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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE TURQUÍA
ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 2 de octubre de 1982

 

Señor Embajador:

Cada vez me proporciona nuevo gozo recibir a los Embajadores que vienen a presentar las Cartas Credenciales para desempeñar esta misión delicada e importante ante la Santa Sede. Seáis bienvenido aquí, Excmo. Señor, este día en que inauguráis vuestra función de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario acreditado por el Señor Presidente de la República de Turquía, General Kenan Evren.

Permitidme, en primer lugar, que os dé las gracias de los sentimientos y deseos que acabáis de expresar en nombre de vuestro Gobierno y vuestro País, tanto hacia la Santa Sede como hacia mi persona y la misión que ejerzo desde hace casi cuatro años. Asimismo he tenido gran satisfacción al oíros recordar algunos ideales que os interesan mucho, tales como el respeto fundamental de los Derechos del hombre y, entre éstos, la libertad de religión y de cooperación en la promoción de la justicia y la paz allí donde estén en peligro. Éstas son bases absolutamente irreemplazables para una Humanidad que quiere ser habitable y de verdad se propone avanzar por los caminos, de la civilización, y -me atrevería a decir- quiere sobrevivir.

Por su parte, la Iglesia se siente solidaria de la suerte de la Humanidad, en general y de cada pueblo en particular. Considera conforme con su misión espiritual el interés por todas las causas humanas, y especialmente por los Derechos de las personas y poblaciones perjudicadas. Actuando así, la Iglesia y la Santa Sede trabajan, como habéis afirmado, por el asentamiento de la paz verdadera; y ésta supone voluntad de procurar la justicia, que no se da sin amor, y exige renuncia a toda violencia, en especial bajo las diferentes formas de terrorismo que jamás puede ser justificado. ¡Cuántas personas en el mundo han sido sus víctimas y otras siguen siéndolo y, en particular, algunas que asumían altas responsabilidades! Incluso vuestros predecesores lo han experimentado.

Y, más en general, la solidaridad vincula a la Iglesia a toda acción civilizadora y educadora del hombre. Sin dejar de tener en cuenta los límites humanos de los responsables y miembros de la gran familia de cristianos, puede decirse que la presencia de la Iglesia en el mundo quiere ser una presencia libre, activa y siempre estimulante, para que se construya la sociedad de manera digna del hombre, es decir, sobre las cuatro bases que puso muy de relieve, en la Encíclica Pacem in terris, el Papa Juan XXIII, muy vinculado a vuestro País por los diez años que pasó en Turquía siendo Representante Pontificio.

Si hiciéramos el balance de las relaciones diplomáticas entre la Sede Apostólica y vuestra Nación, lo encontraríamos positivo. Entre otras cosas, los dos viajes pontificios a vuestro País lo han demostrado bien. Después del Papa Pablo VI, yo también conservo un recuerdo excelente de la cortés acogida que me ofreció el pueblo turco y sus dirigentes en noviembre de 1979. Quise manifestarlo con toda cordialidad antes de dejar Ankara. Esta visita esencialmente religiosa me había proporcionado contactos beneficiosos con las comunidades católicas y las otras comunidades cristianas, en particular con el Patriarcado Ecuménico Ortodoxo y el Patriarcado Armenio. Y experimenté extrema alegría al encontrarme en una tierra donde la historia de los primeros siglos cristianos ha quedado inscrita tan profundamente. Bastará evocar algunos nombres antiguos: Antioquía, Éfeso, Esmirna, Constantinopla, Nicea. La brevedad de mi estancia no me permitió visitar todos los lugares, ni tampoco las pequeñas comunidades parroquiales e institutos religiosos que hoy toman parte en la atención a las necesidades escolares y sanitarias de vuestro País. Permitidme que, siguiendo a mis predecesores, os exprese yo también el ardiente deseo de que estas comunidades de religiosos y religiosas puedan proseguir -de acuerdo con el Evangelio de que son discípulos- sirviendo libremente o, mejor, participando en el servicio a la población turca con espíritu de apertura a las realidades y necesidades del País, y dentro del respeto absoluto a las personas y conciencias.

A estos anhelos quiero añadir otro no menos fuerte en relación con vuestra Nación. Ojalá que en el punto en que se halla de su historia larga y rica, y en su posición de gozne excepcional entre dos grandes continentes, siga avanzando siempre por los caminos de la concordia y serenidad interiores, paz con los vecinos y prosperidad económica de todos los ciudadanos.

Os agradecería mucho que expresarais mi vivo agradecimiento al Excmo. Señor General Kenan Evren por sus votos, y le transmitierais los que yo abrigo para su persona y las altas responsabilidades que desempeña al servicio de todo el País. Dios Todopoderoso vele por vuestra Nación e ilumine al Señor Presidente y a cuantos comparten su solicitud por el bien común. Dé sabiduría, valentía y fraternidad a todos vuestros compatriotas y conceda a usted, Señor Embajador, la dicha de cumplir lo mejor posible su hermosa misión.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 43, p.10.

 



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