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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 6 de diciembre de 2003

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra acogeros a vosotros, obispos y administrador diocesano, que habéis venido de las provincias de Rennes y Rouen, de esa región del oeste de Francia que tuve la ocasión de visitar dos veces, yendo a Lisieux, a Saint-Laurent sur Sèvre y a Sainte-Anne d'Auray. Sed bienvenidos al final de vuestra visita ad limina, tiempo de encuentro y de trabajo con los dicasterios de la Curia romana, y también de renovación espiritual, mediante la oración ante las tumbas de los Apóstoles y la celebración de la comunión entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Agradezco a monseñor Saint-Macary, arzobispo de Rennes, la presentación que me ha hecho de vuestras diócesis y de los importantes cambios que experimentáis tanto en la vida de las comunidades cristianas como en las formas de ejercicio del ministerio sacerdotal. Por mi parte, deseo hablaros de una cuestión que me preocupa mucho, como a todos los obispos del mundo:  la cuestión de las vocaciones sacerdotales y de la formación de los presbíteros.

2. Desde hace muchos años, vuestro país sufre una grave crisis de vocaciones, una especie de travesía del desierto que constituye una verdadera prueba en la fe tanto para los pastores como para los fieles, y a la que vuestras relaciones quinquenales dedican mucha atención. A lo largo de treinta años se ha asistido a una lenta disminución de los efectivos, que incluso parece haberse acentuado en los últimos años. Al mismo tiempo, se han hecho muchas reflexiones para tratar de analizar las causas de este fenómeno y ponerle remedio. Se han puesto en marcha numerosas iniciativas en las diócesis de Francia para despertar la pastoral de las vocaciones, para suscitar una nueva toma de conciencia en las comunidades cristianas, para interpelar a los jóvenes, para recordar la responsabilidad de los sacerdotes en la llamada, para adaptar los lugares de formación y asegurar más su solidez. Ciertamente, esos múltiples esfuerzos aún no han dado todos sus frutos, y la crisis sigue, preocupante por sus consecuencias próximas y duraderas para la vitalidad de las parroquias y de las diócesis de Francia. Os exhorto a que, en vez de ceder al desaliento ante esta situación, afrontéis el desafío con firme esperanza, para construir el futuro de vuestras Iglesias. En esta empresa, estad seguros de la cercanía espiritual y del apoyo del Sucesor de Pedro.

3. En Francia, los seminarios tienen una larga historia y una rica experiencia. La última visita apostólica, realizada a todos los institutos de formación de vuestro país, ha mostrado que, en conjunto, eran instrumentos seguros y adecuados para ayudar a los jóvenes que escuchan la llamada del Señor a discernir su voluntad, y para hacer de ellos pastores disponibles y competentes. Están, por tanto, a disposición de los obispos como instrumento esencial y necesario para la formación de los candidatos al sacerdocio (cf. Pastores dabo vobis, 60). Así pues, esforzaos por mantener, con toda vuestra solicitud de pastores, la calidad de estas casas de formación, en particular con la elección de formadores que aseguren ese ministerio, bajo vuestra responsabilidad, y vigilando la aplicación de la Ratio institutionis, votada por vuestra Conferencia episcopal y aprobada por la Congregación para la educación católica en 1998.

El Código de derecho canónico prevé que en cada diócesis haya un seminario para la formación de los futuros sacerdotes (c. 237). Evidentemente, la situación pastoral actual no os permite pensar que eso sea posible en todas partes, y ni siquiera deseable; en efecto, como muestra la experiencia, a menudo el agrupamiento de las fuerzas es necesario y puede dar también un dinamismo real. Pero el legislador, en su sabiduría, ha querido mostrar el vínculo profundo e intrínseco que existe entre la Iglesia diocesana y la formación de los sacerdotes. Al ordenar, para el servicio de las comunidades cristianas, a hombres que entregan toda su vida y que tendrán la misión de actuar en nombre de Cristo, el obispo diocesano asegura la vida de la Iglesia en la verdad y la continuidad de su misterio, porque es el Cuerpo de Cristo, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). Entonces, ¿cómo podría la Iglesia diocesana desinteresarse de la formación de sus futuros pastores? Por eso es importante que el seminario sea una institución estable, reconocible y reconocida en la diócesis, mostrándose siempre como el seminario de la diócesis, aunque ese seminario, que acoge a candidatos procedentes de muchas diócesis, esté ubicado en otra diócesis. El obispo, aun dejando la tarea de discernimiento a los que tienen esa responsabilidad, debe procurar estar presente en la vida del seminario, visitándolo él mismo o por medio de un delegado, y encontrándose regularmente con los formadores y los seminaristas. Debe invitar a estos últimos a arraigarse progresivamente en las realidades de su diócesis, mediante los necesarios períodos de práctica, sobre todo cuando, por razones legítimas relacionadas con los estudios, los lugares de formación estén alejados de la diócesis.

