Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT  - RU ]

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Palacio de deportes de Bakú, 
jueves 23 de mayo de 2002

 

1. "Honor a vosotros, que creéis" (1 P 2, 7).

Sí, queridos hermanos y hermanas de la comunidad católica de Bakú, y todos vosotros que provenís de las comunidades católicas de los países vecinos, "honor a vosotros, que creéis". Saludo asimismo a los cristianos de la Iglesia ortodoxa, que se han unido a nosotros en este solemne momento de oración, juntamente con su obispo Alexander. También a ellos les dirijo el saludo del apóstol san Pedro a los primeros cristianos:  "Honor a vosotros, que creéis".

Honor tributa la Iglesia universal a cuantos han sabido mantenerse fieles a los compromisos que brotan de su bautismo. Me dirijo, en particular, a los que viven establemente en este país y han conocido el drama de la persecución marxista, sufriendo las consecuencias de su adhesión fiel a Cristo. Vosotros, queridos hermanos y hermanas, habéis visto vuestra religión escarnecida como fácil superstición, como intento de evitar la responsabilidad del compromiso en la historia. Por esta razón, habéis sido considerados ciudadanos de segunda clase, y habéis sido humillados y marginados de múltiples maneras.

2. "Honor a vosotros, que creéis". Honor a vuestros abuelos y abuelas, a vuestros padres y madres, que han cultivado en vosotros la planta de la fe y la han regado con la oración, permitiéndole crecer y dar fruto. Honor también a ti, quiero repetirlo una vez más, santa Iglesia ortodoxa, que abriste tus puertas a los fieles católicos, los cuales se habían quedado sin redil y sin pastor. El Señor recompense tu generosidad.

Saludo con afecto a los fieles católicos que han venido de los países vecinos para compartir hoy la alegría de sus hermanos y hermanas en Azerbaiyán. Dirijo un saludo particular al superior de la missio sui iuris y a la comunidad salesiana, que colabora con él en la atención a los católicos. Queridos hermanos y hermanas, vosotros sois la prueba viviente de que la fe en Dios obra prodigios. A pesar de ser pocos, de pertenecer a varios grupos étnicos, y de estar esparcidos en un territorio muy vasto, el buen Pastor os ha mantenido unidos.

3. "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen a mí", dice el Señor en el pasaje evangélico que acabamos de proclamar. En verdad, Señor Jesús, tú conocías tus ovejas, incluso cuando eran perseguidas y se veían obligadas a esconderse. Tú las conocías y estabas a su lado para sostenerlas cuando, desanimadas por el duro aislamiento físico y moral, sentían la tentación de dispersarse.

Tus ovejas, por su parte, no han dejado de conocerte y reconocerte, de sentir el consuelo de tu presencia, de seguirte a pesar de la dureza del camino. ¡Qué admirable intercambio! Tú diste tu vida por ellos, y ellos dieron su vida por ti, suplicando que su fe no desfalleciera. Y así como tú has recuperado tu vida, así también la comunidad de los supervivientes, recobrada la libertad, ha redescubierto la alegría de reunirse y celebrar su fe en tu casa, desde la cual ahora sube nuevamente hacia el cielo, como perfume de incienso, la plegaria de alabanza y acción de gracias.

4. Queridos hermanos y hermanas, hijos amadísimos de la Iglesia católica, hoy el Papa está con vosotros. También él conoce vuestros sufrimientos, y os ha llevado a todos en su corazón durante los años de la peregrinación en el desierto de la persecución. Hoy está aquí para participar en vuestra alegría por la libertad recuperada y para sosteneros a lo largo del camino que tiene como meta última la tierra prometida del cielo, donde el Señor de la vida enjugará toda lágrima:  "No habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4).

Sostenidos por esta certeza, sentís que este es tiempo de alegría, tiempo de esperanza. Su signo y manifestación es la piedra de la futura iglesia parroquial, que bendeciré al final de la misa. Agradezco sinceramente al señor presidente de la República el generoso regalo del terreno sobre el que se construirá el nuevo templo.

El Papa os trae el saludo y el aprecio de toda la Iglesia católica. Hoy la mirada de todos está fija en ti, "pequeño rebaño" (Lc 12, 32). ¡No temas! Abre tu corazón, y espera en el Señor. Ya estás experimentando la resurrección, anticipando en cierto sentido el encuentro definitivo con Cristo glorioso.

5. Iglesia que vives en Azerbaiyán, hoy quisiera dejarte como consigna lo que hemos invocado en la oración Colecta de esta eucaristía. Siéntete "pueblo congregado de todas las naciones de la tierra en la unidad de un solo Espíritu".

Queridos hermanos y hermanas, vuestra comunidad expresa simbólicamente esta universalidad, pues está constituida por personas de diversa proveniencia, algunas con un pasado y una perspectiva de estabilidad, otras de paso hacia otras tierras. Todos formamos un solo pueblo, animado por un solo Espíritu. Donde se celebra la Eucaristía, allí está presente la Iglesia "una, santa, católica y apostólica".

Me parece que en este momento la columnata de Bernini, esos brazos que desde la basílica de San Pedro se extienden para abrazar el mundo, llegan idealmente hasta nosotros para estrecharte contra el pecho de Cristo y de su Iglesia también a ti, pequeña comunidad católica de Azerbaiyán. En este abrazo, el corazón de toda la Iglesia vibra de emoción y de amor a ti. Con ella y en ella vibra el corazón del Papa, que ha venido hasta aquí para decirte que te ama y jamás te ha olvidado.

6. ¡Sé fiel a tu misión! Lo fuiste en la prueba, cuando llorando llevabas la semilla para sembrar. Sé fiel ahora en la alegría, mientras te dispones a recoger las gavillas (cf. Sal 125, 6). Tu misión consiste en conservar la fe y en testimoniarla con una vida que sea profecía, para que el mundo crea. Que tus hermanos y hermanas de este país, al mirarte, vean cuánto crees, cuánto esperas y cuánto amas. Este será tu modo de mostrar la presencia del Resucitado. Que tu testimonio, que no puede contar con muchos medios, se imponga por la fuerza de la gracia de Cristo, levadura invisible, pero capaz de fermentar toda la masa.

Comparte las alegrías y las esperanzas de la humanidad que vive a tu lado y contigo:  tú formas parte de ella, y con ella debes esperar y trabajar por un futuro mejor para todos. Aunque con prudencia, ten la valentía de la novedad. También aquí, en esta tierra, hace falta la novedad. No la novedad que trae consigo sólo incertidumbre y precariedad, ¡no! Una novedad que devuelva a todos, especialmente a los jóvenes, el deseo de vivir y luchar por un mundo más justo y solidario.

7. ¡Mira a estos jóvenes! Están expuestos a caer en el espejismo del ocio sin ideales, de la riqueza fácil y deshonesta. Pero son capaces de vibrar por un ideal y llegar hasta el heroísmo del sacrificio para hacer que triunfe la justicia y promover la consolidación de la libertad y la paz. Es preciso enseñarles a no tener miedo a ser audaces. Hay que abrirles la luminosa perspectiva de la fe, de la amistad de Cristo. ¡No existe intrepidez en el bien, que no encuentre comprensión en Cristo, el eternamente joven!

Iglesia que oras, esperas y amas en esta tierra de Azerbaiyán, el Papa invoca sobre ti la bendición del Señor. Llévala a tus pobres, a tus enfermos, a los que sufren. Llévala a todos, como un regalo de gracia y de amor. No olvides jamás que estás llamada a ser levadura y alma, porque el Señor está contigo y te precede en el camino. Amén.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana