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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL LLEGAR A ROMA

Aeropuerto de Ciampino
Domingo 10 de junio de 1979

 

Señor Presidente del Consejo de Ministros, acoja mi aprecio agradecido por las nobles palabras con que me ha presentado la bienvenida, también en nombre del Gobierno y de toda la nación, a mi regreso a la tierra de Italia.

El Papa ha visitado la tierra nativa, donde vino a la luz del sol y de la fe, donde se consagró a Cristo y a la Iglesia, y ahora regresa a su Sede, allí donde el Señor lo ha puesto para guiar y confirmar a sus hermanos, a Roma, ciudad providencialmente elegida para ser morada del Vicario de Cristo mismo. Doy gracias a Dios por haber podido ver de nuevo Polonia, tierra bendita y fecunda, en la que he hundido mis raíces de hombre, de sacerdote, de obispo, extrayendo linfas ricas y vitales; le doy gracias con fervor vivísimo por haberme traído de nuevo aquí, donde mi espíritu quiere identificarse y confundirse, cada día más, con la misión universal que me ha sido confiada. Una patria, la natal, ha preparado y envía de nuevo a la otra, más grande, católica. que abraza, como mi servicio, a todo el mundo.

Me siento feliz al poder expresar en esta hora la profunda, inefable alegría de mi corazón, por haber podido tomar parte en las celebraciones centenarias del martirio de San Estanislao: Warszawa (Varsovia), Gniezno, Czestochowa, Kraków (Cracovia), etapas de mi peregrinación, han constituido otros tantos momentos de comunión gozosa, de amistad, de diálogos constructivos y, sobre todo, de elevación de la misma plegaria. Las emociones íntimas y profundas de los diversos encuentros se han soldado armoniosamente entre sí en mi corazón, enriqueciéndolo con una nueva, grata experiencia que es pura gracia del Altísimo.

Tengo ante los ojos el ondear atento, pacífico, orante de muchedumbres de hermanos, de hijos, de compatriotas, que han querido tributar el afecto más devoto al hijo de la misma tierra, pero, ante todo, a la Cabeza visible de la Iglesia, al Sucesor de Pedro. La fe de Polonia es realidad viva y vibrante, de la que querría haceros partícipes, conteniendo ella —como todas las expresiones auténticas de fe— un mensaje de optimismo y esperanza: "Cristo ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre El" (Rom 6, 9). Esta afirmación cierta de Pablo, con la que terminé mi saludo a los fieles polacos en la catedral ele Warszawa, la transmito ahora a vosotros y, por medio ele vosotros, a la querida Roma y a Italia, como mensaje de salvación, que encuentra siempre confirmaciones nuevas en nosotros mismos, en la sociedad y en el concierto de los pueblos, con tal que la fe en Cristo inspire nuestras opciones responsables.

Al concluir mi viaje, me es grato renovar un saludo de recuerdo y de buenos deseos a toda la nación polaca, y dirigir todavía un ferviente agradecimiento al Episcopado polaco, con el cardenal Stefan Wyszynski, primado de Polonia, a la cabeza, y a los representantes de la autoridad del Estado por la consideración y la diligencia con que me han acogido y rodeado.

Al manifestaros que ante la venerada imagen de la Virgen de Czestochowa he tenido un recuerdo particularísimo para los destinos de Italia, y para el bien, para la pacífica convivencia y la serena prosperidad de sus ciudadanos, dirijo a todos los presentes un pensamiento respetuoso y cordial, y al mismo tiempo la expresión viva de mi gratitud: a los señores cardenales; a las autoridades civiles y militares italianas, que con su acogida deferente y espontánea, me hacen más alegre la hora de regreso; a los distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático, cuya presencia da testimonio de la participación de sus respectivas naciones en la alegría de mi peregrinación; a vosotros que con una jubilosa bienvenida me proporcionáis una auténtica atmósfera de familia; a los directivos, pilotos, personal de ]a Compañía aérea, y a cuantos se han afanado por la óptima organización del viaje, haciéndolo a la vez confortable y atrayente. Para todos sea prueba de afecto y benevolencia mi bendición, que hago extensiva a la Ciudad Eterna y al orbe católico.



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