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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
PARA LA III JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

«Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5)

 

Queridísimos jóvenes:

Escuchad a María

1. Una vez más, me dirijo a vosotros para anunciaros la próxima Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en vuestras diócesis el Domingo de Ramos de 1988. Dicha Jornada tendrá, esta vez, un carácter muy especial, ya que en toda la Iglesia se está viviendo el Año Mariano inaugurado el Domingo de Pentecostés y cuya clausura celebraremos el 15 del próximo mes de agosto, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María.

Al final del segundo milenio de la era cristiana, en un momento crítico de la historia de nuestro mundo desgarrado por múltiples y difíciles problemas, el Año Mariano constituye, para todos nosotros, un don especial. En este año, María se presenta bajo una nueva luz, come una Madre cuyo corazón rebosa de amor, tierno y sensible, y como una Educadora que nos precede en el camino de la fe, indicándonos cuál es el camino de la vida. Por eso, el Año Mariano es un año en el que, de modo especial, se escucha a María. Y en este Año Mariano, es María a quién escucharéis en vuestra próxima Jornada Mundial: ¡esta vez, es María la que os convoca, jóvenes! Ella os da la cita porque tiene mucho para deciros. Estoy seguro que, guiados por vuestros Obispos, como en los años pasados, participaréis activamente en la celebración de la Jornada Mundial de 1988.

Un sí profundo al Señor

2. El punto central de la Jornada Mundial de la Juventud, pues, será María, Virgen y Madre de Dios. ¿Qué nos dirá María, nuestra Madre y Maestra? En el Evangelio, encontramos una frase en la que María se manifiesta realmente come Maestra. Es la frase que pronunció en las Bodas de Caná de Galilea. Después de haber dicho a su Hijo: «No tienen vino», dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».

Y éstas son las palabras que he querido escoger como hilo conductor de la Jornada Mundial de 1988. Encierran un mensaje muy importante, válido para todos los hombres de todos los tiempos. «Haced lo que Él os diga» significa: escuchad a Jesús, mi Hijo; actuad según su palabra y confiad en Él. Aprended a decir «Sí» al Señor en cada circunstancia de vuestra vida. Es un mensaje muy reconfortante, del cual todos tenemos necesidad.

«Haced lo que Él os diga». En estas palabras, María expresa sobre todo el secreto más profundo de su vida. En estas palabras, está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y de confianza. María, llena de gracia, Virgen inmaculada, ha vivido toda su existencia, completamente disponible a Dios, perfectamente en acuerdo con su voluntad, incluso en los momentos más difíciles, que alcanzaron su punto culminante en el Monte Calvario, al pie de la Cruz. Nunca ha retirado su «Sí», porque había entregado toda su vida en las manos de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc, 1,38). Al respecto, os recuerdo lo que destaca la Encíclica Redemptoris Mater: «En efecto, en la Anunciación, María se ha abandonado en Dios completamente, manifestando "La obediencia de la fe" a aquél que le hablaba a través de su mensajero y prestando "el homenaje del entendimiento y de la voluntad". Ha respondido, por tanto, con todo su "yo" humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre» y una disponibilidad a la acción del Espíritu Santo que "perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones"» (Redemptoris Mater, n.13).

«Haced lo que Él os diga». Esta breve frase contiene todo el programa de vida que María-Maestra realizó como primera discípula del Señor y que nos enseña en nuestros días. Es el programa de una vida que se apoya en un fundamento sólido que tiene como nombre: Jesús.

Buscando el sentido de la vida

3. Podemos constatar que el mundo en el que vivimos atraviesa momentos de crisis. Una de las más peligrosas es la pérdida del sentido de la vida. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de la vida; buscan sucedáneos en un consumismo desenfrenado, en la droga, el alcohol y el erotismo. Buscan la felicidad, pero el resultado de esta búsqueda es una profunda tristeza, un vacío y, muy a menudo, la desesperación.

