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MISA DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO EN EL ATRIO
DE LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Roma, jueves 2 de junio de 1988

 

1. "La Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58).

2. En la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la Iglesia también realiza cada año su particular peregrinación de la fe, expresada simbólicamente en la procesión eucarística.

Esta peregrinación nos conduce en primer lugar al Cenáculo: Allí donde Cristo fue a comer la Pascua con sus Apóstoles.

Era la Pascua de Israel, que recordaba el éxodo de la esclavitud de Egipto.

Aquella noche —el primer día de la pasión de Cristo— la Pascua de la Antigua Alianza se convirtió en sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: Pascua de la Nueva y Eterna Alianza.

Se convirtió en Eucaristía. Se inscribió en ella y se hizo presente de una vez para siempre el Éxodo definitivo al que toda la humanidad está llamada en Cristo y en su sacrificio.

3. Siguiendo la dirección en que Cristo pronuncia las palabras de la institución, la peregrinación de la fe nos lleva del Cenáculo a la cruz, al Gólgota.

En efecto, las palabras de la institución de la Eucaristía encuentran allí su cumplimiento. Cristo da a los Apóstoles el pan pascual, y al mismo tiempo instituye el sacramento de su Cuerpo que se entregará a la muerte de cruz.

Cristo da a los Apóstoles el cáliz con el vino pascual, y al mismo tiempo instituye el sacramento de su Sangre, que será derramada en sacrificio "por todos" (cf. Mt 26, 28).

Así, pues, en la peregrinación de la fe, es necesario llegar hasta la cruz, en el Gólgota, y volver nuevamente al Cenáculo.

Los primeros llamados a ese "camino" en la fe fueron los Apóstoles; y con ellos, toda la Iglesia.

El sacramento del Cenáculo se refiere a la nueva Realidad pascual, creada totalmente por. Cristo en su Cuerpo y Sangre. El Sacramento-Eucaristía expresa esta Realidad. La contiene. Y la hace siempre nuevamente presente.

4. En esta peregrinación de la fe, a la que nos llama la. última Cena, ¿podemos caminar con la Madre de Dios?

No nos consta que la Virgen Santa estuviera presente en el Cenáculo; que fuera testigo y partícipe de la institución dé la Eucaristía-Sacramento.

Pero Ella se convirtió en testigo particular de la Realidad que la Eucaristía-Sacramento recuerda, hace presente, contiene y realiza siempre nuevamente.

Enseña el Concilio:

"La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo en pie..., asociándose con entrañas de madre a su sacrificio consintiendo (fiat!) amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado" (Lumen gentium, 58). "Ave verum Corpus / natum de Maria Virgine / vere passum, immolatum / in Cruce pro homine".

5. ¡La Realidad del sacrificio —"res sacramenti"— y el corazón de la Madre "traspasado por la espada de dolor" al pie de la cruz! La Iglesia ha sentido siempre este vínculo profundo y ha querido a su lado a la Madre de Dios por los caminos de su peregrinación eucarística por medio de la fe.

Esta fe nos une a cada uno de nosotros con Cristo y nos introduce en el centro mismo de su amor redentor.

¿Y quién está más cerca de este centro, quién más unido al Redentor si no la Madre? ¿El Corazón de la Madre?

6. La peregrinación eucarística de la fe también nos hace salir del Cenáculo.

Al pie de la cruz, en el Calvario, hemos de tomar conciencia de toda la realidad de la Nueva y Eterna Alianza, tal como se expresa en la Carta a los . Hebreos: "Cristo... como sumo Sacerdote de los bienes definitivos... no usa sino su propia sangre; y así entró en el santuario de una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna" (9, 11-12).

En efecto: "En virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha" (Heb 9, 14). "Por eso él es mediador de una Alianza Nueva... y así... los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna" (Heb 9, 15).

Esa es la Realidad que corresponde al sacramento instituido el Jueves Santo. La peregrinación eucarística de la fe nos lleva hacia la eterna Alianza. Hacia la nueva creación. Hacia el cosmos que llegará a su cumplimiento cuando Dios sea "todo en todos" (cf. 1 Cor 15, 28).

7. ¡Hoy hace falta que hablemos de ello al mundo! La procesión eucarística que se desarrolla por las calles de Roma (así corno por otras ciudades, pueblos y aldeas) indica esta realización del mundo en Dios, que comenzó con la encarnación.

"Ave verum Corpus natum de Maria Virgine".

Es necesario que en esta procesión eucarística anual del Corpus Christi caminemos con la fe no sólo por las calles de la vieja Roma. Es necesario que caminemos guiados por la elocuencia de la Eucaristía hasta los confines de la esperanza eucarística del hombre y de la creación, hasta estas perspectivas que el misterio de Cristo abre ante nosotros.

En efecto, somos llamados a recibir "la herencia eterna que se nos ha prometida" (cf. Heb 9, 15), y que en El se ha hecho realidad.

La Madre de Dios esté con nosotros, en todos los caminos que llevan a la unión con su Hijo.



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