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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE HAITÍ EN VISITA "AD LIMINA
"

Jueves 13 de marzo de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Os doy una cordial bienvenida mientras realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, ocasión propicia para fortalecer vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y entre vosotros, y para compartir con la Curia romana los motivos de alegría y de esperanza, y también de preocupación, que vive el pueblo de Dios encomendado a vuestra solicitud pastoral.

Ante todo, quiero dar las gracias a monseñor Louis Kébreau, nuevo arzobispo de Cabo Haitiano y presidente de la Conferencia episcopal, por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, explicando la situación del país y la actividad de la Iglesia. Saludo en particular a los obispos que acaban de dejar su cargo pastoral y a los que han recibido uno nuevo. Mi pensamiento va también a vuestros fieles y a todo el querido pueblo haitiano.

Deseo recordar el viaje a Haití que hizo mi predecesor el Papa Juan Pablo II hace veinticinco años, con ocasión de la conclusión del Congreso eucarístico nacional, evocando el tema central de ese encuentro: «Es preciso que aquí cambie algo». ¿Han cambiado las cosas? Vuestro país ha atravesado momentos dolorosos, que la Iglesia sigue con atención: divisiones, injusticias, miseria, desempleo, elementos que suscitan profunda preocupación por el pueblo.

Pido al Señor que infunda en el corazón de todos los haitianos, sobre todo de las personas que tienen alguna responsabilidad social, la valentía de promover el cambio y la reconciliación, a fin de que todos los habitantes del país gocen de condiciones de vida dignas y se beneficien de los bienes de la tierra, con una solidaridad cada vez mayor. No puedo olvidar a los que se ven forzados a ir al país vecino para satisfacer sus necesidades. Espero que la comunidad internacional prosiga e intensifique su apoyo al pueblo haitiano, para permitirle ser protagonista de su futuro y de su desarrollo.

Entre las preocupaciones que presentáis en vuestras relaciones quinquenales se encuentra la situación de la estructura familiar, inestable a causa de la crisis que atraviesa el país, pero también a causa de la evolución de las costumbres y de la pérdida progresiva del sentido del matrimonio y de la familia, poniendo en el mismo plano otras formas de unión. La sociedad y la Iglesia se desarrollan, en gran parte, gracias a la familia. Por eso, es fundamental que prestéis atención a este aspecto de la vida pastoral, ya que se trata del ámbito primordial de educación de los jóvenes.

«La familia cristiana, al tener su origen en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor de Cristo y de la Iglesia, debe manifestar a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la naturaleza auténtica de la Iglesia, por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, como también por la cooperación amorosa de todos sus miembros» (Gaudium et spes, 48). Por ello, os animo a sostener a los esposos y a los hogares jóvenes mediante un acompañamiento y una formación cada vez más adecuados, enseñándoles también a respetar la vida.

En vuestro ministerio episcopal, los sacerdotes ocupan un lugar privilegiado. Son vuestros principales colaboradores. Prestando atención a su formación permanente y manteniendo con ellos relaciones fraternas y confiadas, les ayudaréis a desempeñar un ministerio fecundo, invitándolos también a abstenerse de compromisos políticos.

Es importante que se organicen regularmente encuentros entre los sacerdotes, para que tengan una experiencia profunda del presbiterio y se apoyen con la oración. Transmitid mi saludo afectuoso a todos vuestros sacerdotes. Conozco la fidelidad y la valentía que deben tener para vivir en situaciones a menudo difíciles. Es necesario que fundamenten su apostolado en su relación con Cristo, en el misterio eucarístico que nos recuerda que el Señor se entregó totalmente por la salvación del mundo, en el sacramento del perdón, en su amor a la Iglesia, dando con su vida recta, humilde y pobre, un testimonio elocuente de su compromiso sacerdotal.

Prestad atención a la pastoral de las vocaciones y a la formación de los jóvenes que se presentan, para los que es preciso realizar un discernimiento profundo. Con este fin, buscáis equipos de formadores para vuestros seminarios. Os invito a considerar con los episcopados de otros países la posibilidad de disponer de formadores expertos, de vida sacerdotal ejemplar, para acompañar a lo largo de las diversas etapas de su formación humana, moral, espiritual y pastoral, a los futuros sacerdotes que vuestras diócesis necesitan. De ello depende el futuro de la Iglesia en Haití. Quiera Dios que las Iglesias particulares escuchen este llamamiento y acepten enviar sacerdotes para ayudaros en la formación de los seminaristas, según el espíritu de la encíclica Fidei donum. También para ellos será una apertura, una riqueza y una fuente de abundantes gracias.

Las escuelas católicas, a pesar de sus escasos medios, desempeñan un papel importante en Haití. Son apreciadas por las autoridades y por la población. Doy gracias por las personas que se dedican a la hermosa tarea de la educación de los jóvenes. Transmitidles mi cordial saludo. Con la enseñanza se realizan la formación y la maduración de la personalidad, mediante el reconocimiento de los valores fundamentales y la práctica de las virtudes; así se transmite una concepción del hombre y de la sociedad.

La escuela católica es un ámbito importante de evangelización, mediante el testimonio de vida de los educadores, el descubrimiento del mensaje evangélico o las celebraciones vividas en la comunidad educativa. Decidles a los jóvenes haitianos que el Papa confía en ellos; que conoce su generosidad y su deseo de realizarse en su vida; que Cristo los invita a una vida cada vez más hermosa, recordando que sólo él es portador de un auténtico mensaje de felicidad y da sentido pleno a la existencia. Sí, para mí vuestros jóvenes son motivo de alegría y esperanza. Un país que quiere desarrollarse y una Iglesia que quiere ser más dinámica, ante todo deben concentrar sus esfuerzos en la juventud. A vosotros corresponde también promover la formación de los laicos adultos, para que puedan cumplir cada vez mejor su misión cristiana en el mundo y en la Iglesia.

Queridos hermanos en el episcopado, al final de este encuentro, os expreso de nuevo mi cercanía espiritual a la Iglesia que está en Haití, pidiendo al Señor que la fortalezca en su misión. También me congratulo con vosotros por el trabajo de los religiosos, las religiosas y los voluntarios, a menudo comprometidos en favor de los más pobres y desamparados de la sociedad, mostrando que, al luchar contra la pobreza, se lucha también contra numerosos problemas sociales que dependen de ella. Es necesario que todos los sostengan en esta tarea.

Imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica a cada uno de vosotros, así como a los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.



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