Con este espíritu, una concertación entre los obispos de Francia podría ser de gran utilidad, para reflexionar juntos, y con los formadores responsables, sobre la cuestión de la distribución de los seminarios, de modo que no estén demasiado lejos de las diócesis que les encomiendan sus candidatos. Las nuevas provincias, creadas recientemente para que vuestra acción pastoral preste un servicio mejor, ¿no podrían constituir un marco de referencia, permitiendo a los obispos poner en común las fuerzas pastorales disponibles para una formación mejor de los candidatos al sacerdocio?

Además, conviene no olvidar que la misión de los sacerdotes se expresa sacramental y humanamente mediante la solidaridad de un mismo presbiterio, unido en torno al obispo, y que la formación común de los sacerdotes de una misma diócesis, o de una misma provincia, en el mismo seminario es ciertamente propicia para suscitar el espíritu de unidad, tan necesario para ayudar al obispo a poner por obra sus decisiones pastorales e igualmente para permitir a los sacerdotes vivir, con apoyo mutuo y fraterno, un ministerio a menudo difícil.

4. Como puse de relieve en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis (cf. nn. 43-59), quiero recordar la complementariedad esencial de las cuatro dimensiones de la formación, humana, espiritual, intelectual y pastoral, que el seminario, "comunidad educativa en camino" (ib., 60), dispensa de modo progresivo a lo largo de los años de formación. La atención a las dificultades específicas de los jóvenes de hoy, sobre todo en el campo de la vida familiar y de la madurez afectiva, así como la consideración del ambiente social, que se caracteriza por el relativismo generalizado de los "valores" difundidos por los medios de comunicación social, por la trivialización de la sexualidad, pero también por los escándalos que están vinculados a ella, exigen velar particularmente sobre la formación humana, afectiva y moral de los candidatos. Exhorto al equipo de formadores de los seminarios a proseguir su  trabajo  de formación y discernimiento en este ámbito, en colaboración con especialistas competentes, para ayudar a los jóvenes seminaristas a conocer cada vez más claramente las exigencias objetivas de la vida sacerdotal e iluminar su propia vida, para que sepan apreciar en su justo valor el don del celibato y se preparen para vivirlo generosamente en la castidad, como un don de amor ofrecido al Señor y a aquellos que se les encomendarán. Cuento con vosotros, que sois los primeros responsables de la formación de los sacerdotes en vuestras diócesis, para velar con atención y rigor sobre esta dimensión. "He aquí el hombre" (Jn 19, 5), dijo Pilato, de manera profética, al presentar a Jesús a la multitud:  en la formación humana y afectiva de los candidatos al sacerdocio, como también en todas las demás dimensiones de su formación, es precisamente a Cristo, Verbo encarnado y hombre nuevo y perfecto, a quien es necesario buscar y contemplar; a él es a quien hay que tomar como modelo (cf. 1 Co 11, 1) para imitarlo en todas las cosas, para llegar a ser sacerdote, en su nombre.

