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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS SEMINARISTAS Y NOVICIOS


Santuario de Jasna Góra
Miércoles 6 de junio de 1979

 

1. ¡Queridísimos míos! El Evangelio que más veces oímos leer cuando estamos presentes aquí en Jasna Góra, es el que nos recuerda las bodas de Caná de Galilea. San Juan, como testigo ocular, describió en todos sus detalles aquel acontecimiento que tuvo lugar en los comienzos de la vida pública de Cristo Señor. Es el primer milagro —primer signo de la fuerza salvífica de Cristo—realizado en presencia de su Madre y de sus primeros discípulos, futuros Apóstoles. También vosotros os habéis reunido aquí como discípulos de Cristo Señor. Cada uno de vosotros se ha hecho su discípulo a través del santo bautismo, que obliga a una sólida preparación de nuestros entendimientos, de nuestras voluntades, de nuestros corazones. Esto se realiza mediante la catequesis, primero en nuestras familias, después en la parroquia. Mediante la catequesis profundizamos cada vez más en el misterio de Cristo y descubrimos en qué consiste nuestra participación en él. La catequesis no es solamente aprender nociones religiosas, sino introducirnos en la vida de participación en el misterio de Cristo. De modo que, conociéndole a El —y conociendo, a través de El, también al Padre: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 9)— nos convertimos, por el Espíritu Santo, en partícipes de la nueva vida que Cristo dio a cada uno de nosotros ya desde el bautismo y ha reafirmado después en la confirmación.

2. Esta nueva vida que Cristo nos da es nuestra vida espiritual, nuestra vida interior. Nos descubrimos, por tanto, a nosotros mismos; descubrimos en nosotros al hombre interior, con sus cualidades, talentos, nobles deseos, ideales; pero descubrimos también las debilidades, los vicios, las malas inclinaciones: egoísmo, orgullo, sensualidad. Sabemos perfectamente que los primeros de esos aspectos de nuestra humanidad tienen que ser desarrollados y reforzados y que, en cambio, los otros han de ser superados, convertidos, transformados. De ese modo —en el vivo contacto con el Señor Jesús, en el contacto del discípulo con el Maestro—, comienza y se desarrolla la más sublime actividad del hombre: el trabajo sobre sí mismo, que tiene como fin la formación de la propia humanidad. En nuestra vida nos preparamos para realizar diversos trabajos en una u otra profesión; en cambio, el trabajo interior tiende únicamente a formar el hombre mismo: ese hombre que es cada uno de nosotros. Este trabajo es la más personal colaboración con Jesucristo, semejante a la que se verificó en sus discípulos cuando les llamó a la intimidad con El.

3. El Evangelio de hoy habla del banquete. Sabemos bien que el Divino Maestro, al llamarnos a colaborar con El —colaboración que nosotros, como discípulos suyos, aceptamos para convertirnos en sus apóstoles—, nos invita como en Caná de Galilea. El prepara, en efecto, ante nosotros, como han descrito de modo expresivo y simbólico los Padres de la Iglesia, dos mesas: la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía. El trabajo que asumimos para nosotros mismos consiste en acercarnos a esas dos mesas para participar en ellas a manos llenas. Sé bien lo numerosos que son en Polonia los jóvenes, chicos y chicas, que con gozo, con confianza, con íntimo deseo de conocer la verdad y encontrar el amor puro y hermoso, se acercan a la mesa de la Palabra de Dios y a la mesa de la Eucaristía. Con ocasión de este nuestro encuentro de hoy, deseo subrayar el gran significado de las diversas formas de ese trabajo creativo, que nos permite encontrar el profundo valor de la vida, la verdadera fascinación de la juventud, viviendo en la intimidad con Cristo Maestro, en su gracia santificante. Se descubre de ese modo que la vida humana, en cuyos umbrales se encuentran todavía los jóvenes, tiene un sentido muy rico y que esa vida —siempre y en todo lugar— es una libre y consciente respuesta a la llanada de Dios, es una vocación claramente definida.

4. Algunos de vosotros han descubierto que Cristo les llama de modo especial a su exclusivo servicio y quiere verles en el altar como ministros suyos, o también en el camino de la consagración evangélica mediante los votos religiosos. Este descubrimiento de la vocación va seguido de una particular tarea de preparación durante varios años, la cual se realiza en los seminarios eclesiásticos o en los noviciados religiosos. Estas instituciones —beneméritas en la vida de la Iglesia— no dejen jamás de atraer a las almas juveniles, dispuestas a entregarse únicamente al Redentor, para que se cumpla lo que vosotros cantáis tan espontáneamente: "Ven conmigo a salvar el mundo, estamos ya en el siglo veinte...". Recordaos lo que yo gozo con cada vocación sacerdotal o religiosa, como un don especial de Cristo Nuestro Señor a la Iglesia, al Pueblo de Dios, como testimonio singular de la vitalidad cristiana de nuestras diócesis, parroquias y familias. Y hoy aquí, junto a vosotros, confío cada joven vocación a Nuestra Señora de Jasna Góra y se la ofrezco como un bien particular.

5. Durante el banquete de Caná de Galilea, María pidió a su Hijo la primera señal en favor de los jóvenes esposos y de los dueños de la casar Que María no deje de rogar por vosotros, por toda la juventud polaca, por la juventud de todo el mundo, a fin de que en vosotros se manifieste el signo de una nueva presencia de Cristo en la historia. Y vosotros, queridísimos míos, recordad bien esas palabras que la Madre de Cristo pronunció en Caná, dirigiéndose a los hombres que debían llenar las vasijas de agua. Dijo entonces indicando a su Hijo: "Haced lo que El os diga" (Jn 2, 5).

También a vosotros os dice lo mismo. Aceptad esas palabras.

Recordadlas.

¡Ponedlas en práctica!



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