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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PADRES CAPITULARES DE LOS MISIONEROS DE SAN CARLOS
(ESCALABRINIANOS)


Viernes 9 de febrero de 2001

 

Amadísimos padres capitulares escalabrinianos: 

1. Me alegra este encuentro que me permite saludaros personalmente, con ocasión de vuestro capítulo general. Habéis solicitado esta audiencia para confirmar vuestra devoción al Sucesor de Pedro, según la línea de fidelidad propia de vuestro fundador. Os doy a todos mi cordial bienvenida.

Hace algo más de dos años desde que nos encontramos en Castelgandolfo, en septiembre de 1998. La muerte prematura de vuestro superior general, padre Luigi Favero, que guió con pasión vuestra congregación, os ha traído a Roma para elegir al nuevo superior general. Vuestros votos se han orientado hacia el padre Isaia Birollo, al que felicito y expreso mis mejores deseos para la ardua tarea que se le ha confiado. Al mismo tiempo, espero que vuestra reunión en Roma os haya permitido profundizar vuestro proyecto misionero.

2. Habéis celebrado vuestro capítulo general mientras sigue vivo el recuerdo del gran jubileo, que nos ha introducido en el tercer milenio de la era cristiana. Hemos vivido este momento de reconciliación y de gracia "no sólo como memoria del pasado, sino también como profecía del futuro" (Novo millennio ineunte, 3). En la peregrinación de la Iglesia los emigrantes son imagen elocuente del camino de todo el pueblo de Dios hacia el Padre, que quiere revelar su rostro a quien lo busca. Su situación adquiere un valor simbólico sobre el que conviene reflexionar.

Las migraciones modernas ponen de relieve las consecuencias de fenómenos sociales vastos y complejos, que afectan en mayor o menor medida a todas las sociedades. Los desequilibrios creados por procesos económicos y sociales, que repercuten sobre todo en los más débiles, obligan a millones de mujeres y hombres a buscar posibilidades de supervivencia en otros lugares.

Los conflictos étnicos, los desastres naturales y la opresión política obligan a poblaciones enteras a solicitar asilo y protección en otras naciones. Por el contrario, el miedo al extranjero lleva a la sociedad del bienestar a restringir el ingreso de los emigrantes, dificultando su acogida y su integración. Sin embargo, las barreras no pueden frenar la esperanza de quien tiene derecho a un futuro mejor.

De hecho, la presencia de los emigrantes ha transformado muchos países en sociedades multiétnicas y multiculturales. Esta diversidad se percibe a menudo como amenaza a la identidad cultural y religiosa de los países de acogida. Esto suscita impulsos xenófobos de aislamiento, que entrañan el peligro de tensiones e incomprensiones, perjudiciales para la paz social. Ante el riesgo de enfrentamientos étnicos, todos están invitados a una convivencia social con diálogo y participación.

En efecto, la verdadera integración exige construir una sociedad capaz de reconocer las diferencias sin radicalizarlas, y promover una generación de ciudadanos formados en la cultura del diálogo. "En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz" (Novo millennio ineunte, 55).

3. Queridos padres escalabrinianos, ante estas temáticas, vuestra misión se presenta muy actual. Estáis llamados a profundizar vuestro carisma, para difundirlo como don de la Iglesia al mundo de la movilidad humana. Los horizontes cada vez más amplios de las migraciones os exigen la valentía de abriros a nuevas fronteras, a las que os llama la misión. El Dueño de la mies no permitirá que sus hijos más débiles y dispersos se queden sin personas que les compartan su pan y los congreguen en la unidad.

Al reflexionar en vuestro proyecto misionero, habéis tomado mayor conciencia de que la vida fraterna en comunidad caracteriza vuestra existencia y vuestra misión específica. También mediante este testimonio podéis ser signo, profecía y testimonio de la Resurrección allí donde son más fuertes los signos de la división y la injusticia. Al reunir a los emigrantes de diferentes naciones, haréis que en las Iglesias particulares resuenen en diversas lenguas, como ya sucedió en Pentecostés, las alabanzas a Dios por las maravillas que realiza en la historia.

Ante el rostro sufriente de los emigrantes, sentíos comprometidos a defender y promover sus derechos, con la participación cordial que el Espíritu suscita en quienes ha llamado al servicio del Reino. El número creciente de emigrantes no cristianos no puede dejar indiferentes a las comunidades eclesiales llamadas a anunciar y testimoniar el amor salvífico del Padre. "Anunciar y testimoniar el evangelio de la caridad constituye la trama de la misión dirigida a los emigrantes" (Mensaje para la Jornada mundial del emigrante del año 2001).

4. Vuestro carisma específico os impulsa a testimoniar y anunciar la buena nueva del Reino a los emigrantes que viven más agudamente su drama. En la búsqueda de un futuro mejor sufren a menudo la exclusión, la marginación y el fracaso. A  vosotros corresponde sostener su esperanza, haciendo que, gracias a vuestra solidaridad y a la de muchos otros cristianos, experimenten la acción próvida de Dios, que guía la historia hacia un futuro más humano. Así, la fe vivida en medio  de las dificultades diarias llega a ser anuncio de la misión de Cristo, que vino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos (cf. Jn 11, 52).

El emigrante os interpela y os desafía a vivir los valores de apertura, acogida y comunión en la diversidad, según el ejemplo de vuestro fundador, el beato Juan Bautista Scalabrini, que supo leer la realidad de la migración desde una perspectiva providencial y profética. Como él, mirad las migraciones con los ojos de Dios y escuchad su palabra con el corazón del emigrante.

Pido a la Virgen María, Madre de los emigrantes, que vele por vuestros propósitos en la realización de vuestro proyecto misionero, para que seáis, junto con los demás discípulos de Cristo igualmente sensibles y prudentes, "centinelas de la mañana en esta aurora del nuevo milenio" (Novo millennio ineunte, 9).

Con este deseo, os imparto a todos mi afectuosa bendición.

 



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