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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
PARA LA XXX JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES

 

Venerables hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas de todo el mundo:

1. Cristo es el buen pastor, el que "a sus ovejas las llama una por una y... va delante de ellas" (Jn 10, 3-4). Nosotros, su rebaño, conocemos su voz y compartimos su solicitud por reunir a su pueblo para conducirlo por el camino de la salvación.

En esta XXX Jornada mundial de oración por las vocaciones queremos orar con insistencia al Señor para que mande a su Iglesia "obreros del Evangelio". Nuestra oración quiere ser perseverante, rica de esperanza y llena de amor hacia nuestros hermanos y hermanas, a menudo desorientados como ovejas sin pastor.

2. Deseo, ante todo, llamar la atención hacia la urgencia de promover las que podemos llamar "actitudes vocacionales de fondo", que originan una auténtica "cultura vocacional". Esas actitudes son: la formación de las conciencias, la sensibilidad ante los valores espirituales y morales, la promoción y defensa de los ideales de la fraternidad humana, del carácter sagrado de la vida humana, de la solidaridad social y del orden civil. Se trata de lograr una cultura que permita al hombre moderno volverse a encontrar a sí mismo, recuperando los valores superiores de amor, amistad, oración y contemplación. Este mundo, atormentado por transformaciones a menudo lacerantes, necesita más que nunca el testimonio de hombres y mujeres de buena voluntad y, especialmente, de vidas consagradas a los más altos y sagrados valores espirituales, a fin de que a nuestro tiempo no le falte la luz de las más elevadas conquistas del espíritu.

Hoy está muy extendida una cultura que induce a los jóvenes a contentarse con proyectos modestos, que están muy por debajo de sus posibilidades. Pero todos sabemos que, en realidad, en su corazón existe inquietud e insatisfacción ante conquistas efímeras; que existe en ellos el deseo de crecer en la verdad, en la autenticidad y en la bondad; que están a la escucha de una voz que los llame por su nombre. Esta inquietud, por otra parte, es precisamente la señal de la necesidad inalienable de la cultura del espíritu. La pastoral de las vocaciones hoy ha alcanzado tal dimensión histórico-cultural que no sólo pone de manifiesto la crisis, sino también el resurgir de las vocaciones. Es necesario, por tanto, promover una cultura vocacional que sepa reconocer y acoger aquella aspiración profunda del hombre, que lo lleva a descubrir que solo Cristo puede decirle toda la verdad sobre su vida. Él que "ha penetrado de modo único e irrepetible en el misterio del hombre" (Redemptor hominis, 8), "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes, 22): la vida es don totalmente gratuito y no existe otro modo de vivir digno del hombre, fuera de la perspectiva del don de sí mismo. Cristo, buen pastor, invita hoy a todo hombre a reconocerse en esta verdad. La vocación nace del amor y lleva al amor, porque "el hombre no puede vivir sin amor" (Redemptor hominis, 10). Esta cultura de la vocación constituye el fundamento de la cultura de la vida nueva, que es vida de agradecimiento y gratuidad, de confianza y responsabilidad; en el fondo, es cultura del deseo de Dios, que da la gracia de apreciar al hombre por sí mismo, y de reivindicar constantemente su dignidad frente a todo lo que puede oprimirlo en el cuerpo y en el espíritu.

3. Si Cristo "habla a los hombres también como hombre" (Redemptor hominis, 7), adaptándose a las categorías humanas, del mismo modo la Iglesia deberá hablar un lenguaje sencillo y próximo a la sensibilidad de los jóvenes, haciendo uso inteligente de todos lo medios modernos de comunicación social, para que su palabra sea aún más incisiva y más comprendida. Sobre todo, será preciso que la pastoral juvenil sea explícitamente vocacional, y trate de despertar en los jóvenes la consciencia de la "llamada" divina, a fin de que experimenten y gusten la grandeza de la entrega, como proyecto permanente de vida. Además, todo cristiano dará pruebas de que colabora en la promoción de una cultura de las vocaciones, si se esfuerza en su mente y en su corazón por discernir lo que es bueno para el hombre: es decir, si sabe discernir con espíritu crítico las ambigüedades del progreso, los pseudovalores, las asechanzas de las cosas engañosas que algunas civilizaciones hacen brillar ante nuestros ojos, así como las tentaciones de los materialismos o de las ideologías pasajeras.

