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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

SANTA MISA EN CORRIENTES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Jueves 9 de abril de 1987

 

1. “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4, 4).

Dentro de esta peregrinación por tierras argentinas, el Papa celebra hoy el sacrificio eucarístico con los fieles de Corrientes y de las diócesis vecinas, y desea meditar con vosotros, sobre el misterio evocado por el Apóstol de las Gentes en esta concisa frase de su carta a los Gálatas.

El misterio divino de la misión del Hijo, es al mismo tiempo el misterio de la Mujer, elegida y predestinada por el Padre Eterno para ser Madre del Hijo de Dios. Iluminados por la liturgia de la Palabra, deseamos hoy abarcar con la mirada de la fe, aquello que, en los designios eternos del amor de Dios, ha sido puesto para nuestra salvación. Es una mirada llena de agradecimiento a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y al mismo tiempo, llena de admiración hacia aquella Mujer en la cual el género humano ha recibido tan excelsa elevación: ¡Hijo de Dios nacido de Mujer! ¡Jesucristo, Hijo de María siempre Virgen. Hijo del hombre!

2. En el nombre de este Hijo y de su Madre, deseo saludar de nuevo a la Iglesia, extendida por toda la tierra argentina, en particular en esta región del Nordeste.

Saludo, en primer lugar, al Pastor de esta arquidiócesis de Corrientes, a los demás obispos aquí presentes, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a las autoridades; a todo el Pueblo santo de Dios reunido en torno a este altar y a quienes se asocian a nuestra celebración a través de la radio o de la televisión.

Nos encontramos ante la imagen de la Inmaculada Concepción, venerada en el santuario de Itatí, fundado en el año 1615, y centro de la honda tradición mariana de esta región. Desde entonces, muchos miles de peregrinos han acudido ante esta imagen para honrar a María; para poner sus intenciones y sus vidas bajo su protección e intercesión.

Hoy queremos acudir también nosotros a la Virgen María, para atestiguar ese mismo amor y esa misma confianza en la que es Madre de Dios y Madre nuestra. Queremos ser buenos hijos que vienen a saludar a su Madre; hijos que se saben necesitados de su protección maternal; hijos que quieren demostrarle sinceramente su afecto.

3. El Apóstol escribe: “Vino la plenitud del tiempo” (Ga 4, 4). Esa plenitud, es, además, el cumplimiento de aquello que ya existía en la Sabiduría de Dios, como plan salvífico para el hombre. Por esto, la liturgia se refiere en la primera lectura a esta Sabiduría que existe en Dios “antes que el mundo empezara a existir ”: antes de que fuera creada cosa alguna: “ cuando aún no existían los océanos ni las fuentes más profundas del mar; antes que las montañas... antes que las colinas... antes que el Señor hiciera la tierra y el conjunto de los elementos del orbe... cuando dio una orden al mar, para que sus aguas no se desborden; cuando estableció los sólidos cimientos de la tierra” (Pr 8, 24-29).

¡Esto dice la Sabiduría!

La Sabiduría, siempre presente en la obra de Dios-Creador. Esta Sabiduría, en la que participan todas las obras de Dios, encuentra su mayor motivo de gozo en el género humano.

La Antigua Alianza se abre aquí, de modo particular hacia aquella Mujer, en cuyo seno se realiza el encuentro culminante y definitivo de la humanidad con Dios-Sabiduría, precisamente el misterio de la Encarnación del Verbo, en la plenitud de los tiempos.

La Virgen de Nazaret –Madre del Verbo Encarnado– tiene vinculación singular con esta Sabiduría, que está también llena del eterno amor del Padre al hombre.

4. Cuando “ vino la plenitud del tiempo ”, cuando el Mensajero divino transmitió a la Virgen de Nazaret la voluntad del Padre Eterno, cuando María respondió “hágase” (fíat); entonces comenzó aquella particular peregrinación, que nace del corazón de la Mujer, bajo el soplo esponsal del Espíritu Santo.

“María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá... a la casa de Zacarías” (Lc 1, 39). Fue allá para saludar a su prima Isabel, de más edad que Ella, que estaba esperando dar a luz a un hijo: Juan Bautista.

Por su parte, Isabel, al responder al saludo de María con aquellas palabras inspiradas, llenas de veneración hacia la Madre del Señor, alaba la fe de la Virgen de Nazaret: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que le ha dicho de parte del Señor” (Ibíd., 1, 45) .

De este modo, la visita de María en Ain-Karim asume un significado realmente profético. En efecto, vislumbramos en ella la primera etapa de esta peregrinación mediante la fe, que tiene su inicio en el momento mismo de la Anunciación.

5. Esta peregrinación mediante la fe constituye la idea guía del Año Mariano, que anuncié el día 1 de enero pasado, y que se inaugurará en la próxima solemnidad de Pentecostés.

Desde el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, María no sólo participa en la peregrinación mediante la fe de toda la Iglesia, sino que Ella misma “avanza” precediendo y guiando maternalmente a todo el Pueblo de Dios, a lo largo y ancho de la tierra.

“La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta de consuelo” (Lumen gentium, 68), Son palabras del Concilio Vaticano II que, por aludir a esta verdad, he querido desarrollar en la Encíclica Redemptoris Mater, publicada, con ocasión del Año Mariano, en la reciente solemnidad de la Anunciación.

6. El punto de apoyo, en tierra argentina, de esta peregrinación mediante la fe, lo constituyen todas las generaciones que han fijado y fijan su mirada en la Madre de Dios, como “Madre del Señor” y “modelo de la Iglesia”.

La peregrinación de la Iglesia y de cada cristiano hacia la casa del Padre, se manifiesta y realiza, de modo agradable a Dios, en las peregrinaciones de los cristianos a los santuarios marianos. Los santuarios son como hitos que orientan ese caminar de los hijos de Dios sobre la tierra, precedidos y acompañados por la mirada afectuosa y alentadora de la Madre del Redentor.

Durante mi primer viaje a la Argentina tuve la dicha de acudir al santuario nacional de Luján, para encomendaros a María en momentos especialmente difíciles para vuestra querida nación. E1 próximo Domingo de Ramos, en el marco de la Jornada mundial de la Juventud –con la que culminará esta segunda visita–, la misma imagen de la Madre de Dios vendrá, desde Luján, al encuentro de los jóvenes que peregrinan en la fe, en tantos otros lugares de la tierra.

Hoy está también entre nosotros la imagen de María, que ha llegado desde su santuario de Itatí, verdadero centro espiritual de todo el litoral. Mi ánimo se llena de gozo y de agradecimiento al Señor al considerar que, a lo largo de los siglos, los hijos de esta tierra han sabido hallar en la Virgen la guía y el modelo seguro para seguir a Jesús.

7. Vuestra religiosidad popular, tan rica y arraigada, muestra que, en lo más hondo de vuestra conciencia, se asienta la firme convicción de que nuestra vida sólo tiene sentido si se orienta, radical y completamente, hacia Dios. La devoción a la Cruz de los Milagros –Cruz fundacional de Corrientes–, y a la Limpia Concepción de Itatí, ponen de manifiesto cuáles son vuestros grandes amores: el Señor Crucificado y su Madre Inmaculada, la criatura que más y mejor supo unirse al misterio redentor de su Hijo. Debéis, por eso, conservar y fomentar las variadas manifestaciones de vuestra piedad popular, como cauce privilegiado para vuestra unión con Dios y con los demás.

Cuando el Nordeste argentino recibió la luz de la fe, en la primera mitad del siglo XVI, el mensaje del Evangelio vivificó toda vuestra existencia, gracias al celo –tantas veces heroico– de aquellos primeros sacerdotes y religiosos misioneros, entre los que destacaron los franciscanos y los jesuitas, con figuras señeras como las de fray Luis de Bolaños, el Beato Roque González de Santa Cruz y tantos otros.

Las misiones o “doctrinas” de los jesuitas constituyen, sin duda, uno de los logros más acabados del encuentro entre los mundos hispano-lusitano y el autóctono. En ellas se puso en práctica un admirable método evangelizador y humanizador, que supo hacer realidad los fuertes lazos que existen entre evangelización y promoción humana. (Evangelii Nuntiandi, 31)

Los emigrantes de los dos últimos siglos, que han venido a sumarse a los “criollos”, han aportado sus propios valores culturales, su trabajo y, en la mayor parte de los casos, su fe católica, contribuyendo así a formar vuestra sociedad, firmemente enraizada en la misma fe que la vio nacer en los orígenes del Nuevo Mundo.

8. La Iglesia atraviesa un momento particularmente prometedor en esta región. Tras la organización diocesana, y con las numerosas y fecundas iniciativas pastorales de las últimas décadas, se abren perspectivas que permiten mirar al futuro con una esperanza renovada.

Pido al Señor que os envíe muchos sacerdotes, llenos de vida interior, e impulso evangelizador, que con gran celo apostólico sean fieles dispensadores de la Palabra divina y de las fuentes de la gracia que son los sacramentos. Miro con particular interés al reciente seminario interdiocesano de Resistencia, del que espero muchos frutos para bien de la Iglesia en esta región pastoral.

Todos los fieles cristianos están llamados a participar en la misión de Cristo, cada uno según la propia vocación en el Pueblo de Dios. La cercanía del próximo Sínodo de los Obispos, dedicado a la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, me lleva a pensar sobre todo en vosotros, queridos laicos del Nordeste argentino.

La Iglesia y la sociedad civil esperan mucho de vuestro compromiso cristiano y de vuestra responsabilidad apostólica, sobre todo en la tarea que es específica de los laicos: impregnar todas las estructuras temporales de sentido cristiano. Al ahondar en las riquezas de esa herencia de fe que habéis recibido, debéis ser cada vez más conscientes de que la fe debe vivirse en todas las circunstancias personales y de trabajo en las que la Providencia divina os haya puesto.

De este modo, la profunda transformación económica a la que se encamina la Mesopotamia –sobre todo a través del aprovechamiento de su potencial hidroeléctrico–, irá acompañada por una constante mejora interior, que os conduzca por caminos de auténtico progreso integral: humano y cristiano. En ese desarrollo, con el que Dios os muestra también su amor, no olvidéis nunca a vuestros hermanos más necesitados. La justicia y la caridad cristiana os moverán a procurar que todos participen en los beneficios materiales y espirituales de esa nueva etapa que se vislumbra.

La familia debe seguir siendo la primera escuela de fe y de vida cristiana, la transmisora de esa herencia de religiosidad popular, que es parte del alma de este pueblo. A los padres cristianos compete un grave deber en este sentido: formar hombres y mujeres que aprendan en su familia las virtudes humanas y cristianas; y que vean hecho vida el valor del matrimonio indisoluble y del auténtico amor conyugal que, en medio de las dificultades de esta vida, sale siempre fortalecido y rejuvenecido.

9. Queridos hermanos e hermanas. A todos os quiero recordar que ser miembros vivos del Pueblo de Dios significa, en primer lugar, acoger a Cristo, darle cabida en nuestro corazón, en nuestras vidas. Significa imitar a María en su disponibilidad y en su prontitud para aceptar y poner por obra lo que conoce como voluntad de Dios. Ella, después de haber recibido el anuncio del Ángel, camina apresuradamente hacia la montaña de Judá. Se pone en marcha, llevando en su seno al Hijo de Dios, sin reparar en las dificultades que ese camino pudiera traer consigo. María sabe superar las dificultades de esta peregrinación.

La principal dificultad, el mayor obstáculo que nos impide seguir a nuestra Madre, es el pecado. E1 pecado nos incapacita para recibir al Señor; cuando el alma está en pecado no puede nacer en ella el Hijo de Dios, allí no puede estar Jesús; no hay lugar para El. La peregrinación mediante la fe exige que apartemos el obstáculo del pecado, y acojamos la venida del Hijo de Dios a nuestras almas, haciéndonos partícipes de su filiación divina.

10. “Cuando vino la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer... para hacernos hijos adoptivos” (Ga 4, 4-5).

Esta es la primera dimensión del misterio divino.

La secunda dimensión, estrechamente relacionada con ésta, consiste en la filiación de la adopción divina, de la que participan los hijos de los hombres. Todos nosotros hemos sido concebidos y hemos nacido de nuestras madres; en el Hijo de María recibimos, sin embargo, la filiación adoptiva de Dios. Llegamos a ser hijos en el Hijo de Dios.

“Y si somos hijos ” –dice el Apóstol– “ también somos herederos por la voluntad de Dios” (cf. Ga 4, 6-7). Hemos sido llamados a participar en la vida de Dios a semejanza del Hijo. Recibimos, por obra suya, el Espíritu Santo “ que clama: ¡Abbá, Padre!” (Ibíd., 4,6).

Hemos sido llamados a la libertad de los hijos de Dios: “ya no eres más esclavo, sino hijo” (Ibíd., 4,7); es la libertad que Cristo nos ha conseguido mediante su cruz y su resurrección.

En la perspectiva de los próximos días de la Semana Santa y de la Pascua, estas palabras adquieren una intensidad particular. Fijando nuestra mirada en la Madre del Señor, meditamos los inescrutables misterios de la Sabiduría divina, de los que Ella ha sido testimonio en la plenitud de los tiempos. ¡Esta es la plenitud de los tiempos que perdura para siempre!



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