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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
 A LOS NUEVOS EMBAJADORES DE DINAMARCA,
KIRGUIZISTÁN, MOZAMBIQUE, UGANDA, SIRIA Y LESOTHO*
 
Jueves 14 de diciembre de 2006

 

Excelencias: 

Con alegría os recibo para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Dinamarca, Kirguizistán, Mozambique, Uganda, Siria y Lesotho. A la vez que os agradezco las amables palabras que me habéis dirigido de parte de vuestros jefes de Estado, os ruego que les transmitáis mi cordial saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de su nación.

Por medio de vosotros quisiera saludar también a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros compatriotas, pensando especialmente en las comunidades católicas, que actúan en medio de sus hermanos y colaboran con ellos.

Durante el año que está a punto de concluir han estallado numerosos conflictos en los diferentes continentes. Como diplomáticos, sin duda alguna os preocupan las situaciones y los focos de tensión que no dejan de desarrollarse, en detrimento de las poblaciones locales, causando un gran número de víctimas inocentes. Por su parte, la Santa Sede comparte esa inquietud, que puede poner en peligro la supervivencia de algunas poblaciones y hace que grave sobre los más pobres el peso del sufrimiento y la falta de los bienes más esenciales.

Para afrontar estos fenómenos las autoridades y todas las personas que tienen responsabilidades en la sociedad civil deben escuchar cada vez con mayor atención a su pueblo, buscando las soluciones más eficaces para responder a las situaciones de aflicción y pobreza, y para una distribución de bienes lo más equitativa posible, tanto en el seno de cada nación como en el ámbito de la comunidad internacional.

En efecto, los responsables de la sociedad tienen el deber de no crear ni mantener en un país o en una región situaciones graves de insatisfacción en ámbito político, económico o social, que llevarían a las personas a pensar que se encuentran marginadas de la sociedad y de los puestos de decisión y de gestión, y que no tienen derecho a beneficiarse de los frutos de la producción nacional.

Esas injusticias no pueden menos de ser fuente de desórdenes y engendrar una especie de escalada de la violencia. La búsqueda de la paz, de la justicia y del buen entendimiento entre todos debe ser uno de los objetivos prioritarios, que exige a los que tienen responsabilidades prestar atención a las realidades concretas del país, comprometiéndose a suprimir todo lo que se opone a la equidad y a la solidaridad, de modo especial la corrupción y la falta de distribución de los recursos.

Así pues, esto supone que quienes ejercen la autoridad en la nación tengan la preocupación constante de considerar su compromiso político y social como un servicio a las personas y no como la búsqueda de beneficios para un reducido número de personas, en detrimento del bien común. Sé que hace falta valentía para mantenerse firme en medio de las dificultades, teniendo como objetivo el bien de los individuos y de la comunidad nacional. Sin embargo, en la vida pública, la valentía es una virtud indispensable para no dejarse arrastrar por ideologías partidistas, por grupos de presión o por el afán de poder. Como recuerda la doctrina social de la Iglesia, el bien de las personas y de los pueblos debe ser siempre el criterio prioritario de las decisiones en la vida social.

Al comenzar vuestra misión ante la Santa Sede, os expreso, señora y señores embajadores, mis más cordiales deseos de éxito en vuestro trabajo. Que el Altísimo os acompañe a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos los habitantes de vuestro país, y que colme a cada uno de la abundancia de sus bendiciones.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.51, p.11 (667).



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