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  CARTA
MIRABILIS ILLE
DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR
JUAN
POR LA DIVINA PROVIDENCIA
PAPA XXIII
A CADA UNO DE LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
y A LOS DEMÁS PADRES DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II,
EN EL DÍA DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR

 

Venerable y queridísimo hermano:

La imponente Asamblea de Obispos que hemos admirado en la Basílica de San Pedro durante la primera sesión del Concilio Vaticano II está de continuo ante nuestros ojos. Celebrada la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, e inscritos en el catálogo de los santos los beatos Pedro Julián Eymard, Antonio María Pucci y Francisco de Camporosso, y después de haber despedido a los padres, nuestro corazón ha permanecido en conversación espiritual con cada uno de ellos.

Nada nos es ahora más agradable —en este pasar del suave misterio del portal de Belén a la esplendorosa Epifanía del Señor, el Rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos— que volver con nuestro pensamiento y nuestra palabra a este grave y sagrado tema del Concilio, al cual quiere estar dedicado el nuevo año, en todos los puntos de la tierra, fundiendo todo en armoniosa unidad: corazones, palabras y obras.

Es bien sabido por todos cuantos participan en el Concilio que estos meses de 1963, que van de la Epifanía del Señor, 6 de enero, a la fiesta de la Natividad de la Virgen, 8 de septiembre, deben considerarse realmente como una continuación del trabajo conciliar, felizmente iniciado en el mes de octubre de 1962. En las primeras semanas, después de varios ensayos de exposición doctrinal y de experiencias pastorales, de libre y respetuoso debate, hemos llegado a la formulación definitiva de un "modus procedendi", que permitirá mayor rapidez y soltura en los trabajos sucesivos.

En especial ahora interesa que se tenga el sentido continuidad del Concilio, aunque los venerables obispos que forman, unidos al Papa, su estructura, se encuentren físicamente lejanos, dedicados, cada uno, a su propia tarea pastoral. Ellos se deben sentir y mostrarse espiritualmente más unidos que nunca durante este año.

Es bien sabido que las expresiones y los resultados de la convivencia social en estos tiempos han alcanzado un alto grado de utilidad, aun cuando se desarrolle a distancia; es lícito aprovecharse de este progreso, del mejor modo posible, en pro del servicio de la Iglesia en todo el mundo. Es importante, ante todo, que la sagrada asamblea de los obispos, que, en unión con el Sumo Pontífice, son la razón y el motivo fundamental de la actividad conciliar, permanezca íntegra y manifiesta. Principalmente esto ha de realizarse en Roma, sobre la colina del Vaticano, en las grandes aulas, donde se provee con ardiente solicitud, por el gobierno de la Iglesia universal; en los institutos de las ciencias sagradas, en los centros de oración y caridad, bajo la vigilante mirada del Vicario de Cristo, y, luego, en todas las regiones de la tierra donde existe la sagrada jerarquía, con el ejercicio de la misma actividad, con perfecta adhesión al Romano Pontífice y con la virtud del Espíritu Santo, que "ha constituido a los obispos para regir la Iglesia de Dios". (Hch 20, 28,)

La experiencia de las primeras reuniones conciliares y de los encuentros personales y colectivos con los venerables padres del Concilio Ecuménico nos sugiere la idea de destacar algunos puntos que creemos de la máxima importancia, especialmente en la espera del ulterior desarrollo del Concilio, tanto durante los ocho meses de trabajo casi invisible, pero efectivamente muy útil y eficaz, de las Comisiones, según su competencia, como luego —según esperamos— en la fase final del gran trabajo que se continuará solemnemente en Roma en el mes de septiembre y durará hasta la clausura.

Estos puntos los reducimos a cuatro, para que aparezcan más clara y distintamente. Tienen en cuenta especialmente el trabajo de los ocho meses que van desde la Epifanía del Señor a la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora. A su tiempo vendrán otras indicaciones a este respecto.

He aquí los temas que pretendemos tratar.

I. La Comisión Cardenalicia de Coordinación, anunciada el 6 de diciembre y constituida el 17 del mismo mes, que está presidida por nuestro venerable hermano el cardenal Amleto Juan Cicognani, nuestro secretario de Estado.