5. Vuestras Iglesias diocesanas están comprometidas en un profundo trabajo de adaptación a las nuevas realidades, como la reorganización pastoral, la rápida disminución del número de sacerdotes y el acceso a las responsabilidades pastorales de numerosos fieles laicos, evoluciones sensibles que evidentemente conviene tener en cuenta para la preparación de los futuros sacerdotes, a fin de lograr que su formación sea cada vez más sólida y adecuada. Sin embargo, para cumplir bien esta misión difícil y esencial de la formación de los sacerdotes y superar la situación actual de crisis, ciertamente es necesario ir más lejos y más a fondo (cf. Novo millennio ineunte, 1). Por ello, la Iglesia debe buscar una cierta estabilidad en sus instituciones y descubrir cada vez más la riqueza que la constituye en la complementariedad de las diversas vocaciones de sus miembros. Sobre todo, debe estimar en su justo valor el ministerio de los sacerdotes, comprendiendo que es indispensable para su vida, porque le asegura la permanencia de la presencia de Cristo, en la fidelidad al anuncio y a la enseñanza de su Palabra, en el don precioso de los sacramentos que la hacen vivir, especialmente la Eucaristía y la reconciliación, y en el servicio de la autoridad en nombre del Señor y a su manera. En una nueva profundización de la vida cristiana, mediante la renovación interior de la vida de fe de todos, tanto pastores como fieles, y mediante la irradiación misionera de las comunidades cristianas, es como podrán surgir entre los jóvenes nuevas vocaciones para la Iglesia.

6. A este respecto, es importante que la Iglesia, que llama a los jóvenes a servir a Cristo, aparezca a sus ojos, como a los de las familias, serena y confiada:  "Venid y lo veréis" (Jn 1, 39). Por ello, es esencial que quienes están encargados de la formación para el ministerio presbiteral se sientan sostenidos por su obispo y por la Iglesia:  el equipo de formadores, elegido y mandado por el obispo, o colegialmente por los obispos responsables, necesita esta confianza para cumplir su misión entre los jóvenes que se le confían, así como entre los sacerdotes y los laicos comprometidos en la pastoral de las vocaciones. Conviene también que los jóvenes que piensan llegar a ser sacerdotes puedan identificar el seminario de su diócesis como el lugar normal donde se han de preparar al sacerdocio para el servicio de la Iglesia diocesana, con una obediencia confiada al obispo y sin plantear exigencias particulares sobre el lugar de su formación. Quiero recordar igualmente que la acogida de los candidatos que provienen de otra diócesis debe hacerse con discernimiento y debe obedecer siempre a las disposiciones canónicas y pastorales vigentes (cc. 241-242), reafirmadas por la Instrucción sobre la admisión en el seminario de candidatos provenientes de otras diócesis o de otras familias religiosas. Con este fin, es de desear que los obispos de Francia intercambien serenamente opiniones, en el marco de la Conferencia episcopal, sobre las cuestiones relativas a la formación de los sacerdotes, sin volver a examinar el trabajo ya realizado y cumplido, para manifestar cada vez más ante todos los fieles una unidad de criterios sin la cual sus esfuerzos corren el riesgo de resultar inútiles. Debemos recordar siempre la oración insistente del Señor, el cual pidió al Padre que sus discípulos "sean uno, para que el mundo crea" (Jn 17, 21), y debemos esforzarnos por vivir entre nosotros las exigencias de una comunión que es preciso construir, verificar y reanudar incesantemente, para hacer cada vez más evidente la unidad del Cuerpo de Cristo.

7. Para preparar el futuro con esperanza, la Iglesia debe proseguir y ampliar su acción en favor de las vocaciones y dirigida a los jóvenes:  estos últimos serán la Iglesia del futuro y los sacerdotes del mañana. Dándoles las gracias por su entusiasmo, tan expresivo en los grandes encuentros como las Jornadas mundiales de la juventud o en las que organizáis en vuestras diócesis, pero también por la generosidad con la que se comprometen al servicio de causas sociales y humanitarias, conviene ayudarles a responder, en mayor número que en la actualidad, a las llamadas particulares que el Señor no deja de dirigirles. Aunque las dificultades de los jóvenes de hoy para responder a esta llamada son múltiples, parece que se pueden encontrar tres razones principales. La primera dificultad es el temor a un compromiso a largo plazo, puesto que se tiene miedo de correr riesgos sobre un futuro incierto y se vive en un mundo que cambia, donde el interés parece fugaz, relacionado esencialmente con la satisfacción del momento. Ciertamente, este es un freno fundamental para la disponibilidad de los jóvenes, que sólo se podrá superar dándoles confianza desde una perspectiva correspondiente a la esperanza cristiana. Está en juego el trabajo educativo, que aseguran ante todo la familia y la escuela, y se realiza también a través de las diversas propuestas pastorales para los jóvenes:  pienso particularmente en los movimientos de jóvenes, como el de los scouts, en las capellanías, en los diversos lugares de acogida que se les ofrecen, donde pueden aprender a confiar en los adultos, en la sociedad, en la Iglesia, en los demás jóvenes y en ellos mismos.

