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PEREGRINACIÓN A UGANDA

DISCURSO DE PABLO VI
AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO EN UGANDA*

Kampala, viernes 1 de agosto de 1969

 

Señores:

Constituye para Nos un honor y un placer, cuando nuestros viajes Nos llevan a una capital, el encontrar en ella a los jefes de Misión y a los miembros del Cuerpo Diplomático. No se trata – estad seguros de ello – de una simple preocupación de cortesía protocolaria. Es más bien el efecto de un deseo que nos anima de no dejar pasar ninguna ocasión de trabajar por hacer avanzar la causa de la paz.

Vosotros sabéis suficientemente cómo llevamos dentro del corazón esta causa, hasta qué punto la Iglesia Católica está interesada y implicada en ella y el lugar que esta preocupación ocupa –, Nos podemos decirlo – en los motivos que nos inducen a realizar nuestros viajes. Si bien nuestra finalidad principal es siempre y ante todo de orden religioso, creemos, sin embargo, que podemos igualmente ayudar así a los hombres a superar sus divisiones y a sentirse más hermanos. Es éste el camino que lleva a la paz.

En este camino Nos encontramos con vosotros; también vosotros sois, por definición, los artesanos de la paz; también vosotros trabajáis para superar las divisiones que separan las naciones; también vosotros queréis ayudar a los hombres a hermanarse. He aquí por qué nosotros damos tanta importancia a un encuentro, por breve que sea, con los diplomáticos. Y nos parece que aquí, en Kampala, en el corazón de este inmenso continente africano, y en un momento como el presente, un encuentro de este género adquiere una resonancia especialísima.

No podemos olvidar que Cristo, de quien proviene nuestra misión, fue aclamado proféticamente con el título glorioso de «Príncipe de la Paz». En su nombre os decimos: no dejéis de cobrar por esta gran causa; no os dejéis desalentar por los obstáculos y la dificultades que renacen sin cesar; no dudéis del hombre. Porque cualquiera que sea su debilidad y a veces su maldad, lo que él tiene de mejor llama a la paz y la quiere. Trabajando por hacerla reinar, tenéis de nuestra parte a la inmensa mayoría del género humano.

Nos quisiéramos que este breve encuentro sea para cada uno de vosotros, señores, un aliento y un estímulo para conservar muy viva la llama de la esperanza. Dios está con vosotros en vuestros esfuerzos para hacer progresar el mundo hacia la unidad y la paz. De todo corazón Nos invocamos sobre vuestras personas, sobre vuestras familias y sobre vuestra patria, la abundancia de sus bendiciones.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.32 p.6.

 



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