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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
PARA LA XXIV JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES

 

Venerables hermanos en el Episcopado,
queridísimos hermanos y hermanas del mundo entero:

El próximo domingo, 10 de mayo, la Iglesia universal celebrará la XXIV Jornada mundial de Oración por las Vocaciones.

Es ésta una ocasión que se ofrece, una vez más, a toda la comunidad cristiana y a cada uno de los bautizados para orar y trabajar por el incremento de las vocaciones a los ministerios ordenados, a la vida misionera, a la profesión de los consejos evangélicos.

Con el presente Mensaje deseo dirigirme particularmente a los cristianos laicos y encarecerles el compromiso y la responsabilidad a que les llama ya el próximo Sínodo de los Obispos que, dentro de pocos meses, como es sabido, estudiará el tema: "Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo veinte años después del Concilio Vaticano II".

"Mirad vuestra vocación" (1 Cor 1, 26).

1. El Señor Jesús, al fundar la Iglesia, "constituyó a unos apóstoles, a otros profetas; a éstos, evangelistas; a aquéllos, pastores y doctores, para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo" (Ef 4, 11-12).

Todos en la Iglesia hemos recibido una vocación. La atención a la misma no debe limitarse a la esfera personal, sino a contribuir también al desarrollo de otras vocaciones. Las diferentes vocaciones son entre sí complementarias y todas convergen en la única misión.

"En la medida del don de Cristo" (Ef 4, 7).

2. Por esto me dirijo en especial a los padres cristianos, que tienen una misión de primer orden en la Iglesia y en la sociedad. Efectivamente, donde germinan y brotan vocaciones sacerdotales y religiosas las más de las veces, es sobre todo en la familia. No en vano el Concilio llama a la familia "primer seminario", recomendando que en ella se creen las condiciones favorables para su desarrollo (cf. Optatam totius, 2).

Ciertamente entre los servicios que los padres pueden prestar a sus hijos ocupa el primer lugar el de ayudarles a descubrir y a vivir la llamada que Dios les hace sentir, incluida la "sagrada" (cf. Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 53).

Queridos padres cristianos: Si el Señor os implica, en su designio de amor, llamando a un hijo vuestro o a una hija, sed generosos y consideraos muy honrados. La vocación sacerdotal o religiosa es un don especial de la familia y, al mismo tiempo, un don a la familia.

La Iglesia espera mucho, también, de todos los que tienen responsabilidad en el campo de la educación juvenil.

Hago un llamamiento particular a los catequistas, hombres y mujeres que desarrollan su importante actividad en la comunidad cristiana. Quisiera recordar a este propósito, cuanto he escrito en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis: "En lo que se refiere por ejemplo a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de la adolescencia" (Catechesi tradendae, 39).

Grande es también la aportación que pueden dar a las vocaciones los maestros y todos los laicos comprometidos en la escuela, en especial en la católica, que en todas las partes del mundo acoge innumerables legiones de jóvenes.

La escuela católica debe constituir una comunidad educativa capaz de proponer no sólo un proyecto de vida humano y cristiano, sino también los valores de la vida consagrada.

Además, los Movimientos, los Grupos y las Asociaciones católicas, tanto a nivel central como a nivel local, deben distinguirse por un empeño coherente y generoso en el campo vocacional. En la medida en que se abran a los intereses de la Iglesia universal, crecerán cada vez más y verán florecer en el seno de sus grupos tantas vocaciones consagradas que serán el testimonio evidente de su vitalidad y madurez cristianas.

Por consiguiente se debe considerar pobre una comunidad eclesial que carezca del testimonio de las personas consagradas.

"Rogad al Dueño de la mies..." (Mt 9, 38).

3. Ante el fenómeno del bajo número de los que se consagran al sacerdocio y a la vida religiosa, no podemos permanecer pasivos, sin hacer nada de cuanto esté en nuestras posibilidades. Ante todo podemos hacer mucho con la oración. El mismo Señor nos recomienda: "Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (cf. Mt 9, 38; Lc 10, 2).

La oración por las vocaciones al. sacerdocio y a la vida consagrada es un deber de todos y un deber de siempre. El futuro de las vocaciones está en las manos de Dios, pero en cierto sentido también está en nuestras manos. La oración es nuestra fuerza: con ella las vocaciones no faltarán, ni la voz divina dejará de ser escuchada. Oremos al Maestro para que ninguno se sienta ajeno o indiferente a esta voz, antes al contrario, se interrogue a sí mismo y mida su propia capacidad, o mejor, redescubra sus propias reservas de generosidad y de responsabilidad. Ninguno se sustraiga a este deber.

Oremos así al Divino Redentor:

Señor Jesús,
como llamaste un día a los primeros discípulos
para hacerles pescadores de hombres,
continúa también haciendo resonar hoy
tu dulce invitación: ¡Ven y sígueme!
Da a los jóvenes y a las jóvenes
la gracia de responder prontamente a tu voz.
Sostén en sus fatigas apostólicas
a nuestros obispos, sacerdotes y personas consagradas.
Da perseverancia a nuestros seminaristas
y a todos los que están realizando un ideal de vida
totalmente consagrado a tu servicio.

Despierta en nuestra comunidad el empeño misionero.
Manda, Señor, operarios a tu mies
y no permitas que la humanidad se pierda
por falta de pastores, de misioneros,
de personas entregadas a la causa del Evangelio.

María, Madre de la Iglesia,
modelo de toda vocación,
ayúdanos a decir "sí" al Señor que nos llama
a colaborar en el designio divino de salvación. Amén.

Con la confianza de que el Señor acoja nuestras súplicas, invoco la abundancia de los favores celestiales sobre todos vosotros, venerables hermanos en el Episcopado, sobre los sacerdotes, los religiosos y religiosas y sobre todos los fieles, e imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, del año 1987, IX de nuestro pontificado.

 

JOANNES PAULUS PP. II



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