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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL PACÍFICO EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 18 de septiembre de 2004

 

Queridos hermanos en el episcopado

1. En la gracia y la paz de nuestro Señor os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, miembros de la Conferencia episcopal del Pacífico, y hago mío el saludo de san Pablo:  "Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en todo el mundo" (Rm 1, 8). Expreso mi agradecimiento al arzobispo Apuron por los buenos deseos y amables sentimientos que me ha manifestado en vuestro nombre. Correspondo cordialmente a ellos y os aseguro mis oraciones a vosotros y a los fieles confiados a vuestra solicitud. Vuestra visita ad limina Apostolorum expresa la profunda comunión de amor y verdad que une las diversas diócesis del Pacífico con el Sucesor de Pedro y sus colaboradores al servicio de la Iglesia universal. Recorriendo grandes distancias para "ver a Pedro" (cf. Ga 1, 18), confirmáis "la unidad en la fe, esperanza y caridad, y hacéis conocer y apreciar cada vez más el inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que toda la Iglesia, en comunión con el Obispo de Roma, ha difundido en todo el mundo" (Pastor bonus, Anexo I, 3).

2. Jesucristo sigue dirigiendo su atención amorosa a los pueblos de Oceanía, llevándolos a una fe y una vida aún más profundas en él. Como obispos, respondéis a esta llamada preguntándoos:  ¿cómo puede la Iglesia ser un instrumento aún más eficaz de Cristo? (cf. Ecclesia in Oceania, 4). Incluso donde la vida de la Iglesia muestra grandes signos de crecimiento, no ha de escatimarse ningún esfuerzo para emprender iniciativas pastorales eficaces a fin de que nuestro Señor sea más conocido y amado. En efecto, las familias y las comunidades, prosiguiendo la búsqueda del sentido de su vida, tratan de ver "la fe con obras". Esto exige que vosotros, como maestros de fe y heraldos de la Palabra (cf. Pastores gregis, 26), prediquéis con claridad y precisión que "de hecho, la fe tiene la fuerza para modelar la cultura misma, penetrándola hasta su núcleo" (Ecclesia in Oceania, 20). Así, vuestro ministerio episcopal, arraigado en la tradición cristiana y atento a los signos de los cambios culturales contemporáneos, será un signo de esperanza y orientación para todos.

3. Queridos hermanos, la ferviente vida pastoral de vuestras diócesis, que describís claramente en vuestras relaciones, es un signo edificante para todos. Las jubilosas celebraciones litúrgicas, la participación entusiasta de los jóvenes en la misión de la Iglesia, el florecimiento de vocaciones y la presencia palpable de la fe en la vida civil de vuestras naciones testimonian la infinita bondad de Dios para con su Iglesia. Sin embargo, con la prudencia de padres solícitos por su familia, también habéis expresado vuestra preocupación por los vientos de cambio que soplan sobre vuestras costas. La invasión del secularismo, particularmente bajo la forma de consumismo, y la fuerte influencia de los aspectos más insidiosos de los medios de comunicación, que transmiten una visión deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad, minan los cimientos mismos de los valores culturales tradicionales.

Frente a estos desafíos, los pueblos de Oceanía son cada vez más conscientes de la necesidad de renovar su fe y encontrar una vida más abundante en Cristo. En esta búsqueda, tienen gran esperanza en que seáis ministros firmes de la verdad y testigos audaces de Cristo. Desean que seáis vigilantes al buscar nuevos modos de enseñar la fe, para que se fortalezcan con la fuerza del Evangelio que debe impregnar su modo de pensar, sus criterios de juicio y sus normas de comportamiento (cf. Sapientia christiana, Proemio). En este contexto, el testimonio que dais y vivís del extraordinario "sí" de Dios a la humanidad (cf. 2 Co 1, 20) impulsará a vuestros pueblos a rechazar los aspectos negativos de nuevas formas de colonización y a elegir todo lo que engendra nueva vida en el Espíritu.

4. La unidad de la Iglesia, en cuanto don inagotable de Dios, resplandece sobre la totalidad de sus miembros como una llamada apremiante a crecer en la comunión de fe, de esperanza y de caridad. En medio de los cambios culturales, que frecuentemente son factores de división, hoy el gran desafío consiste en hacer de la Iglesia "la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte, 43). Esto requiere que el obispo, enviado en nombre de Cristo para cuidar de una porción determinada del pueblo de Dios, ayude a su pueblo a ser uno en el Espíritu Santo (cf. Pastores gregis, 43). Por consiguiente, os exhorto a imitar al buen Pastor, que conoce a sus ovejas y llama a cada una por su nombre. Los encuentros con vuestros más estrechos colaboradores -sacerdotes, religiosos, religiosas y catequistas-, escuchándolos con atención, así como los contactos directos con los pobres, los enfermos y las personas ancianas, unificarán a vuestro pueblo y enriquecerán vuestra enseñanza gracias al ejemplo concreto que dais de fe humilde y de servicio.

