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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL XIV CONGRESO MUNDIAL
DE LA OFICINA INTERNACIONAL DE ENSEÑANZA CATÓLICA


Sábado 5 de marzo de 1994

 

Señor presidente;
señor secretario general;
queridos amigos:

1. Me alegra acogeros a vosotros, que participáis en el décimo cuarto congreso mundial de la Oficina internacional de enseñanza católica sobre el tema: La escuela católica al servicio de todos. Vuestra presencia en Roma manifiesta una preocupación constante por cumplir vuestra misión educativa con el espíritu del Evangelio y según las enseñanzas del Magisterio, así como el deseo de reforzar sin cesar los vínculos que os unen con la Santa Sede. Dirijo un saludo particular a vuestro presidente, monseñor Angelo Innocent Fernandes, y a vuestro secretario general, el padre Andrés Delgado Hernández, a los que agradezco vivamente el trabajo realizado con dinamismo y entrega, continuando la línea del hermano Paulus Adams, fallecido recientemente y a quien encomendamos al Señor. No quiero olvidar a los fundadores de vuestra asociación, especialmente a monseñor Michel Descamps, que se entregó durante muchos años al servicio de la enseñanza católica.

2. En nombre de toda la Iglesia desea expresaros mi más viva y profunda gratitud por vuestra labor y, a través de vosotros, a todos los que trabajan en el ámbito de la enseñanza católica en todos los continentes. Vuestro boletín atestigua el impulso misionero que anima la comunidad educativa católica. Aprecio, asimismo, vuestra adhesión y fidelidad al seguir las orientaciones dadas por la Iglesia en materia de educación y formación. En efecto, los diferentes documentos del Magisterio sobre la educación y especialmente después del Concilio, son para vosotros fuente importante de inspiración.

Desempeñáis una de las misiones esenciales de toda la Iglesia: educar a los jóvenes para conducirlos, a través de las diferentes etapas de su desarrollo, hasta la madurez humana y cristiana. San Juan Crisóstomo resumía esta tarea en dos reglas inseparables: «Todos los días interesaos por los jóvenes» y «preparad atletas para Cristo» (Sobre la educación de los niños, nn. 22 y 19).

3. Como recuerda el tema de vuestro congreso, tenéis el deseo legítimo de lograr que todos los jóvenes, independientemente de sus convicciones religiosas y de su raza, reciban la educación específica a la que tienen derecho, también en virtud de su dignidad personal (cf. concilio Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana, Gravissimum educationis, 1). Según el principio de subsidiariedad, que la Iglesia comparte plenamente (cf. Carta a las familias, 16), los padres han de poder elegir la escuela, pública o privada, a la que desean confiar a sus hijos. Corresponde a los gobiernos, que tienen la grave tarea de organizar el sistema educativo, hacer posible de manera concreta el ejercicio de esta libertad.

Vosotros tratad de conseguir que el largo período de formación de los jóvenes sirva para el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres, evitando una visión elitista de la escuela católica, porque está llamada a brindar a cada uno las oportunidades necesarias para la construcción de su personalidad, de su vida moral y espiritual, así como para su inserción en la sociedad. Esta perspectiva se basa en los principios evangélicos que orientan vuestra acción de educadores. La atención de la escuela católica a los que no tienen siempre los medios para recibir la educación a la que pueden aspirar, es también una manifestación de la misión materna de la Iglesia. Quienes disponen de escasos medios económicos, carecen de asistencia, no tienen fe o no tienen familia, han de ser considerados beneficiarios privilegiados de la enseñanza católica (cf. Gravissimum educationis, 8).

4. La escuela católica no puede contentarse con dar una formación intelectual a las jóvenes generaciones. En efecto, la institución escolar es para todos, tanto profesores como alumnos, un lugar acogedor, una gran familia educativa (cf. Carta a las familias, 16), en la que a cada joven se le respeta más allá de sus capacidades y de sus posibilidades intelectuales, que no pueden considerarse como las únicas riquezas de su persona. Ésta es la condición esencial para que los talentos de cada uno puedan desarrollarse. En efecto, la escuela católica tiene la misión primordial de formar hombres y mujeres que, en el mundo del mañana, puedan dar lo mejor de sí mismos para el bien de la sociedad y de la Iglesia. Las diferentes instituciones escolares católicas no deben perder nunca de vista la tarea específica que les corresponde. Además de la necesidad de ofrecer una enseñanza de calidad, los profesores y educadores deben dedicarse también a formar en los valores morales y espirituales, esenciales para toda existencia humana, y a testimoniar ellos mismos a Cristo, fuente y centro de toda vida. Se deben preocupar siempre por dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. 1P 3, 15). La formación de la inteligencia debe ir acompañada necesariamente por la formación de la conciencia y el desarrollo de la vida moral, mediante la práctica de las virtudes, así como por el aprendizaje de la vida social y la apertura al mundo. Esta educación integral del hombre, que resulta indispensable, es el camino que lleva al desarrollo y a la promoción de la persona y de los pueblos, a la solidaridad y la comprensión fraterna, y a Cristo y la Iglesia (cf. Redemptor hominis, 14).

En la sociedad moderna, la educación en los valores representa, sin duda alguna, el desafío más importante para la totalidad de la comunidad educativa que formáis. No se puede transmitir una cultura sin transmitir, al mismo tiempo, lo que constituye su fundamento y su núcleo más profundo, a saber, la verdad y la dignidad, reveladas por Cristo, de la vida y de la persona humana, que encuentra en Dios su origen y su fin. De este modo, los jóvenes descubrirán el sentido profundo de su vida y podrán conservar la esperanza.

5. Vuestra larga tradición y vuestra gran experiencia como formadores os permiten ocupar un sitio de honor en el mundo internacional de la educación; es la ocasión de hacer escuchar la voz de la Iglesia, cuya principal solicitud es el desarrollo integral de la persona, y no la rentabilidad de la persona en un sistema político y económico, tal como la sociedad actual se siente tentada de pensar y poner en práctica. Así pues, con gusto os invito a proseguir y a intensificar las diferentes formas posibles de colaboración con las Conferencias episcopales, para que vuestra misión se integre plenamente en las actividades pastorales que realizan los pastores, así como vuestra cooperación con las organizaciones internacionales y las diferentes asociaciones continentales y nacionales, que están al servicio de la promoción de la enseñanza y la formación de la juventud. También los gobernantes de las naciones solicitan vuestra presencia, para que las preocupaciones de la Iglesia en materia de formación, educación y respeto de los valores morales se tengan cada vez más en cuenta, especialmente en los períodos en que los programas de enseñanza se revisan y se adaptan a las nuevas normas científicas. Algunos países tienen hoy mayor necesidad de vuestra ayuda. Me refiero a los países del tercer mundo, en los que se desarrollan programas de alfabetización y educación básica, así como a los países del Este y los países que están en guerra. La reorganización del sistema educativo es una de las formas privilegiadas para la reconstrucción nacional y la participación en la vida internacional.

6. Al terminar nuestro encuentro, quisiera aseguraros mi apoyo, mi confianza y mi oración por la obra incansable que vuestra organización lleva a cabo. Espero que, al final de vuestros trabajos, os marchéis confortados, a fin de proseguir vuestra misión educativa. Encomendándoos a la intercesión de san Juan Bosco, apóstol de la juventud, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica, que extiendo complacido a todos los miembros de la Oficina internacional de enseñanza católica y a sus familias, así como a los jóvenes, beneficiarios de vuestras constantes preocupaciones.



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