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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS

Sábado, 3 de junio de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Os acojo con gran alegría y os agradezco vuestra grata visita. Venís de diversas localidades y os une el propósito común de celebrar vuestro jubileo aquí, en Roma, ciudad santificada por el testimonio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y de muchos otros santos y mártires. En vuestro programa jubilar habéis querido incluir también esta visita al Sucesor de Pedro, para reafirmar vuestros propósitos de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. ¡Sed bienvenidos!

2. Saludo, en primer lugar, a los participantes en la duodécima edición de la carrera ciclista "en tándem", organizada por la Unión italiana de ciegos. Queridos hermanos, vuestra asociación celebra este año su octogésimo aniversario, y ha querido subrayar la significativa conmemoración con esta importante manifestación socio-deportiva inspirada en los grandes valores jubilares de la fraternidad, la solidaridad y la promoción humana. Habéis querido, sobre todo, vivir juntos una profunda experiencia espiritual y celebrar así vuestro jubileo. Aprecio mucho vuestro generoso trabajo en la sociedad, destinado a poner de relieve la valentía y las grandes dotes espirituales, así como la fuerza de voluntad que los ciegos, gracias a la solidaridad de los que ven, pueden expresar no sólo en el campo deportivo, sino también en muchos otros sectores de la vida diaria. Que el Señor haga fructificar vuestros laudables esfuerzos y bendiga todos vuestros buenos propósitos de ayuda a vuestro prójimo necesitado. Continuad por este camino precisamente "en tándem", y en íntima comunión con Jesús, que nos acompaña a diario en el viaje de la vida.

Saludo, asimismo, a los fieles de las parroquias Santa María de la Esperanza, de Cesena, y Santa María Dolorosa en las Cruces, de Andria. Gracias por vuestra visita, que quiere manifestarme la afectuosa cercanía espiritual de todos vuestros hermanos y hermanas en la fe. Después de esta peregrinación jubilar, volved a vuestros hogares más decididos aún a seguir a Cristo, nuestro Señor, y a anunciar y testimoniar su Evangelio con generoso impulso misionero.

Mi pensamiento se dirige ahora a vosotros, queridos ex alumnos salesianos de Barcelona Pozo de Gotto, en la provincia de Messina, que habéis venido a renovar vuestra profesión de fe ante las tumbas de los Apóstoles.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, estamos en el clima de la Ascensión, y nuestro pensamiento se dirige a Cristo, que, terminada su misión pública, vuelve al Padre celestial. La liturgia nos recuerda en estos días que el mismo Jesús con quien los Apóstoles habían vivido, comido y compartido el cansancio diario, sigue estando presente, ahora de modo invisible, en su Iglesia. La Iglesia debe prolongar la obra del Señor resucitado, difundiendo en todos los rincones de la tierra su Evangelio, hasta su vuelta gloriosa. Por esta razón, en el relato de la Ascensión, después de que el Señor desapareció de la vista de los presentes, los ángeles invitaron a los discípulos a no seguir mirando al cielo. "Galileos ―dijeron―, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este mismo Jesús, que os ha sido llevado, vendrá tal como lo habéis visto subir al cielo" (Hch 1, 11).

Desde entonces comenzó el tiempo del testimonio de todos nosotros, los creyentes, impulsados por la fuerza del Espíritu Santo. Y precisamente al Espíritu divino la Iglesia eleva su oración durante esta semana, esperando la fiesta de Pentecostés. Por la fuerza de este Espíritu Santo, Cristo glorificado, constituido Señor universal y jefe de la Iglesia, atrae hacia sí a todo hombre y a toda mujer. También nosotros, cristianos del tercer milenio, debemos ser testigos y mensajeros de Cristo, llamados a un generoso impulso misionero y a construir una nueva humanidad, vivificada por la ley del amor.

4. Los Hechos de los Apóstoles nos narran que en los días anteriores a Pentecostés, María, la Madre de Jesús, permaneció con los Apóstoles en ferviente espera y en oración perseverante. La Virgen nos acompaña también a nosotros, especialmente durante este Año jubilar, mientras velamos y oramos en espera de un nuevo Pentecostés. Hoy, primer sábado del mes de junio, encomendémosle nuestros propósitos de compromiso evangélico; implorémosle la ayuda necesaria para que cada uno de nosotros cumpla con plenitud la misión que se le ha confiado.

Que ella proteja vuestras familias y las actividades de vuestras parroquias y asociaciones. Os aseguro de buen grado mi recuerdo en la oración, al mismo tiempo que os imparto de corazón a cada uno de vosotros una especial bendición apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.

 



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