II. La correspondencia activa con la sede del Concilio por parte de los que están ausentes de Roma.

III. La intención cada vez más decidida, en el clero y en el laicado, de cooperación, oración, pleno interés, vida ejemplar santa y santificadora.

IV. El extenso campo del XXI Concilio Ecuménico, que quiere abrazar los múltiples aspectos e intenciones de la Iglesia de Cristo.

 

I. La nueva Comisión cardenalicia

La invitación dirigida a personas de altísima dignidad, para formar parte de la Comisión Coordinadora de los Trabajos Conciliares durante estos ocho meses, a pesar de que algunas de ellas residan fuera de Roma, responde a una consideración de respeto para con los cardenales nombrados, y a la vez de aprecio por la experiencia adquirida en el trabajo ya realizado en las diversas Comisiones que constituyen el organismo del Concilio.

Esta última y principal Comisión no atenúa de hecho ni disminuye el trabajo de las demás, lo determina y coordina más claramente con vistas al plan general y a los fines del Concilio.

Será auxiliada por la Secretaría General —es decir, por el secretario general y los cinco subsecretarios adjuntos— con su experimentada diligencia en la resolución de sus propias misiones sólo ejecutivas, en verdad, pero de una delicadísima y preciosa importancia.

 

II. Relaciones entre la sede del Concilio y los Padres residentes en todo el mundo

a) Ministerio del Romano Pontífice y de obispos en el Concilio Ecuménico

El Concilio recibe, como es obvio, sus directrices generales de Papa, que lo ha convocado, y al mismo tiempo toca a los obispos tutelar, según estas normas, su libre desarrollo.

Es necesario que el Romano Pontífice apruebe, de forma oficial y definitiva, los decretos que en razón de su autoridad apostólica asumirán el valor y la fuerza de ley; toca, sin embargo, a los padres conciliares proponer, discutir, preparar, en su debida forma, las sagradas deliberaciones y, finalmente, subscribirlas a una con el Supremo Pastor. A este respecto es oportuno meditar en lo que está escrito en el capítulo XV de los Hechos de los Apóstoles sobre el Concilio de Jerusalén y la misión de Pablo y Bernabé a Antioquía, juntamente con Judas, llamado Barsabas, y Silas (cfr. vv 1-22). En esta sencilla narración se encuentra desde hace veinte siglos, el perfecto modelo de un Concilio. Desde entonces aparece manifiesto la autoridad de los obispos y su grave oficio en cada Concilio Ecuménico, desde aquel de Jerusalén hasta el actual Vaticano II.

b) Lo que  pide el Concilio de cada Obispo

Es, por tanto, sagrado deber de los obispos actuar con suma diligencia ere los trabajos conciliares, por ser su vocación específica la preocupación pastoral. Este deber lleva consigo, en cada uno, no sólo la presencia en las próximas reuniones en la Basílica Vaticana, sino también el permanecer durante estos ocho meses espiritualmente unidos con los hermanos en el episcopado y responder solícitamente, por escrito, todas las veces que la Comisión presidida por nuestro cardenal secretario de Estado se dirija a ellos por cualquier motivo. La rapidez de los estudios y de las respuestas, por parte de todos y de cada uno, hará que los trabajos del Concilio avancen con prudencia y que la gran empresa, en la que tiene los ojos todo el mundo, consiga la meta deseada.

c) Cooperadores de los obispos en lo que refiere al Concilio

La viva preocupación de que todo y por parte de todos resulte pronto y bien podrá inducir a cada obispo —para los cuales en este año los trabajos del Concilio deben ser como la pupila de sus ojos— a servirse, para completar su propio trabajo, de sacerdotes de su circunscripción eclesiástica, eminentes por su doctrina y virtud, Podrán, pues, escoger como colaboradores —según hemos dicho— tanto elementos conocidos en Roma y adscritos a las distintas Comisiones Conciliares, como también a otros sacerdotes y religiosos de reconocida prudencia y apreciados universalmente. Sus nombres podrán ser eventualmente indicados a la Secretaría General, a la que podrán proporcionar un servicio precioso en determinadas circunstancias. Esta colaboración restringida a pocas personas, aptas para guardar, escrupulosamente el secreto del Concilio, no sólo se refiere a una obra tan noble, sino que puede aumentar su valía y prestigio.

