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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DEL MUNICIPIO DE TRAUNSTEIN

Patio del Palacio apostólico de Castelgandolfo
Sábado 30 de julio de 2011

 

Queridos amigos:

Un cordial saludo a todos vosotros que habéis venido de Chiemgau y de Rupertiwinkel. Con vosotros, como ha dicho el Landrat, Castelgandolfo se ha transformado en una aldea bávara y estoy contento porque a través de vosotros se encuentra aquí presente mi tierra bávara. ¡Que el Señor os recompense!

A usted, querido señor Landrat, mi más profunda gratitud por las palabras salidas del corazón: han brotado de su corazón y han llegado a mi corazón; han trazado un cuadro de nuestra patria y, al mismo tiempo, han afianzado el vínculo conmigo. Para mí es una gran alegría el hecho de que este anillo de honor me haya sido entregado por unanimidad, más allá de toda pertenencia partidista, de todas las diferencias, que —justamente— existen. Para mí es un signo de que entre vosotros me siento verdaderamente «en casa», que nos acogemos mutuamente y que sigo siendo parte de vosotros. Estoy feliz y agradecido por mi bella tierra y por esta maravillosa velada que me habéis regalado. ¡Que el Señor os recompense!

Probablemente, el anillo de honor no se verá en mi mano, pero será colocado de manera que lo tenga siempre ante mis ojos y me pueda recordar lo que de todas formas sé en lo profundo de mi corazón: allí estoy en casa, en Chiemgau, en Rupertiwinkel, en los lugares de mi juventud que usted ha recordado. Os estoy agradecido porque, aunque sea por un instante, me habéis hecho revivir la belleza y la alegría de la cultura bávara.

Querido señor Landrat, usted ha hablado de nuestra tierra como de la «Tierra bendita» y ha aludido a los monjes que han desarrollado en medio de nosotros esta cultura de la alegría. Nuestra tierra es de verdad «Tierra bendita» gracias al Creador: nos ha dado las montañas, los lagos, los valles, los bosques. Debemos estar agradecidos con él porque nos ha encargado una parte tan preciosa de la tierra. Pero nuestra tierra es plenamente «Tierra bendita» principalmente porque los hombres han sido tocados en la fe por la belleza de la creación y por la bondad del Creador y, tocados por él, han sabido dar a nuestra tierra pleno esplendor y capacidad de reflejarlo. ¿Qué sería Baviera sin las torres con las cúpulas bulbosas de nuestras iglesias, sin el espléndido barroco y la alegría de los redimidos que en ellas se difunde? ¿Qué sería sin nuestra música, la música sacra —que te hace mirar directamente dentro del Paraíso— y la profana? A vosotros, los músicos, os expreso mi agradecimiento: habéis logrado presentar aquí muy bien la música bávara y me habéis recordado de nuevo que allí estoy en casa, de allí provengo y de esa tierra sigo formando parte. ¡Que el Señor os recompense!

Sin las iglesias, las cruces de las calles, las capillas —como ha recordado también el consejero provincial— Baviera no sería Baviera; sin su música, su poesía, la afabilidad, la cordialidad y la alegría que acabamos de experimentar… Alegría, cordialidad, bondad crecen sin embargo sólo si el cielo está abierto sobre nosotros. No todos los días hay sol —lo ha dicho también usted, señor Landrat—; a veces debemos atravesar valles oscuros. Pero podemos hacerlo permaneciendo alegres y humanos, si para nosotros el cielo está abierto, si hemos sido tocados por la certeza de que él nos ama en todo, que Dios es bueno y que por ello es hermoso ser hombre. Baviera se ha convertido en lo que es partiendo de esta certeza, y todos nosotros rezamos y esperamos que así permanezca. Para que pueda seguir siendo así, siempre bella, y para que las personas puedan seguir diciendo sí a la vida, al futuro, es importante que no perdamos el esplendor de la fe, que sigamos siendo creyentes, cristianos, católicos donde católico significa también siempre estar «abiertos al mundo» —es decir, mundo, vida y fe juntos—; significa ser tolerantes y abiertos respecto de los demás con cordial fraternidad hacia quienes saben que pertenecen al único Padre y que son amados por el único Señor.

Esta es mi oración: dejémonos tocar por la fe, dejémonos guiar por la fe a fin de que el esplendor del cielo llegue hasta nosotros e ilumine el mundo en sus miserias, haciéndolo bello y resplandeciente.

Por mi parte os prometo que mi tierra está siempre presente en mis oraciones, y como signo de ello ahora os imparto la bendición apostólica.

¡Que el Señor os recompense! Os deseo una buena estancia en Castelgandolfo! Saludad de mi parte a Baviera.



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