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 DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 24 de febrero de 1979

 

Señor Embajador, 

Con profundo agrado he escuchado las palabras que Vuestra Excelencia ha pronunciado al presentar les Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede. Reciba ante todo mi más cordial bienvenida. 

Vuestra Excelencia acaba de aludir a la tarea desarrollada por la Iglesia en favor de la paz. Ciertamente se trata de una causa a la que la Iglesia y la Santa Sede han consagrado y continuarán consagrando sus mejores energías, para que ese incalculable bien preside la convivencia al interior de les Naciones y en la comunidad internacional. Es un objetivo que, siguiendo a mis venerados Predecesores, he hecho también mío. Por eso, como dije en fecha reciente, la Iglesia “ desea estar al servicio de la paz no por medio de actividades políticas, sino impulsando los valores y principios que son condición para la paz y el acercamiento humano, y están a la base del bien común internacional ”.  

Me complace saber que el pueblo de Costa Rica se esfuerza eficazmente por cultivar estos valores y principios que promueven y defienden la paz. 

Otro punto al que Vuestra Excelencia ha hecho referencia es el del respeto de los derechos humanos en la sociedad actual. Un tema que en el presente período de la historia de la humanidad se hace cada vez más apremiante, como elemento insustituible del orden social, que ha de regirse por les exigencias que dimanan de la dignidad de les personal, individual y colectivamente consideradas. 

A este respecto, son claras les enseñanzas del Concilio Vaticano Segundo: “ Pertenece esencialmente a la obligación de todo poder civil proteger y promover los derechos inviolables del hombre ”, La Iglesia, en su doctrina y en su quehacer evangelizador, no olvida, antes bien pone todo su empeño en que todos los hombres (sin distinción de raza, cultura, religión y clase social) vean respetados sus derechos como personal y como depositarios de una vocación trascendente a la que Dios les ha llamado, y que por tanto ninguna persona ni poder humano puede suprimir o ignorar. 

Al servir esta causa, la Iglesia es bien consciente de servir la causa del hombre. Con esta convicción, desde el principio de mi Pontificado he insistido en esa línea, para lograr que el hombre llegue a la justa libertad en la verdad; una verdad sobre el ser humano, sobre la sociedad, sobre su destino. Es la causa de la dignificación humana, sobre la que he llamado la atención en la tercera parte de mi discurso de apertura de los trabajos de la reciente Conferencia de Puebla, y que el Episcopado Latinoamericano ha recogido en el Documento conclusivo. Objetivos, éstos, que estoy seguro harán suyos les Autoridades y pueblo de Costa Rica, de acuerdo con la tradición cristiana y humanista que quieren perseguir. 

Que la Virgen Santísima de los Ángeles, tan venerada en Costa Rica, interceda para que se conviertan en una espléndida realidad estos objetivos. 

Señor Embajador, 

Antes de concluir este nuestro primer encuentro, deseo asegurarle mi constante y benévola ayuda en la promoción de tales ideales y en el desempeño de la alta misión que hoy inicia. Quiera hacerse intérprete ante el Señor Presidente, les Autoridades y pueblo de Costa Rica del más deferente y cordial recuerdo del Papa, quien pide a Dios conceda a tan noble Nación sus mejores bendiciones en el camino de la paz, de la convivencia, de la búsqueda de siempre más altas mesas humanas y cristianas. 


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. II, 1979 pp. 448-449.

L’Attività della Santa Sede 1979 p.146.

L'Osservatore Romano 25.2.1979 pp.1, 2.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.9, p.11.

 



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