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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL IX FORUM INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD
(Rocca di Papa, 28-31 de marzo de 2007)

 

Al Arzobispo
Mons. STANISŁAW RYŁKO
Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos

Tengo el agrado de enviarle mi cordial saludo a Usted, Venerado Hermano, al Secretario, a los Colaboradores del Consejo Pontificio para los Laicos y a cuantos que toman parte en el IX Fórum internacional de jóvenes, con el tema “Testimoniar a Cristo en el mundo del trabajo”, que tiene lugar en esta semana en Rocca di Papa. Con particular afecto me dirijo a los jóvenes delegados de las Conferencias Episcopales y de los diferentes Movimientos, Asociaciones y Comunidades internacionales, provenientes de los cinco continentes y que están comprometidos en sectores muy variados. Extiendo también mi deferente atención a los autorizados ponentes que han aceptado contribuir al encuentro con su aportación competente y su experiencia.

El tema es muy actual y tiene en cuenta las transformaciones acontecidas en los últimos años en el campo de la economía, la tecnología y la comunicación, que han modificado radicalmente la fisonomía y las condiciones del mercado de trabajo. Si por un lado los progresos realizados han suscitado nuevas esperanzas en los jóvenes, por otro lado a menudo han creado en ellos formas preocupantes de marginación y explotación, con crecientes situaciones de malestar personal. Debido a la considerable divergencia entre los ámbitos formativos y el mundo del trabajo, han aumentado las dificultades para hallar una ocupación laboral que responda a sus talentos personales y a los estudios realizados, sin la certeza de poder conservar después ni siquiera un empleo incierto. El proceso de globalización en curso en el mundo, ha comportado una exigencia de movilidad que obliga a numerosos jóvenes a emigrar y a vivir lejos del país de origen y de la propia familia. Esto genera en tantos un inquietante sentido de inseguridad, con innegables repercusiones sobre la capacidad no sólo de imaginar y poner en acto un proyecto para el futuro, sino incluso de comprometerse concretamente en el matrimonio y en la formación de una familia. Se trata de problemáticas complejas y delicadas que deben ser oportunamente afrontadas, teniendo presente la realidad actual y haciendo referencia a la Doctrina social de la Iglesia, de la que se ofrece una adecuada presentación en el Catecismo de la Iglesia Católica y sobre todo en el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia.

En estos años ha sido constante la atención de la Iglesia hacia la cuestión social, en modo particular hacia el trabajo. Basta recordar la Encíclica Laborem exercens, publicada hace algo más de veinticinco años, el 14 de septiembre de 1981, por mi amado predecesor Juan Pablo II. Ésta confirma y actualiza las grandes intuiciones desarrolladas por los Sumos Pontífices León XIII y Pío XI en las Encíclicas Rerum novarum (1891) y Quadragesimo anno (1931), ambas escritas en la época de la industrialización de Europa. En un contexto de liberalismo económico condicionado por las presiones del mercado, por la competencia y la competitividad, estos documentos pontificios indican la necesidad de valorizar la dimensión humana del trabajo y de tutelar la dignidad de la persona. En efecto, la última referencia de toda actividad sólo puede ser el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Un análisis exhaustivo de la situación lleva a constatar que el trabajo tiene su origen en el proyecto de Dios sobre el hombre y que éste es participación en su obra creadora y redentora. Por ello, toda actividad humana debería ser ocasión y lugar de crecimiento de los individuos y de la sociedad, desarrollo de los “talentos” personales para valorizarla y ponerla al servicio ordenado del bien común, en espíritu de justicia y solidaridad. Para los creyentes, la finalidad última del trabajo es la construcción del Reino de Dios.

Invitándoos a tomar en consideración el diálogo y la reflexión de estos días, deseo que esta importante asamblea juvenil constituya para los participantes una provechosa ocasión de crecimiento espiritual y eclesial, gracias al hecho de compartir los testimonios y las experiencias, la oración común y las ceremonias celebradas en común. Hoy, más que nunca, es necesario y urgente proclamar “el Evangelio del trabajo”, vivir como cristianos en el mundo del trabajo y convertirse en apóstoles entre los trabajadores. Pero para cumplir esta misión hay que permanecer unidos a Cristo con la oración y una intensa vida sacramental, valorando a este fin en modo especial el Domingo, que es el Día dedicado al Señor. Mientras aliento a los jóvenes a no perder el ánimo ante las dificultades, les doy cita para el próximo domingo en la Plaza de San Pedro, donde se desarrollará la solemne celebración del Domingo de Ramos y la XXII Jornada Mundial de la Juventud, última etapa de preparación a la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar el próximo año en Sydney, Australia.

Este año el tema de reflexión es: “Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). Repito en esta ocasión lo que escribí a los jóvenes cristianos del mundo entero en mi Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, que en los jóvenes se reviva “la fe en el amor verdadero, fiel y fuerte; un amor que genera paz y alegría; un amor que une a las personas, haciéndolas sentirse libres en el mutuo respeto”, capaces de desarrollar plenamente las propias capacidades. No cuenta sólo hacerse más «competitivos» y «productivos», hay que ser «testigos de la caridad». Sólo así, con el apoyo de las respectivas parroquias, movimientos y comunidades, donde es posible hacer la experiencia de la grandeza y de la vitalidad de la Iglesia, los jóvenes serán capaces de vivir el trabajo como una vocación y una verdadera misión. A tal fin, aseguro mi recuerdo orante e, invocando la celestial protección de María y san José, patrono de los trabajadores, de corazón envía a Usted, Venerado Hermano, a cuantos participan en el Fórum internacional y a todos los jóvenes trabajadores cristianos una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 28 de marzo de 2007

BENEDICTUS PP XVI

 



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