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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL «TERCER ENCUENTRO HISPANO DE PASTORAL»

Martes, 20 de agosto de 1985

 

Amados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, agentes de pastoral.
¡Hermanos todos en Cristo Jesús!

Me es sumamente grato enviaros desde Roma mi más cordial y afectuoso saludo con ocasión del “Tercer Encuentro Hispano de Pastoral”.

En los pasados meses habéis reflexionado y orado en vuestras Parroquias y comunidades a lo largo y ancho de los Estados Unidos, sobre los diversos temas de este encuentro que ahora, a nivel nacional, os ve reunidos en Washington D. C. para poner en común vuestras experiencias de vida cristiana y programar la futura acción pastoral compartiendo vuestros logros y dificultades, vuestras ilusiones y esperanzas, unidos en la misma fe y confortados por el amor de Cristo.

El programa de este encuentro que habéis querido centrar en torno a los temas de la evangelización, la educación integral, los jóvenes, la justicia social y el liderazgo, os abre todo un horizonte de exigencias, promesas y retos a los que estáis llamados, en unión con los Pastores, a dar una respuesta desde el Evangelio y de acuerdo con vuestra condición de hijos fieles de la Iglesia.

Me complace ver la actitud alentadora y de apoyo de vuestros Obispos en su Carta Colectiva “La presencia hispana: esperanza y compromiso” cuando afirman: “Al comprometernos a llevar a cabo una labor junto con los hispanos ―y no simplemente en pro de ellos―, aceptamos la responsabilidad de reconocer, respetar y apreciar su presencia como un don . . . Gracias a ella se realiza un valioso servicio a nuestra Iglesia y sociedad” .

Como Sucesor de Pedro, os animo a todos los participantes en este importante encuentro a aunar esfuerzos y pautas de acción pastoral con sentido católico, esto es, universal, de manera que, con la ayuda de la gracia divina, se pueda lograr una más penetrante y fecunda labor evangelizadora en vuestros ambientes sociales, culturales y familiares que son tan ricos en valores humanos y religiosos y que, a la vez, están tan necesitados de Dios.

Que vuestras familias sean pequeñas “iglesias domésticas” que den testimonio de auténtica y profunda fe cristiana, que sean hogares donde se forme a los hijos según los mandamientos del Señor, donde se les inicie en la fe, se les eduque a la castidad, se les prepare a la vida.

A la juventud, que es la esperanza de la Iglesia, quiere el Papa animarla a un compromiso cristiano genuino y sin reservas. Proponed a los jóvenes metas elevadas; educables a los valores morales y espirituales del espíritu por encima de las tendencias egoístas y materialistas; infundidles confianza. Como indicaba recientemente en mi mensaje al Director General de la UNESCO con ocasión del Congreso Mundial de la Juventud celebrado en Barcelona, “solamente infundiéndoles confianza en sí mismos y en los adultos, capacidad de saber esperar, compromiso y sentido de responsabilidad, podemos encaminarlos hacia un futuro que estimule su creatividad y avive su entusiasmo”.

Mirando hacia el futuro, y a las puertas ya del V Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, es consolador saber que las comunidades católicas de raíces hispanas de esta acogedora nación, así como los demás católicos de los diversos países de América Latina, en respuesta generosa al llamado que hice durante mi viaje apostólico a Santo Domingo para señalar el comienzo de la Novena de años, se están preparando a ese magno acontecimiento eclesial con profundo espíritu de agradecimiento al Señor por el inestimable don de la fe. Así, y gracias también a la cooperación cada vez más estrecha y fecunda entre las Iglesias hermanas del Nuevo Mundo y del Viejo Continente, será una gozosa realidad el Reino de Dios en cada uno de vosotros, y la tan deseada “civilización del amor”, aspiración de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, ocupará un puesto determinante en vuestros corazones y en el de la humanidad entera.

Que la Virgen María, cuya fiesta de la Asunción el 15 de agosto está tan presente en el alma de todo católico hispano, interceda ante su divino Hijo para que derrame abundantes gracias durante estas jornadas de reflexión, oración y estudio. En prueba de benevolencia y mientras encomiendo a Dios vuestras intenciones, vuestras personas y seres queridos, os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.

 



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