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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE LAS ANTILLAS EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 7 de abril de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado:

«No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos» (2 Co 4, 5). Con estas emotivas palabras de san Pablo os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de las Antillas. Agradezco al arzobispo mons. Burke los amables sentimientos que ha expresado en vuestro nombre, correspondo con afecto asegurándoos mis oraciones por vosotros y por las personas encomendadas a vuestra solicitud pastoral. Vuestra visita ad limina Apostolorum es una ocasión para fortalecer vuestro compromiso de hacer que el rostro de Jesús sea cada vez más visible en la Iglesia y en la sociedad a través de un coherente testimonio del Evangelio.

El gran "drama" de Semana santa y la alegría del tiempo litúrgico de Pascua expresan la esencia auténtica de la esperanza que nos define como cristianos. Jesús, que nos indica el camino incluso más allá de la muerte, es el único que nos enseña cómo superar las pruebas y el miedo. Él es el verdadero maestro de vida (cf. Spe salvi, 6). En realidad, también nosotros, llenos de la luz de Cristo, iluminamos el camino que elimina todo el mal, expulsa el odio, nos trae paz y doblega el orgullo terreno (cf. Exsultet).

Queridos hermanos, espero que la imagen de la luz pascual os estimule a afrontar los numerosos desafíos que se os presentan. Vuestras relaciones describen con franqueza tanto las luces como las sombras que se proyectan sobre vuestras diócesis. No cabe duda de que el alma religiosa de los pueblos de vuestra región es capaz de grandes cosas. La generosidad de corazón y la apertura de mente atestiguan un espíritu que quiere ser plasmado por la verdad y el amor de nuestro Señor.

Pero también hay muchos que tratan de apagar la mecha que arde débilmente (cf. Is 42, 3). En diversos grados, vuestras tierras se han visto afectadas por los aspectos negativos de la industria del entretenimiento, por el turismo basado en la explotación y por la plaga del comercio de armas y drogas. Esas influencias no sólo minan la vida familiar y sacuden los fundamentos de los valores culturales tradicionales, sino que también tienden a afectar negativamente a la política local.

Hermanos, contra este inquietante telón de fondo, sed heraldos de esperanza. Sed testigos audaces de la luz de Cristo, que da a las familias orientación y sentido. Sed predicadores intrépidos de la fuerza del Evangelio, que debe impregnar su modo de pensar, sus criterios de juicio y sus normas de comportamiento. Confío en que vuestro testimonio vivo del extraordinario "sí" de Dios a la humanidad (cf. 2 Co 1, 20) impulse a vuestros pueblos a rechazar las tendencias sociales destructoras y a buscar la "fe en acción", acogiendo todo lo que engendra la nueva vida de Pentecostés.

La renovación pastoral es una tarea indispensable para cada una de vuestras diócesis. Ya tenemos ejemplos de cómo afrontar ese desafío con entusiasmo. Esa renovación debe implicar a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos. Es de vital importancia la promoción incansable de las vocaciones, juntamente con la orientación y la formación permanente de los sacerdotes. Vosotros sois los principales formadores de vuestros sacerdotes y, apoyados por los laicos, tenéis la responsabilidad de promover de forma asidua y prudente las vocaciones.

Vuestra solicitud por la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas y sacerdotes es una expresión cierta de vuestro celo y de vuestra preocupación por la profundización constante de su compromiso pastoral (cf. Pastores dabo vobis, 2). Os exhorto a sostener activamente el seminario "San Juan María Vianney y los Mártires Ugandeses", a vigilar de modo paterno especialmente a vuestros sacerdotes jóvenes y a ofrecer programas regulares de formación permanente necesarios para construir la identidad sacerdotal (cf. ib., 71).

A su vez, vuestros sacerdotes alimentarán seguramente a sus comunidades parroquiales con una madurez y una sabiduría espiritual cada vez mayores. La creación de un seminario francófono en la región es un buen signo de esperanza. Os ruego que transmitáis a su personal y a los seminaristas la seguridad de mis oraciones.

La contribución de los religiosos, los sacerdotes y las religiosas a la misión de la Iglesia y a la construcción de la sociedad civil ha sido de inestimable valor para vuestros países. Numerosos niños, niñas y familias se han beneficiado del compromiso desinteresado de los religiosos en la dirección espiritual, en la educación y en las obras sociales y sanitarias.

De especial valor y belleza es la vida de oración de las comunidades contemplativas de la región. Vuestra preocupación pastoral por la disminución de las vocaciones religiosas muestra vuestro profundo aprecio por la vida consagrada. Me dirijo también a vuestras comunidades religiosas, animándolas a reafirmar su vocación con confianza y, guiadas por el Espíritu Santo, a proponer de nuevo a los jóvenes el ideal de consagración y misión. Los tesoros espirituales de sus respectivos carismas iluminan espléndidamente los caminos por los que el Señor llama a los jóvenes a emprender la vida de entrega de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana (cf. Vita consecrata, 3).

Queridos hermanos, cada uno de vosotros siente la gran responsabilidad de hacer todo lo posible para apoyar el matrimonio y la vida familiar, fuente primera de cohesión en el seno de las comunidades y, por tanto, de capital importancia a los ojos de las autoridades civiles. A este respecto, la amplia red de escuelas católicas en toda vuestra región puede dar una gran contribución. Los valores arraigados en el camino de verdad ofrecido por Cristo iluminan la mente y el corazón de los jóvenes y los impulsan a seguir la senda de la fidelidad, de la responsabilidad y de la libertad verdadera.

Buenos jóvenes cristianos constituyen buenos ciudadanos. Estoy seguro de que haréis todo lo posible para estimular la identidad católica de vuestras escuelas que, durante las generaciones pasadas, han prestado un importante servicio a vuestros pueblos. Por eso, no dudo de que los jóvenes adultos de vuestras diócesis serán conscientes de que les corresponde, de modo urgente, contribuir al desarrollo económico y social de la región, puesto que se trata de una dimensión esencial de su testimonio cristiano.

Con afecto fraterno os ofrezco estas reflexiones, con las que quiero sosteneros en vuestro deseo de intensificar las llamadas al testimonio y a la evangelización que brotan del encuentro con Cristo. Unidos en el anuncio de la buena nueva de Jesucristo, proseguid en la esperanza. Asegurad, por favor, mis oraciones y mi comunión espiritual a todos vuestros seminaristas y sacerdotes, religiosos y fieles laicos, incluyendo de modo especial a las numerosas comunidades de inmigrantes. A todos vosotros os imparto de buen grado mi bendición apostólica.



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