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LITURGIA EUCARÍSTICA EN LA PLAZA DE SAN JUAN DE LETRÁN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
Jueves 29 de mayo de 1986

 

1. «Tú eres Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (Sal 109/110, 4).

Hoy la Iglesia escucha las palabras del Eterno Padre que habla al Hijo: «Oráculo de Yavé a mi Señor: “Siéntate a mi diestra”... Tu pueblo (se ofrecerá) espontáneamente en el día de tu poder» (Sal 109/110, 1, 3).

¿De qué poder habla el Padre al Hijo? ¿Qué gloria proclama con las palabras del Salmo mesiánico?

He aquí que proclama sobre todo la gloria del Unigénito, la gloria del que fue eternamente engendrado y que es siempre engendrado; El es de la misma naturaleza del Padre.

«Yo mismo te engendré corno rocío antes de la aurora —dice el Salmista— (Sal 109/110, 3). (Bella metáfora, aunque imperfecta; ninguna imagen tomada del mundo de las criaturas puede reflejar la realidad de Dios, el misterio del Padre y del Hijo, el misterio de la generación que está eternamente en Dios).

2. Y sin embargo, a través de la imperfección de las metáforas humanas, la Iglesia escucha las palabras del Padre y contempla la gloria del Hijo. La gloria que El tiene eternamente en Dios-Trinidad y, al mismo tiempo, la que El, como Hijo eterno, da al Padre.

El Hijo de Dios (Verbum Patris), el Hijo del Hombre Sacerdote para siempre.

3. Este es el día de su poder en la historia de la creación. El día de su victoria en la historia del hombre.

El, eternamente engendrado por el Padre y de la misma substancia del Padre, sube al Padre, entra en su gloria como Redentor del mundo. Y el Padre le dice: «Siéntate a mi derecha» (Sal 109/110, 11.

De este modo enlaza al que le es igual (igual al Padre): pero que como verdadero hombre «se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8).

Y precisamente por esta muerte El ha alcanzado la victoria: la victoria sobre la muerte del cuerpo y sobre la muerte del espíritu, es decir sobre el pecado.

Precisamente por esta muerte El domina. Es el Señor en el reino de la vida.

Y el Padre le dice: «Desde Sión extenderé el poder de tu cetro, hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies» (cf. Sal 109/110, 2, 1).

4. El que mediante la muerte ha obtenido el dominio sobre la muerte y sobre el pecado es Sacerdote para siempre. En efecto, ha obtenido ese dominio, ofreciéndose a Sí mismo en sacrificio. Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre. Ha triunfado mediante la Cruz.

En su dominio en el reino de la vida está inscrito su sacerdocio. El que ofrece el sacrificio, sirve: cumple el servicio de Dios. Da testimonio del hecho de que todo lo creado pertenece a Dios y está sometido a Dios.

En el dominio de Cristo está ciertamente inscrito el servicio: la restitución de todas las criaturas a Dios como Creador y Padre.

Cristo se sienta a la derecha del Padre, Cristo reina sometiendo todas las criaturas a Dios como Creador y Padre. Sometiéndolas, las restituye al que pertenecen sobre todo.

Devuelve todas las criaturas y antes que nada al hombre, porque El mismo es Hijo del hombre.

En el hombre lo restituye todo, porque todo lo que ha sido creado en el mundo visible, ha sido creado para el hombre.

5. «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: “Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec”» (Sal 109/110, 4).

Cristo Sacerdote, «entró... en el santuario... por su propia sangre» (Heb 9, 12).

Instituyó la Nueva Alianza de Dios con el hombre en su Cuerpo y en su Sangre. Derramó esta Sangre en la cruz, ofreciendo su Cuerpo en la pasión y en la muerte.

No obstante, El ofreció este sacrificio cruento una sola vez para siempre. Y ninguno puede repetirlo así como ninguno pudo anticiparlo.

A su vez, el día antes de Pascua, el mismo Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre —Sacrificio de la nueva y eterna Alianza con Dios— lo consumó para la Iglesia bajo las especies del pan y del vino.

Lo instituyó como sacramento del que vive la Iglesia. Del que se alimenta la Iglesia.

De este modo Cristo se hizo Sacerdote «según el orden de Melquisedec».

En efecto, Melquisedec, contemporáneo de Abraham, que es el padre de nuestra fe, ofreció el sacrificio del pan y del vino: un sacrificio incruento (cf. Gén 14, 18).

Cristo, eterno Sacerdote, permanece para siempre con la Iglesia mediante el sacrificio que ha ofrecido «según el orden de Melquisedec».

6. La Iglesia vive cotidianamente de este sacrificio, y de él cotidianamente se alimenta. Por obra de este sacrificio Cristo está constantemente presente en ella. Cristo, Eterno Sacerdote. En efecto, no hay sacrificio sin sacerdote.

Por obra de este sacrificio, Cristo vuelve a confirmar diariamente «la nueva y eterna Alianza en su Cuerpo y en su Sangre». Diaria e incesantemente, estando «a la derecha del Padre», somete a Dios todas las criaturas, pero especialmente a todo hombre creado a imagen de Dios.

Por obra de este sacrificio, por obra de la Eucaristía, Cristo «sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec», da testimonio de Dios que es no sólo Creador y Señor de toda la creación, sino que es, al mismo tiempo, Padre. Y el Padre alimenta y nutre a sus hijos.

Así, pues, alimenta y nutre al hombre con la comida y con la bebida de la Vida Eterna. Con el pan y el vino de la Santísima Eucaristía.

7. La Iglesia vive cotidianamente de la Eucaristía. Vive de ella siempre.

Pero hoy —en este día particular— desea escuchar con especial atención las palabras que el Padre dice al Hijo («Oráculo de Yavé a mi Señor»); y desea meditar las palabras del Salmo mesiánico. Meditar y contemplar su elocuencia eucarística.

En efecto, ésta es la fiesta de la Eucaristía.

La Iglesia desea salir por los caminos, anunciando a todo el mundo aquello de lo cual vive cada día.

Desea hacer ver a todos que Cristo vive en ella. El que era, es y ha de venir (cf. Ap 1, 4).

«Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas».

¡Cristo, Sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec!



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