 

III. Contribución del clero y del laicado

a) Creciente interés de los fieles por el Concilio

En los fieles cada día crece más el interés religioso por los trabajos del Concilio y desean su pleno éxito. De esta forma también el despliegue de actividades del gobierno de la Iglesia a lo largo de los meses pasados ha superado todas las previsiones; lo confirman consoladoras noticias de todas las partes del mundo que nos llenan de alegría.

También ahora nos son suavemente familiares los recuerdos del primer Pentecostés, como si fuera la nota dominante de la liturgia "Spiritus Domini replevit orben terrarum et hoc quod continet omnia, scientiam habet vocis". (Sap 1, 7.)

Es verdad que cuando fue anunciado el Concilia Ecuménico y, luego, cuando comenzó su celebración, la noticia despertó en todos los continentes y más allá de los mares, donde la Iglesia católica tiene sus hijos, principalmente una atención respetuosa, luego un vivo interés y ahora es cada vez más viva la espera y la confianza en los resultados providenciales.

El pueblo cristiano, y en particular los fieles que más se distinguen por su probidad de vida, por su paciencia en el dolor, por su pureza y santidad de costumbres, gozan al sentirse unidos en la súplica universal, para que el feliz éxito del Concilio asegure al género humano, también sobre la tierra, la legítima y adecuada prosperidad, que es gusto anticipado del gozo eterno.

b) Inconvenientes que hay que evitar

No faltan voces de almas sencillas y fervorosas, llenas de buenos propósitos, que piden que sean introducidas nuevas formas de oraciones públicas y privadas, dedicadas a difundir en toda la Iglesia católica devociones que responden a singulares características de lenguas, países y tradiciones.

Pues bien: al menos por ahora no son necesarias de hecho nuevas o especiales formas de oración, además de las ya aprobadas por la autoridad eclesiástica.

La Iglesia católica es como la reina que "se sienta a la diestra" (del Señor) (cfr. Ps 44, 10), que aparece ante la mirada de los pueblos "vestida de oro y de aderezos multicolores". Su estructura maravillosamente unitaria tiene su fundamento en el primado del Romano Pontífice y se articula en diócesis, parroquias, con liturgias y ritos antiquísimos y ordenaciones y formas diversas y más recientes. Esto basta para su solidez y compatibilidad y satisface, con diversidad de formas de oración pública y privada, las múltiples exigencias del espíritu.

c) Posibilidades de los fieles de colaborar en cada diócesis

En cada diócesis el obispo es la cabeza, en virtud de la misión que se le ha encomendado, y mira por todas las cosas, con las diversas formas de enseñanza, de buen gobierno y de culto divino: actuando cada obispo y prelado en su diócesis y competencia con conocimiento perfecto y distinción de tareas.

A los sacerdotes, a los religiosos, a las sagradas vírgenes y a los buenos fieles del laicado, la santa misa, el breviario y el rosario ofrecen admirable y abundante riqueza de medios para una súplica, individual y colectiva, con la que toda la familia cristiana, en todo el mundo, implora los divinos auxilios para el Concilio.

Por lo demás, lo que importa es que las almas se enciendan cada vez más en la frecuencia y en el fervor de la oración, y alimenten también el celo de los demás, con la intensidad de ritmo y religioso ardor que, en la costumbre romana, se expresa con las palabras: "instanter, instantius, instantissime", que se pueden aplicar muy bien a la oración del pueblo cristiano que, lleno de segura esperanza, aguarda gozosa la respuesta del Cielo.

 

IV. Fines del Concilio sobre la cristiandad y sobre toda la familia humana

a) Extensa repercusión del Concilio en el mundo

Antes de poner término a nuestra conversación espiritual, nos place, venerable hermano, añadir algunas palabras a propósito de cuanto, de aquí y allá, llega hasta nuestros oídos sobre el desarrollo de la opinión pública en confiada espera sobre los problemas de paz y de inspiración cristiana que el gran acontecimiento del Concilio ha venido a despertar no someramente, sino con eficacia persuasiva y con seguridad de sólida afirmación.

A decir verdad, la idea de un Concilio Ecuménico no pareció, en los primeros momentos, interesar prácticamente la opinión del mundo civil. Pero después de tres años del comienzo de su preparación, y especialmente con el primer ensayo de la actividad conciliar, desde el pasado 11 de octubre al 8 de diciembre, ha suscitado en todo el mundo —aun en las personas pertenecientes a diversas corrientes religiosas, ideológicos y políticas— una actitud tan respetuosa y reverente en todos los puntos del globo, que nos podemos preguntar si la luz de la gracia celestial no ha penetrado con sus rayos el corazón de los hombres lanzándolos poco a poco hacia Cristo y su Iglesia santa y bendita.

b) Observadores no católicos. invitados al Concilio

Por no decir otra cosa, hemos visto con grato agrado que la comunicación y la invitación hechas a los hermanos separados de la Iglesia —y que, sin embargo, se glorían del nombre cristiano— para que enviasen sus delegados, a título de observadores y testigos en el Concilio Ecuménico, ha resultado un éxito, feliz como nunca, considerable y prometedor.

Por nuestra parte, estas invitaciones y el singular honor con que han sido acogidas —hecho raro en la historia de la Iglesia y de los Concilios— nos hace preguntarnos si no es ésta la señal de un acercamiento de muchas almas al significado profundo de la oración elevada por Cristo al Padre Celestial; oración expresada en la vigilia misteriosa del sacrificio supremo: "Padre, ha llegado la hora glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique... Te ruego por aquellos que Tú me has encomendado, pues tuyos son... Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que Tú me has dado para que sean uno como nosotros" (Jn 17, 1; 9, 11.)

c) El Concilio Ecuménico interesa a todos los hombres

Se puede ya entrever que esto, en cierto sentido, se está realizando. El Concilio por Nos convocado se refiere directamente a los componentes de nuestra Iglesia una, santa, católica y apostólica. Este es el fin principal que nos hemos propuesto. Mas si nos ocupásemos solamente de nosotros y de los católicos, y nuestra acción se limitara a los confines de la Iglesia católica, este modo de actuar, como siempre hemos pensado, parecería no responder suficientemente a las palabras del Divino Redentor, sobre las que el Apóstol amado escribió: " El (Jesús) es propiciación por nuestros pecados, y no por nuestros pecados solamente, sino también por los de todo el mundo". (1 Jn 2, 2.)

¿No es acaso verdad lo que el mismo evangelista afirma del Divino Salvador, luz de los hombres: "Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo"? (Jn 1, 9.)

Y el evangelista San Lucas, ¿acaso no estaba inspirado por el Espíritu Santo cuando escribió: "Toda carne verá la salvación de Dios"? (Lc 3, 6.)

¿Y San Pablo —tan justamente enumerado entre los apóstoles y los profetas— no amonesta con urgencia a los romanos: "Gloria, honor y paz a quien obre el bien, así judío, primeramente, como gentil. Que no hay acepción de personas para Dios"? (Rm 2, 10-11.)

¡Con qué gozo revalida luego el mismo Pablo, escribiendo a Tito, la naturaleza y la fuerza del misterio de la salvación: "Se manifestó la, gracia salvadora de Dios a todos los hombres"! (Tt 2, 11.)

Para terminar con estas citas nos place referir una máxima del autorizado y elocuente intérprete de San Pablo, San Juan Crisóstomo, máxima que nos ha emocionado vivamente desde los años de nuestra juventud: "Recordad, hermanos, que debéis dar cuenta no sólo de vuestra vida, sino de la de todo el mundo" (Homilía XV sobre San Mateo).

d) Grandes promesas para el futuro

Es ciertamente fuente de gran consuelo el poder destacar la buena acogida a nuestro Concilio por parte de numerosos hermanos separados de esta Sede Apostólica. Pero mereceremos una más extensa y rica esperanza, y una gran abundancia de gracias celestiales, si el multiplicado ardor de nuestra sincera caridad es sentido por todos los que están llamados a gozar con nosotros de la misma fe en Jesucristo y a pertenecer a su único rebaño.

Está encerrado en los arcanos designios del Señor, y parecen encenderse ya las primeras luces de aquel día tan deseado, cuya futura realidad saludaba Cristo con estos ardientes votos y confiados acentos: "Tengo otras ovejas que no son de este redil, también a ellas las debo conducir..., y vendrá a ser un solo rebaño y un solo pastor". (Jn 10, 16.) ¡Qué consolador sería para nuestro espíritu el poder leer con estas ovejas las divinas palabras, y contemplar las deliciosas imágenes del capítulo X de San Juan, especialmente allí donde Jesús nos repite: "Yo soy la puerta (es decir, la puerta por donde entran las ovejas), el que entrare por esta puerta se salvará; entrará y encontrará pastos" (Jn 10, 9.)

