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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE OBREROS Y OBRERAS DE GÉNOVA


Lunes 2 de abril de 1979

 

Mis queridos hermanos y hermanas:

No puedo ocultar mi gran alegría y mi profundo consuelo al daros la cordial bienvenida, obreros y obreras del vicariato foráneo primero de Génova-San Pier d'Arena: mientras preparaba para vosotros estas ideas que ahora quiero confiaros, ya estaba cercano a vosotros con el corazón y os he esperado vivamente.

Por eso, vaya mi cordial saludo a todos vosotros, y en particular a vuestro venerado e infatigable arzobispo, cardenal Giuseppe Siri, que junto con mons. Berto Ferrari, vicario episcopal para el mundo del trabajo, os han acompañado aquí.

Os quedo agradecido por esta visita y por vuestro devoto homenaje que aprecio mucho porque es reflejo de un testimonio cristiano proveniente de la tierra ligur, rica no sólo en raras bellezas naturales, sino también y sobre todo en antiguas y sólidas tradiciones religiosas, así como en reconocidas virtudes humanas.

Al acogeros con corazón paterno que se abre a todos y con todos comparte aspiraciones, temores y esperanzas, deseo dejaros, como recuerdo de este encuentro familiar, algunas reflexiones y exhortaciones.

1. La primera idea, en este sagrado tiempo de Cuaresma que ya tiende a su fin con la celebración de los acontecimientos centrales de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, no puede ser otra que una invitación a buscar a Jesús. Sea vuestra vida una búsqueda continua, sincera, del Salvador, sin cansaros jamás, sin abandonar nunca la empresa, aunque en algún momento se hiciera oscuridad en vuestro espíritu, las tentaciones os acometieran y el dolor y la incomprensión os estrujaran el corazón. Son cosas éstas que forman parte de la vida de aquí abajo, son inevitables: pero incluso pueden hacer bien porque ayudan a madurar nuestro espíritu. Pero no debéis volver nunca atrás, aun cuando os pareciera que la luz de Cristo, "Luz de los pueblos", se vaya debilitando; al contrario, continuad la búsqueda con fe renovada y con gran generosidad.

Profundizad en el conocimiento de Jesús, escuchando la palabra de los ministros del Señor y leyendo alguna página del Evangelio. Tratad de descubrir dónde está El, y en todos podréis encontrar algo particular que os lo indique, que os diga dónde habita; preguntádselo a las almas bondadosas, a las penitentes, a las generosas, a las humildes y escondidas; preguntádselo a vuestros hermanos, de cerca y de lejos, porque en cada uno encontraréis algo que os señale a Jesús. Preguntádselo sobre todo a vuestra alma y a vuestra conciencia, porque ellas os podrán indicar de modo inconfundible la huella de su camino, la impronta de su paso, el vestigio de su poder y de su amor. Pero preguntádselo humildemente, es decir, que vuestra alma esté dispuesta a ver, fuera de sí, lo que Dios ha sembrado de su bondad en las criaturas. Buscarlo cada día quiere decir poseerlo cada día un poco más, y a la vez ser admitidos un poco a la intimidad con El; y entonces podréis entender mejor el sonido de su voz, el significado de su lenguaje, el porqué de su venida a la tierra y de su inmolación en la cruz.

2. Os diré también, como segunda consigna, ¡tened confianza! Esta palabra "confianza" ensancha los pulmones y da alas al corazón, da un alivio sin medida, es algo como salir de una pesadilla. Nuestra edad está marcada en gran parte por la angustia y el temor, por ansiedades y miedos. La confianza se contrapone a cuanto os inquieta: ya que es, realmente, serenidad en el compromiso, intrepidez superior en las contrariedades, promesa en la misteriosa, pero operante, ayuda que la Providencia a nadie niega. La confianza encuentra su máxima expresión en las palabras pronunciadas por Cristo en la cruz: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu" (Lc 23, 46). En medio de tantas y tantas dificultades, la confianza os sostiene y os hace elevar la mirada al cielo para decir al Padre que, cuando habéis hecho todo, haga El lo que todavía falta.

3. Finalmente, sed artífices de concordia y de paz. En este tiempo caracterizado, en tan gran parte, por las divisiones sociales y por tantas formas de violencia, es necesario que deis testimonio ante el mundo de fraternidad cristiana en el ambiente donde vivís y trabajáis. Es necesario un compromiso decidido por la construcción de un mundo más humano, más justo, más solidario. Con esto no se quiere negar la legítima defensa de los derechos inalienables, como tampoco la promoción económica y social de los trabajadores menos favorecidos y menos retribuidos, y especialmente de los más humildes, más pobres, más necesitados y más oprimidos. Aún más, aprovecho gustosamente esta ocasión para deplorar, de nuevo, situaciones que no corresponden a la dignidad humana y cristiana, en las que por desgracia se encuentran tantos trabajadores a causa de la desocupación o de fatigas extenuantes hasta el límite de lo que se puede soportar. Frecuentemente la técnica moderna ha venido a ser, en vez de instrumento de promoción, mecanismo destinado a aplastarlo hasta privarlo tal vez de sus atributos más sagrados e intangibles. Como ya he aludido en la reciente Encíclica: "El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral y de la ética" (Redemptor hominis, 15).

Querría que al regresar a vuestras casas, a vuestras familias y a vuestro puesto de trabajo, llevaseis a todos vuestros seres queridos y a todos vuestros colegas mi saludo y mi bendición: decid a todos que los llevo en el corazón y que los encomiendo en la oración a Dios y a la Santísima Virgen, tan venerada por todos los verdaderos genoveses bajo el título de Nuestra Señora de la Guardia, en su célebre santuario de Val Polcevera. Bajo su "guardia" pongo ahora vuestras aspiraciones, vuestros sufrimientos y vuestras fatigas, mientras de todo corazón imparto la propiciadora bendición apostólica.



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