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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA PEREGRINACIÓN NACIONAL DE LOS FERROVIARIOS ITALIANOS

Domingo 27 de septiembre de 1964

 

Un saludo para vosotros, queridos y aguerridos ferroviarios italianos.

Un saludo para el arzobispo de Florencia, S. E. monseñor Florit, aquí presente y participante en esta audiencia; un saludo para el señor ministro de Transportes, S. E. Jervolino, y para su digna y apreciada familia; y también para las autoridades de los ferrocarriles del Estado, aquí presentes.

Un saludo para los promotores de este encuentro (que nos brinda el gran placer de recibir, conocer, animar y bendecir a una clase de trabajadores tan autorizada y numéricamente aquí representada), ACLI, ONARMO y SAUFI, y todos los demás que han promovido esta iniciativa, reciban nuestro saludo y nuestra bendición.

Un saludo para toda la gran organización ferroviaria: para sus dignos dirigentes, para sus expertos ingenieros, técnicos, jefes de las zonas ferroviarias, administradores, funcionarios, empleados, y para todos los adscritos a servicios directivos, técnicos y administrativos.

Un saludo especial para todo el personal de las oficinas ferroviarias y para todo el personal de ruta, en primer lugar para los maquinistas y jefes de tren, para todos aquellos que, en forma diversa, son responsables de los convoys, silenciosos y hábiles prestadores de un servicio de inmensa importancia y de gravísimo compromiso, de los cuales espera la sociedad un servicio fiel, y a los cuales la sociedad debe un justo trato, aplauso, estima y reconocimiento en una medida del todo particular.

Un saludo también para toda la gran familia de ferroviarios, tan diversamente ramificada en sus jerarquías directivas, en sus categorías, en sus más modestas pero siempre importantes especializaciones, .como caldereros, guardafrenos, fogoneros, maniobreros, factores, etc..., ¡sois tantos!

Sabed que a todos os acogemos con gran afecto.

Quizá penséis que el Papa no os conoce; ¡su vida, su ambiente, sus pensamientos son tan distintos de los vuestros!

Es verdad. Pero sabed que el Papa conoce vuestro servicio y lo aprecia con gran admiración. Hemos viajado mucho. Hemos pasado en el tren, días y noches enteras, como modestos viajeros; hemos observado, plenos de estupor, de interés, de simpatía, muchos aspectos de vuestra vida; ¿Cómo no quedar estupefactos y maravillados ante vuestra prodigiosa instrumentación y vuestra inverosímil organización? Nos no somos lo suficientemente competentes para tener un concepto específico y científico de ella; pero tenemos los ojos suficientemente abiertos para reconocer en los ferrocarriles uno de los fenómenos más extensos, más complejos, de más influencia y más útiles de la civilización moderna. Vuestros servicios son inmensos e indispensables; gigantescos, complicados, desarrollados y abiertos para el empleo más, fácil y común de toda la sociedad. Los transportes, que son un instrumento de vida de la civilización contemporánea, tienen en los ferrocarriles su expresión más importante, no sólo en lo que se refiere a las mercancías, sino también a los viajeros; las peregrinaciones que todos los días afluyen a esta sede nos dan una prueba de ello, y por lo cual Nos mismo os debemos estar agradecidos.

Pero nuestra mirada, al contemplar el cuadro vastísimo y complejo de los ferrocarriles, se detiene preferentemente en vosotros, en vuestras personas. Es maravilloso el aspecto mecánico, técnico, administrativo, científico y organizativo de los ferrocarriles; pero lo que más interesa a nuestra corazón y a nuestro ministerio, decíamos, sois vosotros, los ferroviarios. El aspecto humano, el aspecto social nos obliga a quereros de corazón, a unir nuestros sentimientos a los que creemos son los vuestros. No queremos ahora adentrarnos en una descripción psicológica de vosotros y nuestra: os diremos solamente que ha sido siempre motivo de nuestra consideración y —¿por qué no?— de nuestra compasión las molestias, la anormalidad, la tensión a que vuestro género de vida, más o menos, a todos os somete. La puntualidad y precisión de vuestras prestaciones, la dificultad de vuestros horarios, los traslados, la disciplina casi mecánica de vuestros servicios. Vuestro trabajo es severo. Con frecuencia, duro, anormal, extenuante. Vuestro trabajo os clasifica entre aquellos que sostienen el peso físico (y también moral) más grave en favor del bienestar público, como son los mineros y los soldados. Os queremos tributar nuestro elogio y nuestro aliento. Vuestro deber es grave y grande. Pues bien, ¡cumplidlo con espíritu noble y viril!