Repetimos el augurio con ánimo sereno: ¡Ojalá pueda el Concilio Ecuménico Vaticano II, con tan buenos auspicios comenzado, despertar en la Iglesia con la gracia del Señor abundancia de fuerzas espirituales y abrir un campo amplio al apostolado católico, para que los hombres, guiados por la Esposa de Cristo, puedan conseguir las excelsas y ansiadas metas que aún no han podido alcanzar.

¡Gran esperanza que interesa a la Iglesia y a toda la familia humana!

Nosotros, obispos de la Iglesia del Señor, debemos meditar sobre esta grave responsabilidad inherente a la actuación de nuestro apostolado. El haber permanecido y el permanecer fieles a la doctrina católica, según las enseñanzas de los Santos Evangelios, de la Tradición, de los Padres de la Iglesia y de los Romanos Pontífices, es en verdad una gran gracia y un título de mérito y honor. Pero esto no basta para cumplir el precepto del Señor, tanto cuando dijo: "Marchad y enseñad a todas las gentes" (Mt 28, 19), como en el pasaje del Antiguo Testamento: "Y mandó a cada uno de ellos que se preocupara de su prójimo". (Ecle., 17, 12).

Votos y exhortaciones

Venerable hermano: Nos sentimos vivamente gozosos de poderle confiar estos pensamientos precisamente en la víspera de la Epifanía del Señor.

Al paso que gustosos te comunicamos noticia de que las Comisiones del Concilio Ecuménico Vaticano II han reemprendido aceleradamente su trabajo en Roma, te anunciamos, al mismo tiempo, que la Secretaría del Concilio enviará rápidamente a los padres investidos del carácter episcopal todo lo que concierne al estudio y a la preparación de los esquemas sobre los temarios encomendados al examen de las mismas Comisiones.

Quiera el Señor que este santo fervor en el trabajo —ayudado por las oraciones de todo el clero y de todas las piadosas almas reunidas en las familias religiosas, masculinas y femeninas, esparcidas como luminarias por todos los puntos de la tierra— no sólo obtenga la gracia perenne del celo apostólico, sino que produzca también los ubérrimos frutos ansiados para salud y alegría de todo el género humano. Es la gracia de Jesús, que vino a "encender con su fuego a la tierra" (cfr. Lc 12, 49), para que todos ardieran con el esplendor de la fe y la llama de la caridad.

Nada más convincente ni más dulce podemos sugerir a nuestros venerables hermanos en el Episcopado, que el luminoso llamamiento que casi en forma de orden San Pablo —el incomparable y portentoso vas electionis— escribía hacia el final de su Carta a los Colosenses para exaltar la sublime actividad de las almas más selectas: "Cristo está en todo y en todas las cosas" (Col 3. 11.) Y sigue: "Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia de benignidad, humildad, mansedumbre, longanimidad, sobrellevándoos los unos a los otros y perdonándoos recíprocamente siempre que alguno tuviere alguna querella contra otro. Como de su parte Cristo os perdonó a vosotros, así también perdonad vosotros. Y sobre todas estas cosas revestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección. Y la paz de Cristo sea el árbitro en vuestros corazones, para lo cual fuisteis también llamados (a constituir) un solo cuerpo. Y mostraos agradecidos. La palabra de Cristo more en vosotros opulentamente, en toda sabiduría, enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando así agradecidos a Dios en vuestros corazones. Y todo cuanto hiciereis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por mediación de El". (Col 3, 12-17.)

Con estos sentimientos, y movidos por la conciencia de nuestros deberes, venerable hermano, reemprendemos el santo trabajo común, confiando únicamente en la ayuda de la gracia celestial, ilustrado el entendimiento y gozoso el corazón, por el bien de la santa Iglesia de Dios.

Para propiciar con nuestros votos y nuestros deseos la luz y el auxilio de la divina gracia le enviamos, venerable hermano, a ti y a toda tu grey, con vino afecto en el Señor, la bendición. apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 6 de enero. fiesta de la Epifanía del Señor, del año de 1963, quinto de nuestro pontificado.

JUAN PP. XXIII

 



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