En esta situación, muchos jóvenes se plantean interrogantes fundamentales: ¿Cómo vivir mi vida de modo que no la arruine? ¿Sobre qué cimientos construir mi vida para que sea verdaderamente bien lograda? ¿Qué debo hacer para dar un sentido a mi vida? ¿Cómo debo comportarme en las situaciones complejas y difíciles que a veces se viven en mi familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, con los amigos?... Son interrogantes, a veces, dramáticos, que ciertamente, también hoy, muchos de vosotros se plantean.

Vosotros todos, estoy seguro, queréis establecer vuestra vida sobre fundamentos sólidos, capaces de resistir las adversidades que no pueden faltar: queréis fundarla sobre la roca. Entonces, de frente a vosotros, esta María, la Virgen de Nazaret, la humilde sierva del Señor que os muestra a su Hijo diciendo: «Haced lo que Él os diga»; es decir, escuchad a Jesús, obedeced a Jesús, a sus mandamientos, confiad en Él. Éste es el único programa de vida para realizarse auténticamente y ser feliz. Ésta es la sola fuente que le da un sentido profundo a nuestra vida.

El año pasado, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, habéis meditado en torno a las palabras de San Juan: «Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (1Jn 4,16). Y este año, María os explica, queridos jóvenes, lo que significa creer en Dios y amar a Dios. La fe y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia, a la luz del Evangelio. Creer en Dios y amar a Dios significa comprometerse a hacer siempre lo que Jesús nos dice en las Escrituras y lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia. Y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, ésta es la única vía para edificarse una vida bien lograda y plena.

Esto es lo que María nos enseña en las Bodas de Caná, enseñanza que queremos profundizar y acoger plenamente en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud de 1988.

¡Queridísimos jóvenes!, os invito a todos a participar en este acontecimiento importante. Venid y escuchad a la Madre de Jesús, ¡vuestra Madre y vuestra Maestra!

Meditad sobre la vida de María

4. Para que no se reduzca a una mera manifestación exterior y efímera, la Jornada Mundial de la Juventud requiere un camino de honda preparación –a nivel de la diócesis, de la parroquia, de vuestros grupos, movimientos y asociaciones juveniles– y, de modo particular, durante la Cuaresma.

Por tanto, os invito a todos a recorrer este camino de preparación espiritual para acoger lo mejor posible tanto la gracia del Año Mariano, cuanto el don de la Jornada Mundial de la Juventud de este año.

Meditad sobre la vida de María. Meditadla, sobre todo vosotras, ¡jóvenes! Para vosotras, pues, la Virgen inmaculada es un modelo sublime de mujer consciente de su propia dignidad y de su alta vocación. Meditadla también vosotros, ¡jóvenes! Escuchando las palabras que María pronunció en Caná de Galilea: «Haced lo que Él os diga», tratad de construir vuestra vida, desde el principio, sobre el sólido fundamento que es Jesús. Os deseo que vuestra meditación sobre el misterio de María os lleve a imitarla en su vida: aprended de ella a escuchar y a poner en práctica la Palabra de Dios (cfr. Jn 2,5), aprended de ella a permanecer cerca del Señor, aunque ello pueda costaros mucho (cfr. Jn 19,25).

Os deseo que vuestra meditación sobre el misterio de María os lleve también a rezarla con confianza en el Rosario. ¡Tratad de descubrir la belleza del Rosario! ¡Que esta oración os vaya acompañando cada día de vuestra vida!

Termino ahora este Mensaje saludándoos de todo corazón, jóvenes de todo el mundo. Quiero que sepáis que os recuerdo a cada uno en mi oración.

A lo largo de todo vuestro camino de preparación espiritual que os llevará a la Jornada Mundial de la Juventud de 1988 y durante su celebración en vuestras diócesis, os acompañe mi bendición apostólica.

Desde el Vaticano, 13 de diciembre de 1987, tercer Domingo de Adviento.

IOANNES PAULUS PP. II



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