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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL GRAN MAESTRE Y MIEMBROS DEL CONSEJO
DE LA SOBERANA ORDEN MILITAR DE MALTA


Lunes 9 de julio de 1979

 

Ilustrísimos señores:

He escuchado con vivo placer las nobles palabras pronunciadas, en nombre de todos vosotros, por el Gran Maestre de la Orden, al que quiero dar las gracias, mientras le saludo con viva cordialidad igual que a todos vosotros y a cuantos aquí dignamente representáis.

Con este encuentro de hoy, tomo contacto por primera vez, desde que fui elegido para la Cátedra de Pedro, con los responsables miembros de una antigua e ilustre institución cristiana y católica como es la Soberana Orden Militar de Malta, puesta bajo la especial protección de San Juan Bautista.

Quiero manifestaros, por tanto, mi sincera alegría al acogeros en esta casa del Pastor común de la Iglesia universal, en la que os distinguís no sólo por la historia prestigiosa de la Orden, sino también por el testimonio concreto de vuestro peculiar compromiso cristiano. En vuestra presencia de hoy, efectivamente, me complace ver un acto filial de devoto homenaje y firme fidelidad a la Sede Apostólica, pero también, y más todavía, una clara señal de renovada ansia por un cada vez más profundo empeño en una vida evangélicamente dedicada al mayor bien de la Iglesia de todos los hermanos.

Conozco la difusión en el mundo la eficaz labor realizada por la Orden de Malta durante los últimos tiempos en el campo de diversas iniciativas asistenciales y especialmente en el importante sector del servicio hospitalario. Por todo lo que hacéis en este ámbito de actividades os doy las gracias de todo corazón. Creo que todos vuestros esfuerzos se colocan en la línea de realización de lo que he escrito en mi Carta Encíclica Redemptor hominis, cuando decía que "el hombre, en la plena verdad de su existencia... es el primer y funda mental camino de la Iglesia, camino trazado por el mismo Cristo, camino que inmutablemente pasa a través del misterio de la Encarnación y de la Redención" (núm. 14). Por tanto, todo cuanto vuestra familia haga para servir y promover ulteriormente al hombre en nombre de Cristo, será ciertamente bendecido por el Señor, de acuerdo con esta palabras suyas: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a Mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Y en esto precisamente consiste el más hermoso título de gloria de la Orden de Malta, que se añade a los ya conseguidos en siglos pasados e incluso los supera con la fuerza luminosa del máximo mandamiento evangélico.

Mi palabra, al llegar aquí, no puede hacer otra cosa que animaros insistentemente a que prosigáis en ese camino maestro de la Iglesia, que es el mismo camino recorrido por Cristo, el cual se ofreció a Sí mismo por la salvación de todos los hombres. "Y —como nos asegura San Pablo— poderoso es Dios para acrecentar en vosotros todo género de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en toda buena obra, según que escrito: 'Con largueza repartió, dio a los pobres; su justicia permanecerá para siempre' "(2 Cor 9, 8-9).

En prenda de estos votos, me complazco en conceder una especial bendición apostólica al Gran Maestre, a los dirigentes y a todos los miembros de la Soberana Orden de Malta, extendiéndola también a todos sus seres queridos.

 



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