La segunda dificultad concierne a la propuesta del ministerio sacerdotal mismo. En efecto, desde hace varias generaciones, el ministerio de los sacerdotes ha evolucionado notablemente en sus formas; a veces se ha visto resquebrajado en las convicciones mismas de muchos sacerdotes sobre su propia identidad; se ha devaluado frecuentemente ante la opinión pública. Hoy, el perfil de este ministerio puede parecer aún vago, difícilmente reconocible para los jóvenes y carente de estabilidad. Por eso, es importante sostener el ministerio ordenado, darle el lugar que le corresponde en la Iglesia, con un espíritu de comunión que respete las diferencias y su verdadera complementariedad, y no con un espíritu de competición dañosa con el laicado.

La tercera dificultad, la más fundamental, atañe a la relación de los jóvenes con el Señor. Su conocimiento de Cristo es frecuentemente superficial y relativo, en medio de múltiples propuestas religiosas, mientras que el deseo de ser sacerdote se alimenta esencialmente de la intimidad con el Señor, en un diálogo verdaderamente personal, puesto que se expresa ante todo como deseo de estar con él (cf. Mc 3, 14). Es evidente que todo lo que puede favorecer en los niños y en los jóvenes un descubrimiento auténtico de la persona de Jesús y de la relación viva con él, que se expresa en la vida sacramental, en la oración y en el servicio a los hermanos, será beneficioso para suscitar vocaciones. Las escuelas de oración para niños, los retiros o las vigilias de oración para los jóvenes, así como las propuestas de formación teológica y espiritual adaptadas a los jóvenes, son un terreno fértil y necesario, donde la llamada de Dios podrá germinar hasta dar fruto. Procurad, pues, que los diversos servicios especializados que concurren en una estrecha colaboración a alimentar la vida diocesana, la pastoral familiar, la catequesis y la pastoral de los jóvenes, estén abiertos generosamente a esta perspectiva de las vocaciones, que da sentido a su acción, sobre todo gracias a las interpelaciones y las propuestas de los servicios diocesanos de vocaciones, encargados de hacer que en la Iglesia diocesana, en sus diferentes componentes, se escuche la llamada del Señor a las vocaciones particulares de sacerdotes y de diáconos, pero también a las vocaciones a la vida consagrada.

8. Al final de estas reflexiones, que he querido compartir con vosotros para manifestaros mi preocupación y mi apoyo en una situación difícil, que constituye una prueba para muchos, quisiera recordar a todos aquellos que están dedicados a esta misión:  los miembros del servicio nacional de vocaciones y de los servicios diocesanos de vocaciones, los responsables de la pastoral juvenil y, sobre todo, los equipos de formadores de seminarios. A pesar de la disminución del número de sacerdotes y la acumulación de las tareas que les competen, procurad ofrecer vuestra disponibilidad a quienes encargáis esas responsabilidades pastorales, para permitirles asumirlas con alegría y seguridad, y también con eficacia. Doy gracias con vosotros por el testimonio de fidelidad de los sacerdotes. Aseguradles a todos mi cercanía espiritual y mi estímulo en su generoso compromiso. El Papa ora cada día para que no falte a la Iglesia el don del sacerdocio y para que los seminaristas comprendan el don maravilloso que el Señor les ha hecho al llamarlos a su servicio. Encomendándolos a todos a la intercesión materna de la Virgen María, os aseguro mi solicitud pastoral por vuestras Iglesias diocesanas. Imparto de corazón a todos una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.

 



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