4. Me dirijo, sobre todo, a vosotros, queridos jóvenes. Dejaos interpelar por el amor de Cristo. Reconoced su voz, que resuena en el templo de vuestro corazón. Acoged su mirada luminosa y penetrante, que abre los caminos de vuestra vida a los horizontes de la misión de la Iglesia, empeñada, hoy más que nunca, en enseñar al hombre su verdadero ser, su fin, su destino, y en revelar a las almas fieles las inefables riquezas de la caridad de Cristo. No tengáis miedo de la radicalidad de sus exigencias, porque Jesús, que os amó primero, está dispuesto a daros todo cuanto os pide. Si os exige mucho, es porque sabe que podéis dar mucho. Jóvenes, echad una mano a la Iglesia para conservar joven el mundo. Responded a la cultura de la muerte con la cultura de la vida.

A vosotros, obispos de la Iglesia de Dios, os pido que reforcéis el tejido social de la comunidad cristiana mediante la evangelización de la familia; que ayudéis a los laicos a infundir en el mundo juvenil los valores de la coherencia, de la justicia y de la caridad cristiana.

Me dirijo, también, a todos aquellos que, por diversos títulos, están llamados a definir y profundizar la cultura vocacional: a los teólogos, para que esa cultura tenga ante todo un sólido fundamento teológico; a los responsables de los medios de comunicación social, para que sepan entrar en diálogo con los jóvenes; a los educadores, para que sepan dar respuestas a sus aspiraciones y a su sensibilidad; a los directores espirituales, para que ayuden a cada uno a reconocer la voz que lo llama por su nombre. Me dirijo, en fin, a los que ya estáis consagrados al Señor y, especialmente, a vosotros, sacerdotes: habiendo ya oído y reconocido la llamada del buen Pastor, prestad vuestra voz a Aquel que también hoy llama a muchos a seguirle. Dirigíos a vuestros jóvenes, haciéndoles sentir la hermosura del seguimiento del Señor y acompañándoles a lo largo del camino, difícil a veces, de la vida, sobre todo testimoniando con vuestra vida la alegría de estar al servicio de Dios.

5. Y ahora oremos juntos:

Señor Jesucristo,
Pastor bueno de nuestras almas,
tú que conoces a tus ovejas
y sabes cómo llegar al corazón del hombre,
abre la mente y el corazón de los jóvenes,
que buscan y esperan
una palabra de verdad para su vida;
hazles sentir que sólo en el misterio de tu encarnación
pueden encontrar plena luz;
da valor a los que saben dónde encontrar la verdad,
pero temen que tu llamada sea demasiado exigente;
sacude el alma de los jóvenes que quisieran seguirte,
pero no saben vencer las dudas y los miedos,
y acaban por escuchar otras voces
y seguir otros callejones sin salida.
Tú, que eres la Palabra del Padre,
Palabra que crea y salva,
Palabra que ilumina y sostiene los corazones,
vence con tu Espíritu las resistencias
y vacilaciones de los espíritus indecisos;
suscita en aquellos a quienes llamas
valor para dar la respuesta de amor: "¡Heme aquí, envíame!" ( Is 6, 8).

Virgen María,
joven hija de Israel,
ayuda con tu amor maternal a los jóvenes
a quienes el Padre dirige su Palabra;
sostén a los que ya están consagrados.
Que repitan, como tú,
el sí de una entrega gozosa e irrevocable.
Amén.

Con mi bendición apostólica.

Castelgandolfo, 8 de septiembre de 1992, Natividad de la bienaventurada Virgen María.

JOANNES PAULUS PP. II



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