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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA MARÍA JOSEFA DEL CORAZÓN DE JESÚS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Domingo 16 de diciembre de 2001

 

1. "El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa" (Is 35, 1).

Una insistente invitación a la alegría caracteriza la liturgia de este tercer domingo de Adviento, llamado domingo "Gaudete", porque precisamente "Gaudete" es la primera palabra de la antífona de entrada. "Regocijaos", "alegraos". Además de la vigilancia, la oración y la caridad, el Adviento nos invita a la alegría y al gozo, porque ya es inminente el encuentro con el Salvador.

En la primera lectura, que acabamos de escuchar, encontramos un verdadero himno a la alegría. El profeta Isaías anuncia las maravillas que el Señor realizará en favor de su pueblo, liberándolo de la esclavitud y conduciéndolo de nuevo a su patria. Con su venida, se realizará un éxodo nuevo y más importante, que hará revivir plenamente la alegría de la comunión con Dios.

Para los que están desanimados y han perdido la esperanza resuena la "buena nueva" de la salvación:  "Gozo y alegría seguirán a los rescatados del Señor. Pena y aflicción se alejarán" (cf. Is 35, 10).

2. "Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios. (...) Viene a salvaros" (Is 35, 4). ¡Cuánta confianza infunde esta profecía mesiánica, que permite vislumbrar la verdadera y definitiva liberación, realizada por Jesucristo. En efecto, en la página evangélica que ha sido proclamada en nuestra asamblea, Jesús, respondiendo a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, se aplica a sí mismo lo que había afirmado Isaías:  él es el Mesías esperado:  "Id a anunciar a Juan —dice— lo que estáis viendo y oyendo:  los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena nueva" (Mt 11, 4-5).

Aquí radica la razón profunda de nuestra alegría:  en Cristo se cumplió el tiempo de la espera. Dios realizó finalmente la salvación para todo hombre y para la humanidad entera. Con esta íntima convicción nos preparamos para celebrar la fiesta de la santa Navidad, acontecimiento extraordinario que vuelve a encender en nuestro corazón la esperanza y el gozo espiritual.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María Josefa del Corazón de Jesús, la alegría de estar en medio de vosotros, hoy, cobra una intensidad particular. Es la alegría de poder encontrarme con la 300ª comunidad parroquial de la amada Iglesia de Roma. Desde el comienzo de mi pontificado ha sido importante para mí ejercer el ministerio de Obispo de Roma, también, y tal vez sobre todo, visitando las comunidades parroquiales de la diócesis.

Saludo y doy las gracias de modo particular al cardenal vicario que, junto con el monseñor vicegerente y los obispos auxiliares, me ha acompañado durante estos encuentros dominicales. No puedo menos de recordar aquí con gran afecto al cardenal Ugo Poletti, que en paz descanse, a los prelados que han dado su valiosa colaboración al servicio de la diócesis y a los numerosos párrocos y cooperadores parroquiales, así como a los miles de fieles con los que me he encontrado en mi peregrinación por los barrios de nuestra metrópoli. He querido expresar estos sentimientos en la carta que, con esta ocasión, he dirigido al cardenal vicario y, a través de él, a toda la comunidad diocesana, para compartir con todos y cada uno la alegría de un acontecimiento tan singular. ¡Cuánta riqueza de bien, de fervor espiritual y de iniciativas pastorales, apostólicas y caritativas he podido encontrar durante estas visitas! ¡Cuánta riqueza! Cada una de ellas ha sido para mí una ocasión privilegiada para dar y recibir aliento. A la vez que deseo continuar esta enriquecedora experiencia pastoral, yendo a las otras parroquias que esperan aún el encuentro con su Pastor, doy gracias a Dios por la misión que me ha confiado. Me ha llamado a ser Sucesor del apóstol san Pedro, Obispo de la Iglesia de Roma, de esta Iglesia que preside la comunión universal de la caridad (cf. san Ignacio de Antioquía, Carta a los romanos, Intr.). Os pido vuestra oración para saber corresponder de modo adecuado a esta tarea.

4. Amadísimos hermanos y hermanas de esta parroquia, ¡gracias por vuestra acogida! Os saludo con gran afecto. Saludo al párroco, padre Angelo De Caro, y a los misioneros monfortanos que colaboran con él en la guía de la comunidad. Con particular cordialidad doy las gracias a quienes, en vuestro nombre, me han dado la bienvenida, al comienzo de la celebración. Saludo a los fieles laicos más comprometidos en la animación de la parroquia, a los jóvenes, a las familias, a los enfermos, a los ancianos y a todos los residentes en esta zona periférica de la ciudad en constante expansión.

Saludo y doy las gracias a la Congregación de las Siervas de Jesús de la Caridad que, con generoso y auténtico sentido eclesial, han hecho posible la construcción de esta nueva iglesia, consagrada el pasado 27 de enero, y dedicada a su fundadora, santa María Josefa del Corazón de Jesús.

El ejemplo de esta santa, que vivió animada por un intenso amor a la Eucaristía y a los hermanos que atravesaban dificultades, os sirva de estímulo a vosotras, queridas hermanas, para crecer en la devoción a la Eucaristía y en la acogida de los hermanos ancianos, enfermos y necesitados.

Os sirva de estímulo también a vosotros, queridos parroquianos, para trabajar incesantemente a fin de que vuestro barrio se convierta en un ambiente realmente humano, de forma  que  se reduzcan los peligros de desviación y marginación, que por desgracia son muy generalizados especialmente en las grandes ciudades.

5. La diócesis de Roma recuerda hoy el compromiso en favor de la construcción de nuevas iglesias, y aquí podemos palpar los beneficios que puede aportar a toda la zona un complejo parroquial orgánico. En efecto, en vuestro barrio la iglesia constituye un providencial centro de encuentro, donde os formáis en la escucha de Dios y en el servicio al prójimo; aquí se cultiva un generoso impulso misionero y vocacional, que implica en primer lugar a los jóvenes, con una atención constante a las exigencias locales y a los desafíos mundiales. Ojalá que el meritorio esfuerzo que realiza el Vicariato para dotar a todos los barrios de un centro pastoral bien equipado cuente con la generosa solidaridad de cada parroquia, especialmente de las que disponen de más recursos, así como de las congregaciones, de los institutos religiosos y las instituciones públicas y privadas.

6. "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor" (St 5, 7).

El Adviento nos invita a la alegría, pero, al mismo tiempo, nos exhorta a esperar con paciencia la venida ya próxima del Salvador. Nos exhorta a no desalentarnos, superando todo tipo  de adversidades, con la certeza de que el Señor no tardará en venir.

Esta paciencia vigilante, como subraya el apóstol Santiago en la segunda lectura, favorece la consolidación de sentimientos fraternos en la comunidad cristiana. Al reconocerse humildes, pobres y necesitados de la ayuda de Dios, los creyentes se unen para acoger a su Mesías que está a punto de venir. Vendrá en el silencio, en la humildad y en la pobreza del pesebre, y a quien le abra el corazón le traerá su alegría.

Por tanto, avancemos con alegría y generosidad hacia la Navidad. Hagamos nuestros los sentimientos de María, que esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento en Belén. ¡Feliz Navidad!

 



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