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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE AUSTRIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado 17 de diciembre de 1988

 

Ilustre Señor Embajador:

1. Con especial alegría le acojo hoy en el Vaticano al iniciar su misión como nuevo Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Austria ante la Santa Sede. Igual como ya hice con su ilustre antecesor, le doy mi más cordial bienvenida y me congratulo por su nuevo preciado cargo. Con ello usted asume la responsabilidad de una noble herencia que, con espíritu de solidaridad y de estrecha colaboración, se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos entre su País y la Santa Sede, y que se ha consolidado satisfactoriamente en el esfuerzo común respecto a las grandes exigencias de la comunidad internacional de los pueblos hasta el día de hoy.

2. Como ha afirmado usted en sus palabras de saludo, por las que quiero darle las gracias de corazón, nuestro encuentro de hoy se realiza cuando aún no se han apagado los ecos de mi segunda visita pastoral de este año a su País.

Su buen suceso ha sido posible gracias a la colaboración armónica de los Órganos responsables tanto estatales como eclesiales, y también deseo expresarle mi gratitud por ello. Ojalá las experiencias tan positivas de esos días puedan profundizar aún más la relación amistosa entre Iglesia y Estado en su País, y la acción común por el bien de hombres y pueblos.

En la historia casi bimilenaria de Austria, el Cristianismo ha tenido una influencia notable en el desarrollo cultural y en los destinos del País. Aunque hoy la tiene menor, sin embargo la tarea especial de la Iglesia de hoy, en nuestra sociedad, es más urgente en la medida que aumenta la falta de los valores morales fundamentales, lo cual pone en crisis las premisas para una convivencia digna del hombre. El orden y el bienestar común en el Estado se fundan en la virtud de los ciudadanos, que obliga a subordinar el propio interés particular al bien de todos, y a trabajar sólo por lo que sea objetivamente justo y bueno. La fe cristiana enseña al hombre que la fuente de la auténtica libertad está sólo en la adhesión a la verdad, en la obediencia a Dios. En el campo ético, esta actitud fundamental se manifiesta acogiendo los principios y los modos de comportamiento, que tienen en la conciencia su juez infalible y en Dios la autoridad y la obligación últimas. Como subrayé varias veces a lo largo de mi visita pastoral, el «sí a la vida» que los cristianos pronuncian desde el corazón de su fe, abarca toda la verdad de la vida humana y de la vida social sobre la base de los inalienables derechos y deberes fundados en el orden de la Creación y que sólo ellos permiten realizar un orden público digno del hombre. También en este compromiso por su tutela y su desarrollo, vuestro País encuentra en la Iglesia un colaborador de confianza.

3. Como ha subrayado justamente en su discurso, la colaboración entre su País y la Santa Sede se extiende de modo particular al campo de la garantía de la paz internacional, a la lucha común por la justicia y la igualdad social entre los pueblos, así como a esa Europa que ha de encontrar en las comunes raíces cristianas una nueva y estrecha unidad.

En diferentes ocasiones de mi visita pastoral indiqué la particular responsabilidad y las muchas posibilidades que otorgan a Austria una función importante de mediación entre los pueblos gracias a estar situada geográficamente en el corazón de Europa. La Santa Sede tiene una misión específica en la comunidad de los pueblos, y sobre todo en Europa, que condiciona todas las iniciativas importantes por la justicia y la paz, así como todos los esfuerzos por difundir los valores y los principios que Cristo le encomendó. Por eso, la Santa Sede se esfuerza sobre todo en promover una atmósfera de confianza que, a pesar de las pequeñas dificultades que surgen, hacen posible constructivas negociaciones y soluciones justas entre los pueblos. La Iglesia se siente responsable no de los problemas técnicos, sino más bien de los valores espirituales y morales, los únicos que pueden construir una base fructuosa para un pacífico orden nacional e internacional. Es muy importante que el centro de cada programa sea siempre el hombre, para que las estructuras a mejorar o crear ex novo puedan garantizar el espacio más amplio posible a la libertad y a la dignidad de los hombres y de los pueblos necesitados. La Santa Sede tiene naturalmente una atención especial de cara al continente europeo, en el que viven los pueblos por los que la fe cristiana es y continua siendo uno de los elementos de su identidad cultural. En la medida que Europa conserve los valores fundamentales humanos y cristianos de su rica cultura, y aprenda cada vez más a hablar con una sola voz, será mayor su tarea y desafío de cara al desarrollo de los países del tercer mundo.

4. La Iglesia ofrece a los Estados –y por lo tanto también a Austria, su País–, su leal colaboración para la realización de este importante objetivo en pro del bien de los hombres y de los pueblos. Le deseo, ilustre Señor Embajador, que en el nuevo cargo que hoy asume le sea concedido ampliar y profundizar con fruto esa confiada colaboración entre Austria y la Santa Sede de cara a las exigencias de la comunidad internaciona1 de los pueblos.

Con una palabra especial de agradecimiento, le renuevo los buenos deseos que usted ha querido darme en su nombre y en el del Presidente de la República Federal, Kurt Waldheim. Al mismo tiempo, imparto de corazón a su querida familia y a todos los colaboradores de su Embajada mi bendición especial.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española 1989, n.4, p.6.



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