. Aun cuando no compartan con vosotros las formas de oración que habéis encontrado tan fecundas, estarán dispuestos a acoger con agrado vuestro deseo de renovación espiritual, tanto para vosotros mismos como para la Iglesia, y os proporcionarán la guía segura, que es la tarea que tienen encomendada. Dios no puede fallar en su fidelidad a la promesa hecha el día de su ordenación, cuando se le imploró diciendo: "Infunde ahora sobre estos siervos tuyos que has elegido la fuerza que de Ti procede: el Espíritu de soberanía que diste a tu amado Hijo Jesucristo, y El, a su vez, comunicó a los santos Apóstoles, quienes establecieron la Iglesia por diversos lugares como santuario tuyo para gloria y alabanza incesante de tu nombre" (Ritual de la ordenación del obispo).

Muchos obispos de todo el mundo, bien individualmente o bien por medio de declaraciones de sus Conferencias Episcopales, han dado impulso y orientación a la Renovación carismática —a veces también con una saludable palabra de amonestación— y han ayudado en buena medida a la comunidad cristiana a comprender mejor su situación dentro de la Iglesia. Mediante este ejercicio de su responsabilidad pastoral, los obispos nos han prestado a todos un gran servicio en orden a poder garantizar a la Renovación un modelo de crecimiento y desarrollo plenamente abierto a todas las riquezas del amor de Dios en su Iglesia.

4. Quisiera también en este momento llamar vuestra atención sobre otro punto que tiene especial importancia para esta Conferencia de dirigentes: se refiere al papel del sacerdote en la Renovación carismática. Los sacerdotes en la Iglesia han recibido el don de la ordenación como colaboradores en el ministerio pastoral de los obispos, con quienes participan del único y mismo sacerdocio y ministerio de Jesucristo, que requiere su absoluta comunión jerárquica con el orden de los obispos (cf. Presbyterorum ordinis, 7). Como consecuencia, el sacerdote tiene una única e indispensable tarea que cumplir en y para la Renovación carismática, lo mismo que para toda la comunidad cristiana. Su misión no está en oposición ni es paralela a la legítima tarea del laicado. El sacerdote, por el vínculo sacramental con el obispo, a quien la ordenación confiere una responsabilidad pastoral para toda la Iglesia, contribuye a garantizar a los Movimientos de renovación espiritual y al apostolado seglar su integración en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, sobre todo mediante la participación en la Eucaristía; en ella pedimos a Dios nos conceda "que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de su Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Tercera plegaria eucarística). El sacerdote participa de la propia responsabilidad del obispo para predicar el Evangelio, para lo cual su formación teológica le debe capacitar de un modo especial. Como consecuencia, tiene la única e indispensable tarea de garantizar una integración en la vida de la Iglesia que evite la tendencia a crear estructuras alternativas o marginales y que lleve a una participación plena, sobre todo dentro de la parroquia, en la vida apostólica y sacramental de la misma Iglesia. El sacerdote, por su parte, no puede cumplir su servicio en favor de la Renovación en tanto no adopte una actitud de acogida ante la misma, basada en el deseo de crecer en los dones del Espíritu Santo, deseo que comparte con todo cristiano por el hecho de su bautismo.

Vosotros, pues, sacerdotes y seglares, dirigentes de la Renovación, tenéis que dar testimonio de vuestra mutua unión en Cristo y poner como modelo de esta colaboración efectiva la exhortación del Apóstol: "Sed solícitos en conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Sólo hay un cuerpo y un espíritu, como también habéis sido llamados con una misma esperanza, la de vuestra vocación" (Ef 4, 3-4).

5. Finalmente, en vuestra experiencia de tantos dones del Espíritu Santo que son compartidos también con nuestros hermanos y hermanas separados, el que os pertenece a vosotros es la extraordinaria alegría de crecer en el deseo de la unidad, a la que nos lleva el Espíritu y en un compromiso por la grave tarea del ecumenismo.

¿Cómo ha de realizarse esta tarea? El Concilio Vaticano II nos lo indica: "Antes que nada, los católicos, con sincero y atento ánimo, deben considerar todo aquello que en la propia familia católica debe ser renovado y llevado a cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de la doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los Apóstoles" (Unitatis redintegratio. 4). Una labor que de verdad sea ecuménica no intentará eludir las tareas difíciles, tales como la convergencia doctrinal, lanzándose a crear una especie de "iglesia del espíritu" autónoma fuera de la Iglesia visible de Cristo. Un auténtico ecumenismo servirá más bien para aumentar nuestro anhelo por la unidad eclesial de todos los cristianos en una fe, a fin de que "el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se salve para gloria de Dios" (Unitatis redintegratio, 1). Tengamos la seguridad de que si nos entregamos a la obra de una verdadera renovación en el Espíritu, este mismo Espíritu Santo nos dará a conocer la estrategia a favor del ecumenismo que convertirá en realidad nuestra esperanza de "sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 5-6).

6. Queridos hermanos y hermanas: La Carta a los Gálatas nos dice que "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción. Y, puesto que sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba!, ¡Padre!" (Gál 4, 4-6). A esa mujer, María, Madre de Dios y Madre nuestra, siempre obediente al impulso del Espíritu Santo, es a la que quiero encomendar lleno de confianza vuestra importante obra para la renovación de la Iglesia y en la Iglesia. En el amor de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, os doy complacido mi bendición apostólica.

 



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