Cumplidlo con conciencia rigurosa de su compromiso para con la comunidad nacional; y sabed infundir en él con la energía moral, necesaria para cumplir justamente con vuestro deber, un íntimo, un vivo sentimiento religioso. Dios da sentido, dignidad y premio al deber; lo ilumina, lo corrobora, lo conforta, lo recompensa, ¡estad seguros!

Pero a este respecto, a la vida religiosa de los ferroviarios, nos llenamos de pesar y de intriga. Alguna vez hemos notado ausencia, distanciamiento y casi desconfianza en el mundo ferroviario para con la religión. Externamente todo parece cooperar a separar la vida del ferroviario de la vida religiosa: horarios, viajes, costumbres, mentalidad, etc. Parecen dos géneros de vida a los que les es imposible entenderse, fundirse, colaborar. Este hecho ha sido siempre motivo de amargura y de reflexión para nuestro corazón. Pero estamos convencidos de que esta disociación solamente reclama unas más solícitas providencias y que, por tanto, no debe ser algo permanente. Vosotros también tenéis derecho y deber de ser hombres, en el pleno sentido de la palabra, con la plena dignidad de seres superiores, dotados de alma inmortal y aspiraciones espirituales y también estáis destinados a fines superiores, no sois máquinas, no sois números, no sois cosas; sois hombres y cristianos. Debemos encontrar la forma, adecuada a vuestro género de vida, para ayudaros a pensar y a orar como hombres de nuestro tiempo, y como verdaderos cristianos. Vuestra presencia hoy en esta basílica nos dice que éste es vuestro deseo y vuestro propósito. Os responderemos que éste es también nuestro deseo y nuestro propósito. Por nuestra parte, haremos cuanto nos sea posible para facilitaros a vosotros y a vuestros colegas el acercamiento a las fuentes religiosas de la instrucción, de la oración, de la asistencia a la santa misa y de los sacramentos. En el ambiente de una estación ferroviaria todas las cosas encuentran lugar; es la sede de las cosas más importantes y también de lo más superfluo y vano; ¿no habrá un pequeño lugar también para el sustento espiritual de los ferroviarios que lo deseen y lo sepan gustar?

Recordamos un episodio sencillo que nos sucedió durante nuestro ministerio en Milán, Estábamos de visita pastoral en nna parroquia de la periferia de la ciudad, San Lorenzo de Monlué, en cuyo territorio se encuentra un parque ferroviario, con muchas casas de familias ferroviarias, que miraban, casi indiferentes, cómo se les había excluido de nuestro encuentro; estaban en traje de faena, mal vestidos y llenos de hollín. Nos acercamos a aquellos ferroviarios y estrechamos su mano. Recordamos su estupor y su embarazo. No pensaban que el arzobispo de Milán se iba a dignar acercarse a ellos. No querían darnos su mano porque estaba sucia. Repetimos nuestro gesto, ofreciéndoles una mano amistosa. Entonces ellos se atrevieron a ofrecer su mano, tímida y temblorosa, que la estrechamos con fuerza cordial. Nos pareció ver abrirse aquellos rostros a la emoción y al gozo, que hizo saltar de alegría nuestro corazón.

Pues bien, Nos, aquí hoy, tendemos nuestra mano, es decir, nuestro afecto, nuestro interés, nuestra estima, nuestra confianza a todos los ferroviarios; vosotros que los representáis, ¿queréis aceptarla?, ¿queréis darnos la vuestra? No os ofrecemos nada, ni nada os pedimos, solamente esa gran cosa, esa cosa sublime e indispensable que es la fe cristiana, ¿De acuerdo, queridos ferroviarios?

Y para aseguraros estos sentimientos os daremos a todos nuestra bendición apostólica.

 


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