La importancia particular de la comunión entre un obispo y sus sacerdotes exige que siempre os preocupéis de manifestarles vuestro interés paterno por su crecimiento espiritual y su felicidad. Sois los primeros formadores de vuestros sacerdotes. Vuestra solicitud por la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas y de vuestros sacerdotes es una expresión evidente de vuestro amor a ellos, y esto dará muchos frutos en vuestras diócesis. Este afecto especial debe manifestarse mediante una atención continua a su santificación personal en el ministerio y mediante la constante actualización de su compromiso pastoral (cf. Pastores dabo vobis, 2). Así pues, os invito con insistencia a desempeñar un papel cada vez más importante en el seguimiento de vuestros seminarios y en la propuesta de programas regulares de formación permanente de los sacerdotes, para que reafirmen su identidad y su personalidad sacerdotales (cf. ib., 71). Esta identidad jamás deberá fundarse en algún cargo social o en títulos. Está constituida, ante todo, por una vida de sencillez, de castidad y de servicio humilde (cf. ib., 33), que impulsa a los demás a hacer lo mismo.

Para concluir este punto, me uno a vosotros en la oración por vuestros sacerdotes, expresándoles mi profunda gratitud y mi vivo aliento. En particular, felicito a los que, en la perspectiva de un compromiso auténtico en favor de la Iglesia en el Pacífico, han dejado el ministerio parroquial, que amaban, para ponerse al servicio de los seminarios. Debe rendirse homenaje a su generosidad. A los sacerdotes que, por varias razones, no han podido vivir las exigencias de su ministerio, les recuerdo que Dios, rico en misericordia y lleno de amor, los invita cada día a volver a él. En definitiva, recordad a todos vuestros sacerdotes el afecto profundo que siento por ellos.

5. La historia de la fundación de la Iglesia en Oceanía está escrita por innumerables hombres y mujeres consagrados que se entregaron para seguir la llamada del Señor a anunciar el Evangelio con dedicación generosa. Sacerdotes religiosos, hermanos y hermanas siguen estando en la vanguardia de la evangelización en vuestras diócesis. Buscando la perfección de la caridad al servicio del Reino, los religiosos sacian en particular la sed creciente que tiene vuestro pueblo de una espiritualidad sostenida para avivar su fe. Este testimonio exige que los religiosos mismos se fortifiquen diariamente en la fuente de una sana espiritualidad. Por eso, la vida espiritual, arraigada en el carisma de una Orden, debe ocupar "el primer lugar en el programa de las familias de vida consagrada, de tal modo que cada instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica" (Vita consecrata, 93). En efecto, la fecundidad apostólica, el amor generoso a los pobres y la habilidad para suscitar vocaciones entre los jóvenes dependen de esta prioridad y de su crecimiento creativo en el compromiso personal y comunitario.

Las religiosas, en particular, han contribuido en gran medida al desarrollo social de mujeres y niños en vuestra región. Al hacerlo, han dado testimonio de los valores femeninos que expresan el carácter relacional esencial de la humanidad:  la capacidad de vivir "para el otro" y "por el otro" (cf. Congregación para la doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 14). La autenticidad, la honradez, la sensibilidad y el servicio enriquecen todas las relaciones humanas. Lo que llamé "genio de la mujer" también enriquecerá la organización pastoral de vuestras diócesis. Ahora son necesarias una solícita colaboración y una atenta coordinación con las órdenes religiosas para asegurar que se elaboren adecuados programas de formación teológica y espiritual, inicial y permanente, para preparar a las religiosas a desempeñar su inestimable papel en la tarea cada vez más exigente de evangelización de la cultura en el Pacífico.

6. Queridos hermanos, durante el Sínodo para Oceanía muchos de vosotros observasteis con satisfacción que un número cada vez mayor de fieles laicos están apreciando más profundamente su deber de participar en la misión de evangelización de la Iglesia (cf. Ecclesia in Oceania, 19). Vuestros catequistas han abrazado con gran celo y generosidad la ardiente convicción de san Pablo:  "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16). Sin embargo, esta pasión no puede circunscribirse a un pequeño grupo de "especialistas", sino que debe inspirar e impulsar a todos los miembros del pueblo de Dios a llevar la fuerza del Evangelio al corazón mismo de la cultura y de las culturas (cf. Catechesi tradendae, 53). Esto requiere prestar gran atención a la promoción de programas de catequesis para adultos. Al elevar el nivel general de la educación en vuestras comunidades, es necesario que vuestro pueblo crezca en su comprensión de la fe y en su capacidad de expresar su verdad liberadora. A este respecto, confío en que pondréis atención especial en la consolidación de la capellanía en la Universidad del Pacífico sur, donde muchos de vuestros mejores jóvenes se están formando para ser futuros líderes de vuestras comunidades. Ojalá que estén dispuestos a dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15).

7. Con afecto y fraterna gratitud os ofrezco estas reflexiones y os animo a compartir los frutos del carisma de verdad que el Espíritu Santo os ha concedido. Unidos en el anuncio de la buena nueva de Jesucristo y guiados por el ejemplo de los santos, proseguid con esperanza. Encomendándoos a Nuestra Señora, Estrella del mar, e invocando sobre vosotros la intercesión de san Pedro Chanel, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.



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