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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO
ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 29 de abril de 2010

 

Señor embajador:

Me complace recibirlo con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República democrática del Congo ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras, con las que me ha transmitido el respetuoso saludo del presidente de la República, Joseph Kabila Kabange, y del pueblo congoleño. Tuve el placer de encontrarme con su presidente en junio de 2008. Le agradecería que le transmita mis mejores deseos para su persona y para el cumplimiento de su tarea al servicio de la nación. Que Dios lo guíe en sus esfuerzos por alcanzar la paz, garantía de una existencia digna y de un desarrollo integral. Asimismo, saludo cordialmente a los distintos responsables y a todos los habitantes de su país.

Su presencia, señor embajador, al frente de la embajada de su país después de largos años de sede vacante, manifiesta el deseo del jefe de Estado y de Gobierno de fortalecer las relaciones con la Santa Sede; por lo cual le estoy muy agradecido. Igualmente señalo que esta decisión se sitúa en el año del 50º aniversario de la independencia de su patria. Que este jubileo permita a la nación ponerse de nuevo en camino.

Durante estos años su país ha vivido momentos especialmente difíciles y trágicos. La violencia se ha abatido, ciega y sin piedad, sobre un gran sector de la población, sometiéndola a su yugo brutal e insoportable, sembrando ruinas y muertes. Pienso en particular en las mujeres, los jóvenes y los niños, cuya dignidad se ha visto humillada a ultranza con la violación de sus derechos. Quiero expresarles mi solicitud y asegurarles mi oración. Se ha atacado incluso a los miembros y las estructuras de la Iglesia católica, la cual desea fomentar la curación interior y la fraternidad. La Conferencia episcopal lo ha explicado extensamente en su mensaje de junio del año pasado. Por eso, ahora sería conveniente que se utilizarán todos los medios políticos y humanos para poner fin al sufrimiento. Asimismo, sería oportuno reparar y hacer justicia, tal como invitan a hacer las palabras justicia y paz inscritas en la divisa nacional. Ciertamente, el compromiso adquirido en Goma en 2008 y la aplicación de los acuerdos internacionales en particular del Pacto sobre la seguridad, la estabilidad y el desarrollo de la región de los Grandes Lagos son necesarios, pero es todavía más urgente trabajar para lograr las condiciones previas para su aplicación, la cual sólo podrá realizarse reconstruyendo poco a poco el tejido social, tan gravemente herido, alentando la primera sociedad natural, que es la familia, y consolidando las relaciones interpersonales entre los congoleños, basadas en una educación integral, fuente de paz y de justicia. La Iglesia católica, señor embajador, desea seguir dando su contribución a esta noble tarea mediante el conjunto de las estructuras de las que dispone gracias a su tradición espiritual, educativa y sanitaria.

Invito a las autoridades públicas a no descuidar ninguna posibilidad de poner fin a la situación de guerra que, lamentablemente, persiste en algunas provincias del país, y a dedicarse a la reconstrucción humana y social de la nación, respetando los derechos humanos fundamentales. La paz no es únicamente la ausencia de conflictos; también es un don y una tarea que conlleva obligaciones para los ciudadanos y para el Estado. La Iglesia está convencida de que sólo se puede realizar con «el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador», es decir, con una respuesta humana en armonía con el plan divino. «Esta “gramática”, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas, en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 2007, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2006, p. 5). Invito a la comunidad internacional, comprometida a distintos niveles en los conflictos que se han sucedido en su país, a movilizarse para contribuir eficazmente a restablecer la paz y la legalidad en la República democrática del Congo.

Después de tantos años de sufrimiento, excelencia, su país necesita emprender decididamente el camino de la reconciliación nacional. Sus obispos han declarado este año de aniversario para la nación, año de gracia, de renovación y de alegría, año de reconciliación para construir un Congo solidario, próspero y unido. Uno de los mejores medios para lograrlo es promover la educación de las generaciones jóvenes. El espíritu de reconciliación y de paz, nacido en la familia, se consolida y extiende en la escuela y en la universidad. Los congoleños desean una buena educación para sus hijos, pero para las familias su financiación directa es una carga pesada, insoportable para la mayoría. Estoy seguro de que se encontrará una solución justa. Ayudando económicamente a los padres y asegurando la financiación regular de los educadores, el Estado hará una inversión que beneficiará a todos. Es esencial que se eduque con paciencia y tenacidad a los niños y a los jóvenes, sobre todo a los que se han visto privados de instrucción y adiestrados a matar. No sólo es oportuno inculcarles un saber que les ayude en su futura vida adulta y profesional, sino que es preciso también darles bases morales y espirituales sólidas que les ayuden a rechazar la tentación de la violencia y del resentimiento para elegir lo que es justo y verdadero. Mediante sus estructuras educativas y según sus posibilidades, la Iglesia puede ayudar y completar las del Estado.

Las importantes riquezas naturales con las que Dios ha dotado a su tierra y que, lamentablemente, se han convertido en una fuente de codicia y de beneficios desproporcionados para muchos dentro y fuera de su país, permiten ampliamente, gracias a una repartición justa de las ganancias, ayudar a la población a salir de la pobreza y a satisfacer su seguridad alimentaria y sanitaria. Las familias congoleñas y la educación de los jóvenes serán los primeros beneficiarios. Este deber de justicia promovido por el Estado consolidará la reconciliación y la paz nacional, y permitirá a la población gozar de una vida serena, base necesaria para la prosperidad.

A través de usted, deseo expresar mi afecto también a los miembros de la comunidad católica de su país, especialmente a los obispos, invitándolos a ser testigos generosos del amor de Dios y a contribuir a la edificación de una nación unida y fraterna, donde cada persona se sienta plenamente amada y respetada.

Señor embajador, en el momento en que comienza su misión, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que le espera, asegurándole que en mis colaboradores encontrará siempre una acogida atenta y una comprensión cordial.

Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre todo el pueblo congoleño y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°21, p.14.



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