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266.âPero esa convicción se sostiene con la
propia experiencia, constantemente renovada, de
gustar su amistad y su mensaje. No se puede per-
severar en una evangelización fervorosa si uno
no sigue convencido, por experiencia propia, de
que no es lo mismo haber conocido a Jesús que
no conocerlo, no es lo mismo caminar con Ãl
que caminar a tientas, no es lo mismo poder es-
cucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo
poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Ãl,
que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de
construir el mundo con su Evangelio que hacerlo
sólo con la propia razón. Sabemos bien que la
vida con Ãl se vuelve mucho más plena y que con
Ãl es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por
eso evangelizamos. El verdadero misionero, que
nunca deja de ser discÃpulo, sabe que Jesús cami-
na con él, habla con él, respira con él, trabaja con
él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea
misionera. Si uno no lo descubre a Ãl presente en
el corazón mismo de la entrega misionera, pron-
to pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de
lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una
persona que no está convencida, entusiasmada,
segura, enamorada, no convence a nadie.
267.âUnidos a Jesús, buscamos lo que Ãl busca,
amamos lo que Ãl ama. En definitiva, lo que bus-
camos es la gloria del Padre; vivimos y actuamos
« para alabanza de la gloria de su gracia »
(
Ef
1,6).
Si queremos entregarnos a fondo y con cons-
tancia, tenemos que ir más allá de cualquier otra